Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


lunes, 31 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 15 - LEANDRO TRILLO)

CALUMNIA E INJURIA


Larutia. Así era su apellido. Horacio Larutia se hacia llamar artista. Tenía facilidad para crear. Era escritor y había formado un conjunto de jazz mediocre. Era demasiado simple lo que hacían. Batería bajo y guitarra. No sonaba mal pero toda su obra parecía una misma composición. Demasiado igual una canción a otra.
Conocí a Larutia siendo un niño. Fuimos vecinos en un barrio de la ciudad de Bariloche. También fuimos a las mismas clases de guitarra en varias ocasiones aunque yo no seguí con esa práctica o ese entrenamiento, como lo llaman algunos, y el sí, hasta aprender a leer en pentagrama. Poseía el manejo de una mayor cantidad de lenguajes del que yo tenía. Era un tipo más interesante que yo. Junto a él y al profesor de guitarra compusimos un movimiento de jazz que fue ejecutado en una de las fiestas anuales de la banda de la policía de Bariloche. El tema lleva por nombre Nueces. Todavía puedo tocar la base de esa canción si agarro una guitarra.
En cuanto a la escritura, Larutia decidió explorar sin reparos los entreveros de ese arte. Conocí dos o tres obras suyas. Una es un ensayo que llamó Lo que ignora la sabiduría. Y también leí un libro de cuentos. Eran cuentos malos recuerdo, breves y poco interesantes. No tenían una trama atrayente. Las situaciones que planteaba fueron tratadas con demasiada liviandad. Muy desconexa. Leí una serie de poemas de su autoría también. Ese libro fue publicado y yo lo tengo en mi biblioteca. Larutia no era un imbécil. Estaba apartado de la estupidez. Aunque era tosco y gris. Silencioso. Su cuerpo ayudaba, a través de algún rasgo que no puedo nombrar aun, a dar sensación de silencio. Había algo en su postura, en su gestualidad, en su forma de caminar tal vez que llamaba al silencio. Sabía como generar silencio cuando le hacían una pregunta. Respuestas cortas, no comprometidas, sin exponer demasiado cabalmente opinión. Para enterarse de eso quería que lo lean. Aseveraba o refutaba con dos o tres palabras generalmente. Durante sus últimos meses no he podido hablar mucho con él. Nunca lo hicimos en verdad. Últimamente habíamos estado sentados un par de veces en la misma mesa del bar. Andaba recordando, me dijo.
Horacio estaba juntado con una mujer unos años mayor que él. Ella tenía una hija. Se que la relación entre él y la nena fue afectiva. Y su mujer, Carla se llama, era tan o más silenciosa que el mismo Larutia. Los chismosos, inmundos inevitables, aseguran que se llevaban mal. Pero ni a esos chismosos ni a los que se encuentran en cualquier y en todas partes les creo nada. Me encuentro seguro de que lo han inventado para poder decir algo acerca de él, porque pareciera que los estúpidos y los chismosos no pueden estar sin decir algo que defina la vida del otro. Máxime cuando el otro no les da espacio para que digan nada certero suyo. Ese era el caso de Horacio. Se los pasaba por las verijas a esa manga de tipos que no entienden que desde hace años están perdiendo el tiempo creyendo que lo que no se sabe de los demás se inventa.
Me parece que se llevaban muy bien con Carla. Ella solicitaba silencio. Eso es aun hoy su presencia. Una demanda de silencio. Y Horacio la correspondía porque sabia que si lo hacia iba a estar también satisfecha su necesidad de estar en silencio y de hablar solo cuando fuera necesario. No pensaban que estar acompañado es tener a alguien al lado que esté en perpetuo estado de palabra. No se si habrán sabido algo certero el uno del otro. Siempre los envidie de alguna manera. Estar acompañado mediante el silencio es difícil de conseguir. Horacio Larutia tenía treinta y seis años cuando me di cuenta de que lo había matado para siempre.

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