Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


viernes, 29 de abril de 2011

DISCURSO Y DESEO EN LA LÓGICA CAPITALÍSTICA - LEANDRO TRILLO - FRAGMENTO 3

El concepto de pensamiento social.

A continuación propongo apuntes y notas referidas al concepto de pensamiento social.
A los fines de la complementación de los ámbitos del discurso, el pensamiento social constituye un esquema subjetivo del que, simplemente, nos servimos los sujetos.
El pensamiento social es, primeramente y en líneas generales, aquella capacidad autopoiética de la subjetividad social dependiente de la contextualidad histórica en la que acaecen sucesos en el mundo social.
Está pensado para dar cuenta de aquello que sucede en donde y cuando se constituye todo aquel ingrediente fundante de los discursos que más tarde se instalarán en el imaginario social, y por ello, en la práctica discursiva. Se hace manifiesta en este punto una íntima relación establecida entre el imaginario social y el discurso y sus tecnologías. De la hiancia de esta relación sospecho que es de donde provienen, en tanto invenciones de la subjetividad, los patrones morales en su estado discursivo y todos aquellos productos de allí derivados que dan constitución a un dispositivo social.
Por dispositivo social entenderemos, en primer lugar, un conjunto resueltamente heterogéneo, que implica discursos, instituciones, disposiciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados escritos, proposiciones filosóficas, filantrópicas, etc. En síntesis, tanto lo dicho, como lo no dicho. He aquí los elementos del dispositivo, y el dispositivo mismo es la red que puede establecerse entre esos elementos.
En segundo término, el dispositivo es justamente la naturaleza del vínculo que puede existir entre estos elementos heterogéneos. Así, cierto discurso puede aparecer como el programa de una institución o, por el contrario, como un elemento que permite justificar y enmascarar una práctica que, en tanto tal, permanece muda, o bien funcionar como la reinterpretación secundaria de esa práctica, brindando un nuevo campo de racionalidad.
En tercer lugar, entiéndase por dispositivo una especie de formación que, en un momento histórico dado, ha tenido como función principal la de responder a una urgencia y ésta es una función estratégica.
Se agrega a las consideraciones vertidas un pack de características a primera vista binarias: la solidez y la liquidez.
No se propondrá un apartado específico para desarrollar esta idea binaria que está tan de moda enunciar en los ambientes académicos y no tanto.
La idea de lo líquido y lo sólido, a los fines de este trabajo, es una relación metafórica que se ha establecido entre dos formas de pensar la habitación subjetiva en el mundo.
A esas dos formas de pensar la habitación subjetiva, desde diversas disciplinas se las ha nombrado paradigma. Así, como primera aproximación, la solidez y la liquidez responden a cada uno de los paradigmas que están en colisión frente a tal postulado.
Esos paradigmas son el paradigma de la modernidad y el de la posmodernidad.
Sobre las lógicas de nuestro presente modo de existencia subjetiva habla Suely Rolnik, cuyos aportes descansan en este estudio, al referirse a las Identidades Pret à Porter.
Pensar en la conocida afirmación “Dios ha muerto” puede poner de manifiesto la autopoiesis de los humanos, de la subjetividad, y puede decir algo también acerca de los paradigmas.
Dice Ester Cohen que “que Dios haya muerto nos pone frente a la perspectiva trágica, es decir, no hay ningún lugar seguro ni único donde alojar el sentido.
De allí: subjetividad como producción de deseo, como experiencia vital de la creación de sentidos”.
Gilles Deleuze interpretaba al aparato psíquico no como un escenario de teatro donde se reproduce la tragedia de Edipo, sino como una fábrica. Una fábrica en donde lo que se fabrica son sentidos, direcciones hacia donde dispararán deseos, multiplicidades. Esta es una manera de romper de algún modo con la lógica implantada en la subjetividad social por la modernidad, pues es un buen ejemplo de un producto moderno la obra freudiana, más allá de su tremenda inventiva y su despampanante ingeniería teórica.
El paradigma, que luego adquiere su rótulo histórico, su denominación, es un término introducido por Thomas Kuhn (1962) para designar al conjunto de postulados, principios, axiomas compartidos por una comunidad científica, y en virtud de los cuales se plantean los problemas y las soluciones referidos a su campo específico. Asimismo, el paradigma constituye una realización modélica de la actividad científica.
Denise Najmanovich estudia la influencia del paradigma científico clásico nacido en la modernidad, época en la que ha sido situado el establecimiento de las lógicas tanto identitarias como científicas que usamos hasta hoy, aunque con ciertos avatares, pues según amplios fundamentos, dichas lógicas están en crisis, mutando, adquiriendo nuevas formas. A eso se conoce como la crisis de la modernidad, vivenciada subjetivamente y a través de la historia y los dispositivos sociales como solidez. Y esa crisis es la que da la entrada conceptual de la posmodernidad.
Aquellas lógicas, dice Najmanovich, impidieron explorar la cualidad y la transformación, la diversidad y el azar, el acontecimiento y la singularidad.
Por eso la crisis de estas o aquellas lógicas implica un movimiento epistemológico: es, pareciera, algo así como un desgarro subjetivo, o un desacople empezar a “convivir”, a “habitar” con el azar, con el cambio y con la incertidumbre del lado de la ciencia. Porque el paradigma clásico moderno instituyó una forma de constitución subjetiva que no incluía demasiado lo azaroso, lo paradójico y demás. A esto nuevo que ocurre, que da paso a la configuración de las identidades pret à porter, lo llamamos la experiencia subjetiva de la liquidez y/o la fluidez. Estas son, a grandes rasgos, las ideas y trasfondos que dotan de emergencia a la dupla solidez-liquidez o modernidad-posmodernidad.
En el primer párrafo de La Condición postmoderna – informe sobre el saber, Jean Francois Lyotard sostiene que la condición postmoderna designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX.
Pensar la subjetividad en este contexto es despedirse de lo absoluto (teológico lo llama nuestra autora) y explorar un territorio fluido en permanente cambio.
Una propuesta para pensar la problemática de las lógicas de identidad que vinieron después de la caída de las de la modernidad es dejar de pensarlas con la carga de la trascendentalidad de la filosofía moderna, aquélla que busca la esencia, el “es”; y pensarlas con “y”, “entre”, “ahí”, “situación”, “acontecimiento”, “el encuentro y la composición azarosa, fluctuante, que cambia por naturaleza”.
Arqueológica y brevemente diré que Tomás Hobbes (1588-1679), en plena instauración moderna, propuso lo que llamó el contrato social moderno.
Consistía, básicamente, en reemplazar la libertad individual (cederla) a cambio de la seguridad social.
Nació allí el Estado paternalista, cuyos preceptos base ordenaban velar por sus flamantes sujetos.
Durante varios siglos el Estado ha cumplido esa función, generando un vínculo, una forma de sujetación particular y protectora con los habitantes de ese Estado.
En algunos momentos de la historia, cercanos a estos años, de acuerdo a lo que he venido desarrollando, el Estado comienza a dejar de cumplir su rol paternalista y benefactor y las cosas comienzan a desordenarse, constituyendo así una nueva forma de orden o de forma de existencia.
Probablemente se pueda encontrar una de las causas argumentando que el desorden identitario o subjetivo emerge porque el contrato de Hobbes, aquél que había insaturado formas de funcionamiento subjetivo-social, aquél que había generado e instalado y propiciado la configuración de las lógicas identitarias de la modernidad, deja de hacer lo que hacía dejando a los sujetos pensando identitariamente en un medio que ya no acepta esa lógica de pensamiento.
¿Por qué entra en crisis esa modalidad de la subjetividad?
Porque los preceptos de la seguridad social planteados en la modernidad se reemplazan por el sistema de funcionamiento social basado en la economía del libre mercado y, básicamente, en lo que propongo denominar como lógica capitalística.
En ese marco, y para concluir esta breve exposición sobre la cuestión paradigmática de la sociedad y de la subjetividad social, diré, citando a Ignacio Lewkowicz en “Pensar sin Estado”, que el Estado no desaparece como cosa, sino que se agota la capacidad que esa cosa tenía para instituir subjetividad y organizar pensamiento.
Si el pensamiento social emergente de tal o cual momento histórico demuestra una consistencia sólida en el sentido de que resulta de práctica utilidad, casi como un objeto, como por ejemplo una herramienta (herramienta subjetiva que construye habitaciones subjetivadas, redefinidas, reinventadas y rescatadas del estallido y del desfondamiento de la red que las contenía), se funde con el stock imaginario de significaciones de la sociedad y deviene palabra como acción y actuación (se generan, entre la multiplicidad, posibilidades, movimientos político-partidarios, O.N.G., blogs que generan asombrosas intervenciones sociales).
En otra situación, en caso de que el surgimiento de pensamiento social resultase de contextura líquida, es decir discursivamente más imperfecto, con menor cantidad de lógica discursiva y lingüística que uno de esquema duro o sólido, probablemente parecería como que se colara por entre los tejidos sociales más expuestos al proceso de adormecimiento o hipersaturación del deseo, que son, básicamente, los sectores más imbuidos e implicados subjetiva y materialmente con la lógica de consumo. En este caso, la tecnología del pensamiento social opera mediante mecanismos de funcionamiento negativo.
Los mecanismos de funcionamiento negativo ejercen una maniobra de manipulación de la percepción y de la actualización del pensamiento social. No me refiero ahora a cuestiones de índole material. He pasado a considerar fragmentos conceptuales de la materia subjetivo-social, de ingredientes que sólo tienen dominio en el campo del aprendizaje y el pensamiento social. La estereotipia como concepto referente a la movilidad de las estructuras está ligada a este tipo de procesos.

miércoles, 27 de abril de 2011

DISCURSO Y DESEO EN LA LÓGICA CAPITALÍSTICA - LEANDRO TRILLO - FRAGMENTO 2

El contexto de lo hiper. La hipersaturación y la hiperestimulación.

Son de fundamental importancia para los patrones de funcionamiento de la lógica capitalística los fenómenos de hiperestimulación e hipersaturación de la subjetividad. Más adelante se trasladará la hiperestimulación y la hipersaturación al territorio del deseo de una manera conceptual.
Con respecto a este tipo de fenómenos será oportuno considerar aportes de Ascolani, Corea y Lewkowickz para hacer referencia a ellos.
Para el primero, la sociedad capitalista, cuyos signos son la fragmentación de las experiencias, de la percepción, de las relaciones con su burocracia, con sus profesionales-especialistas, nos produce como sujetos disociados de múltiples maneras por esas máquinas que nos obligan a funcionar en paralelo a sus propios regímenes.
Los segundos expresan que las prácticas cotidianas están saturadas de estímulos; entonces, la desatención o la desconexión son modos de relación con esas prácticas o esos discursos sobresaturados de estímulos. Así, la desatención (o la desconcentración), por consiguiente, es un efecto de la hiperestimulación: no hay sentido que quede libre, no tengo más atención que prestar. En la subjetividad contemporánea predomina la percepción sobre la conciencia.
Otro fenómeno, de índole mediática, que puede ser tomado como ilustración, en el marco fronterizo de la hipersaturación y la hiperestimulación, concierne a las figuras mediáticas. Este mecanismo del sistema ha conseguido la introducción de las figuras mediáticas en el seno de una institución imaginaria como es el éxito. Lo representan como ideal, como objeto imaginario-institucional. De esa manera, la hiperestimulación continua del deseo que opera las veinticuatro horas del día despierta una cierta dificultad para efectuar la denominada operación subjetiva de desconexión de la atención de los esquemas hiper-estimulatorios.
En otras palabras posiblemente signifique una dificultad para grandes sectores de los agrupamientos civilizados poder destinar pedazos de tiempo y de atención a eso que llamamos deseo, entendido como fuerza de la subjetividad o motor de la voluntad y de la singularización.

martes, 26 de abril de 2011

DISCURSO Y DESEO EN LA LÓGICA CAPITALÍSTICA - LEANDRO TRILLO - FRAGMENTO 1

DISCURSO Y DESEO EN LA LÓGICA CAPITALÍSTICA

Apuntes sobre la tendencia a la universionalización de la subjetividad


Leandro Trillo


INDICE

1. CAPÍTULO 1: APUNTES SOBRE LA LÓGICA CAPITALÍSTICA.
2. CAPÍTULO 2: DISCURSO Y DESEO. APUNTES VINCULARES.
3. CAPÍTULO 3: APUNTES SOBRE LA DISTRACCIÓN.
4. CAPÍTULO 4: APUNTES SOBRE LA TENDENCIA A LA UNIVERSIONALIZACIÓN DE LA SUBJETIVIDAD

Breve nota final.
Bibliografía.



CAPÍTULO 1

APUNTES SOBRE LA LÓGICA CAPITALÍSTICA.

Aplicación del término capitalístico.

La propuesta de análisis de la presente producción reposa sobre el discurso y el deseo en las inmediaciones de la lógica capitalística.
Estimo necesario referirme a los aspectos conceptuales que serán más frecuentes en el desarrollo de esta arquitectura teórica. Por ello comenzaré por desmenuzar la concepción del término capitalístico.
El concepto capitalístico se enmarca en una estructura lógica de funcionamiento, por lo cual en la mayoría de los casos me referiré a él como lógica capitalística.
Por otra parte quiero señalar que la relación, como habrá advertido ya el lector, es estrecha con el término capitalista. ¿Por qué entonces lógica capitalística y no capitalista? ¿Capitalístico en lugar de capitalismo? ¿Hacia dónde pretendo dirigirme al remarcar esta diferencia, al acentuar este espesor conceptual?
El concepto capitalístico o lógica capitalística se encuentra diseñado con el fin de diferenciarlo de capitalista por la razón de que este último responde a la terminología empleada para definir a un sistema de relaciones de producción, económicas, más que nada, insertas en lo que Berardi Bifo en la “Fábrica de la infelicidad” llama el semiocapital. En tanto que dentro de la concepción de la lógica capitalística lo que se pretende observar y analizar es no el proceso económico, sino la producción de sentido que esta configuración dispone y/o instaura en la subjetividad social de una sociedad.
Se entenderá por capitalístico, entonces, aquella fenomenología subjetiva y conductual desarrollada a partir de la encarnación de la lógica del capital en la subjetividad, en la subjetividad social y en todos los estratos de relación pública y humana.
Es importante entender igualmente que lo capitalístico como concepto está destinado a referenciar sus miradas y sus estudios a la relación de la lógica instaurada recién referida, con relación al deseo.
Lo capitalístico entendido de esta manera no está centrado en la relación de capitalistas y obreros o proletarios, sino en los efectos que se producen en la dimensión de lo subjetivo de un conjunto social caracterizado por un índice de heterogeneidad tendiente a la similarización de la subjetividad (más adelante me referiré a ello mediante la presentación de la tendencia a la universionalización de la subjetividad).
Esa es la razón por la cual es necesario que lo capitalístico sea planteado en forma de operación lógica.
El capitalismo como sistema es materialmente visible. Opera sobre los índices de capacidad de adquisición de las masas, sobre el poder económico y sobre el discurso. Y estos tres operan directamente sobre el más importante objeto del capitalismo: el deseo, a lo cual llamaré también deseabilidad. Pero también produjo el quiebre o la irrupción en la lógica moderna. Y es allí adonde lo capitalístico emerge. Sobre todo en el ámbito del discurso, reflejo de una lógica de funcionamiento subjetivo (productora de individuos y sujetos. ¿Sujetos a qué? A la lógica capitalística).
A este tipo de rumbos y huellas que traza la subjetividad bajo esta modalidad contextual y paradigmática social es hacia donde pretende dirigirse la teoría que plantearé a lo largo de estas páginas.
El trasfondo teórico sobre el que es plausible de ser colocado para ser analizado lo que planteo como lógica capitalística es el de la subjetividad social, concepto acuñado por Fernando González Rey.
En “Sujeto y subjetividad”, Rey estableció una serie de definiciones de lo que llama la subjetividad social. Una de ellas sostiene que la subjetividad social no es una abstracción, sino el resultado de procesos de significación y sentido que caracterizan todos los escenarios de constitución de la vida social y que delimitan y sostienen los espacios sociales en que viven los individuos, a través de la propia perpetuación de los significados y sentidos que los caracterizan dentro de los sistemas de relaciones en que actúan y se desenvuelven. La actuación de los sujetos es de forma simultánea individual y social y la manera en que sus acciones se integran en el sistema de la subjetividad social no depende de sus intenciones, sino de las configuraciones sociales en las que esas acciones se inscriben y en los sistemas de relaciones dentro de los cuales cobran vida.
Expresa Rey que cuando al abrir la puerta para un hijo a altas horas de la madrugada, la madre dice: “¿ésas son horas?”, ella está en la posición de madre, hablando como las madres hablan. Exactamente. Podemos decir que no es la madre hablando, es su posición. Ella ahí está siendo dicha. Y eso la significa. Eso le da identidad. Identidad relativa a otras.
El discurso capitalístico se efectúa de una manera similar a este recorte tomado por Rey. Generalmente, a través de las intervenciones, los mecanismos de funcionamiento negativo y a través de la distracción ejercida sobre la deseabilidad, los sujetos son dichos por una lógica que les es ajena.
Los mecanismos de funcionamiento negativo se caracterizan por constituir el proceso de distracción del deseo. Son parte conceptual de la arquitectura del deseo y el discurso construidos en la lógica capitalística y tienden a la creación de técnicas discursivas y de poder que mantienen al deseo en estado de distracción, de permanente obturación, encauzado en un canal de flujo determinado y relacionado intensamente con la lógica capitalística.
Los intereses obrantes por las cadenas de deseo necesárico (los neologismos con los que el lector se encuentra serán desarrollados conceptualmente a lo largo de este estudio. No obstante ello, a los fines de introducir en este punto aquello que designa el concepto necesárico, mencionaré que el mismo significa a la figura en la que un deseo hiperestimulado se funde con la vivencia de la necesidad) propuestas por la mediatización capitalística son ajenos a los deseos proyectivos, a la elaboración de proyectos de vida de base deseante, pues las cadenas mediáticas ofrecen productos en los que el deseo se agota a la brevedad. El vínculo que establece el deseo necesárico corresponde a una esfera del discurso netamente ficcional. En otras palabras, en el vínculo que se establece no hay demasiada posibilidad de proyección futura, de construcción de futuro, al modo de construir y edificar una apoyatura social del psiquismo basada en el deseo, pues es interacción de elementos ajenos a través de la mediatización del discurso.
De otra manera, consumiendo capacidad deseante capitalística, es probable que la subjetividad que se cree y/o se configure deba ser tratada en un consultorio de un psicoanalista que la adapte a la cadena de lo inmediato, de la mediatización y de la hipersaturación/hiperestimulación, con el solo fin de evitar riesgos. Ya es imposible salir de esa cadena de significantes capitalísticos. No a causa de que el sistema esté colapsado, sino justamente por eso.
Los esquemas de Rey indican que la subjetividad social entendida como concepto permite desentrañar la forma en que configuraciones de sentido generadas socialmente configuran procesos sociales específicos, así como las formas en que los procesos sociales participan de la configuración de la subjetividad y de los sujetos individuales.
La categoría de subjetividad social, sostiene finalmente Rey, permite significar determinados procesos ocultos en la constitución social, a través de relaciones e interpretaciones entre experiencias y formas concretas de comportamiento social de las personas y los grupos.

lunes, 25 de abril de 2011

UN NUEVO ÚLTIMO DÍA (Fragmento del libro Los relatos sosos de Ímber Martínez, de Leandro Trillo - 2010)

Martín, un modesto profesor de teatro a quien algunos años atrás él había observado trabajar, indicó en una ocasión, y a modo de ejercicio, montar una escena que cada aprendiz de actor debería realizar en solitario. Recordaba haber oído la palabra soliloquio. Se aventuró a representar en la suya a un sujeto situado en una mesa de bar, rodeado de amigos imaginarios, bebiendo cerveza negra. Representó los momentos en los que bebió, en los que rió y en el que se retiró. A partir de allí, habitando la vía pública, pudo sentir que había comenzado verdaderamente lo que quería mostrar. Representó a una persona deambulando sencillamente envuelta con indisimulables ganas de orinar y sin la posibilidad de acceder a ningún baño. Así planteada la problemática transcurrieron un par de minutos de actuación desesperada hasta que la situación se hizo insostenible. Ello lo obligó a orinar en lo que supuso una vereda por la cual una anciana que pasaba no omitió manifestarle un llamado de atención o un insulto.
Luego, tras haber observado el unipersonal, Martín le dijo, de singular manera, que nada debía ser explicado, queriéndole dando a entender así, sospechó él, que mostrar la génesis de las ganas de orinar había sido verdaderamente innecesario. Solo importa el acto presente, advirtió. Él pondrá de manifiesto por sus propios medios, trazos y movimientos, todo lo que contribuya para que el mundo continúe su rumbo.

Se habían vuelto a ver luego de unos seis meses. La clara intención de él fue recurrir a ella para confidenciarle que ante aquello que los había obligado a separarse, él cedería. Ella solo tendría que poner las condiciones, le dijo. Nombró convencido palabras como fecha, casamiento, hijos, convivencia. Por teléfono, él le había adelantado ya sus intenciones la noche anterior. Le dijo que no quería rehacer su vida porque sentía que jamás había dejado de hacerla con ella, más allá de dos separaciones. Evitó decirle que la amaba mediante esa frase o mediante esa repetición, pues en ese punto le resultó imposible superar una cuestión ideológica que tiene que ver con creencias en ciertos discursos y con no creencias en ciertos otros. Sin embargo confiaba en que el lenguaje le sería propicio para superar ese conflicto que el amor y la razón mantenían frente a él. De esa confianza provino la ilusión de que ella entendiera lo que él quería verdaderamente decirle. Le dijo que la enunciación de la frase te amo y la de aquella escrita por el poeta que sugiere que no es el amor lo que nos une sino el espanto, eran de alguna manera sinónimas. Tu compañía, estar con vos, le dijo, hace que este espanto sea mucho mas soportable. Esas son las palabras que siempre debí haberte dicho y, cegado, las he reemplazado por otras menos eficaces y menos sinceras, continuó diciéndole con voz que se quebraba de a poco. Quería dejarle ver que esa infidelidad que el decir le había cobrado tenía alguna responsabilidad en lo que estaba sucediendo.
El auto, entre los colores de la noche, iguales a los de otra cualquiera, comenzó a llenarse de fantasmas. Así, casi por una cuestión de espacio, a uno de los dos comenzó a faltarle el aire.
Rápidamente él comenzó a intuir que era tarde. El mensaje de ella fue mucho más claro que el de él. De forma sencilla no pudo más que decirle que la historia para ella estaba cerrada y algo así como que lo que la mantenía viva en materia de amor es la ilusión de encontrar a aquel que sea capaz de hacerla enamorar nuevamente, haciéndole descubrir que todo podrá adquirir nuevas formas. Anhelaba enamorarse de aquel que pueda hacerla feliz, pues también le dijo que, por razones que fueron por él prontamente olvidadas y expulsadas, era incapaz de lograrlo y de completarla a la vez que, por alguna razón ajena al amor y a la ciencia, ella poseía la misma incapacidad. Lo manifestó como una intuición, como una predicción, y contra ello él creyó que no hay nada que hacer.
La conversación que mantuvieron en el auto, en esa esquina desconocida e inmóvil de la ciudad, fue breve. Él iba por el sí y ante el no lo más cauto le pareció concluir rápidamente. Ya había obtenido un indicio cuando apenas ella se subió al auto él la invito a cenar, como en los otros tiempos, y ella le dijo que no, balbuceando algunos monosílabos que no pudieron explicar nada. Solo dejaron intuir su necesidad de que mientras más rápido pasara el momento menos aburrida seria la situación para ella.
Él, el de la vida interna intensa, vivenció una serie de experiencias que quiso racionalizar lo más que pudiera en busca, quizás, de un auxilio que el intelecto pudiera proporcionarle para defenderse de la inevitable crudeza con la que se estaban comenzando a presentar las sensaciones más desamparadoras de las que es capaz de producir el inconciente humano. Creía que le convenía hacerlo.
Dentro de los límites de esa racionalización fue inevitable pensar en la muerte. Sintió un repentino vaciamiento de aquello que centra a las personas en un eje temporal. Pasó instantáneamente a percibir el tiempo como un torbellino por el que irrumpieron violentamente y sin rumbo aparente relojes con agujas descontroladas, girando al revés, doblándose. De pronto, en medio de ese retrato suyo, nada tuvo demasiada importancia verdaderamente. Trataba de pensar que no era angustia sino más bien un tipo de desamparo, o un cajón de proyecciones y de futuros que se volaban y se perdían por entre los desparramos del tiempo atorbellinado que lo anoticiaban, dejándolo por fuera de cualquier ficción, de que su futuro inmediato es algo insondable.
La sensación inminente, aunque ficticia, giró en torno a que su vida transcurriría en salas de espera a partir de aquellos momentos.
Que el hecho haya sucedido de noche lo hizo sentir afortunado.
En el trayecto a casa se encontró con una serie de pensamientos que se presentaron como fantasmas, como espectros, con algo del orden de lo real en sus manos. Él, distanciado de dios desde hacía mucho tiempo, creyendo no deberle nada, se vio de golpe y porrazo sin poder acceder a la posibilidad de ser divinamente contenido. Frecuentemente oía decir que dios sabe porqué hace las cosas y frases por el estilo, pero no se permitió hacer uso de ellas pues su desengaño sería doble entonces y consideraba que no era momento para inflamar nada. Vio tambalear instantáneamente todos sus esquemas. Y todo, prácticamente, a raíz de la enunciación de un no.
Todo parecía indicar que de ahora en más sería un verdadero esclavo del azar al cual apreciaba pero solo ante situaciones de placer. Se le hacía difícil acoger al dolor en el seno del caos. La mochila de la libertad se hizo demasiada pesada en un parpadeo. Sintió que un excelso y suntuoso aprendizaje cayó sobre él abruptamente y que procesar toda la información y las posibilidades que él impartía le llevaría más años de los que pudiera mantenerse con vida.
Creyó, mientras racionalizaba sus emociones, que el desamparo se acababa de acomodar en el asiento de acompañante, en su sombra, en los espejos a los que se miraría desde ese momento en adelante. Se sintió verdaderamente solo. Sin certidumbres, sin caricias, sin espejos, sin nadie que en ese momento piense en él, sin futuro, sin poder hacer de su intimidad una charla de café. Vio a su futuro amenazado, perdido. Fue como morir. Intuyó que la muerte no debe ser demasiado diferente a vivenciar el tiempo como un torbellino en el que los relojes no poseen función alguna. Creyó que morir era eso que le estaba ocurriendo, como si de repente todo pase a tener un mismo y devaluado significado, pues supo que estaba obligado a volver a empezar lo quiera o no lo quiera.
Ella le dijo en un momento de la charla que veía que no iban a poder ser felices. Allanó así, pensó él, el campo de la completud. Dijo que no iban a poder completarse mutuamente porque había cosas que no iban a poder cambiar de cada uno y que ellas configuraban el mal incurable del otro. Dándose cuenta él de que ya nada de lo que pudiera decir tenia valor ni posibilidad de modificar el futuro que se precipitaba, le expresó por lo bajo y sin demasiadas explicaciones que había dejado de creer en las predicciones. Simplemente le dijo que en la historia que los unía y que ahora los estaba separando y condenando al olvido éstas, las predicciones, habían fallado siempre. Él no pudo evitar decirle que se la estaba sirviendo en bandeja. De eso logro arrepentirse mas tarde y hasta sintió vergüenza de habérselo dicho, pues le pareció la ejecución de un apremio innecesario.
Falsamente le deseo que encuentre a aquel que pudiera completarla. Eligio esa palabra, él, tan obsesivo y deseoso de emplear el vocablo justo en cada ocasión - creía que cada una lo tiene - sin avalarla con sus ideas. Tal vez la uso por cortesía o encubriendo un manotazo de ahogado. En el terreno de la conciencia no era su deseo.
El momento quizás mas complicado de la velada fue cuando él debió proponer la partida. Los dos sabían que no se trataba de una partida cualquiera, más allá de que para él se tratara de un desafío algo más complejo de abordar. Le dijo, no muchos minutos después de haber comenzado el final, que era ya momento de llevarla a su casa. Un segundo después le dijo que esta vez lo haría de una vez y para siempre. Se percibía que las palabras sonaban a definitivo a partir de allí. Lo que debió ser dicho debió haberlo sido en esos minutos pues luego de ellos a ambos los esperaban, en simultáneo, el olvido y la eternidad. Un rato después, aún en el auto, logró borrar algunos recuerdos y datos que le hubieran permitido encontrarla para no cometer la estupidez de la insistencia. Logro hacerlo sin demasiados problemas. Había sido vaciado en alguna otra ocasión. Ello le hacía pensar que estaba nutrido de ciertos aprendizajes que le permitirían afrontar la situación de una manera soportable, pero inmediatamente advirtió que el tiempo del amor o de la lucha contra el espanto es únicamente el presente. Y esa regla es igual tanto para el goce como para el no goce, ambas caras de lo que suele ser llamado amor.
La noche anterior, por teléfono, le había dicho que la única manera de que lograría que él se calle era asegurándole, como en una película, que si cuando cerraba los ojos se imaginaba con otra persona, con otro padre para sus hijos. Y así fue. Eso mismo le dijo. Lo de la esperanza. Ella esperaba, tras haber cerrado la historia, tal como definió a eso que le había pasado, a aquel que la volviera a hacer enamorar. Y el mensaje fue que no era él.
Aunque no valga verdaderamente la pena ahondar en detalles, habrá que decir que también le explicó que ahora era ella quien no quería ni casamiento ni hijos ni nada. Quería estar sola. Él, con el derecho a hacerlo, no le creyó y sin decírselo le agradeció la cortesía, pues toda esa cantidad de palabras gentiles, si no mediaran el afecto y los vestigios de un pasado algo noble que se estaba derrumbando abruptamente allí en presencia de ambos, podrían enunciarse en una breve frase con forma de facón que se situaría en el centro del pecho con el irrefrenable ímpetu necesario para rasgarlo cruelmente. Sin embargo ella eligió la enunciación de la lentitud, del respeto, de la distancia, como si se tratara de personas desconocidas. Si verdaderamente fue así, ella estaba en lo cierto. Aquella noche, en aquel auto, habitaban dos personas que acababan de convertirse en desconocidas. Habían compartido un pasado que se manifestaba incapaz de unirlos. Esta vez fue de esa manera. El pasado ha perdido la capacidad de unir.
Él pensó que ella debería entender, para sanar las heridas que se estaban abriendo y para que el futuro en proceso de abismo tomara nuevamente colores primarios, que la fuente que propiciará la producción de lo que ella imagina como felicidad se encuentra en la sabiduría que otorga estar dispuesto a aprender de la propia historia y no en la negación de ella y en el condenado encierro al que habilita el temor. Hasta en algún momento creyó percatarse de que su futuro junto a ella dependía de una cuestión intelectual, o tal vez epistemológica. Pero, por más que le pesara, las evaluaciones y las intuiciones son incuestionables desde el momento en el que el miedo las recubre con cemento. La historia de algunos países y hasta la de la humanidad misma no son, tal vez, otra cosa que una historia que entremezcla el deseo y el espanto.
Él creyó en esos momentos que más tarde la recordaría como a un ser temeroso.
No pudo hacer otra cosa que pensar en la soledad. Intrépidamente la relacionó con una especie de condena dictada, involuntariamente tal vez, por el mismo lenguaje. La condena de la soledad. Pensó que estamos condenados y destinados a ella y que nada puede evitarla a causa de que lo inevitable es el azar. La muerte, la excitación, los accidentes, una fiesta, una mirada, una canción, pueden ser responsables de llevarse a las más íntimas compañías con las que se hayan jurado recíprocamente la intimidad y la eternidad, a las cuales les haya sido entregado aquello que no se posee.
Suele creerse, pensó él, que algunas personas crean la ilusión de ser un faro. Pero los faros, continuó razonando, están pensados para los barcos y los barcos no pueden hacer sino navegar, pues para ello han sido concebidos. Así, los barcos, al igual que él, están condenados a encontrar nuevas luces, a abandonar las ya conocidas aún sin quererlo. Las luces desaparecen y en otros sitios simplemente vuelven a aparecer. Advirtió que de ahora en más debería estar atento, pues no tenía otra opción que estar con los ojos abiertos la mayor cantidad de tiempo posible.

Unas pocas semanas después tuvo ocasión de asistir a una obra que incluía a Martín, el modesto profesor de teatro, entre sus actores protagonistas. Afortunadamente pudo obtener el guión de esa obra. Ha elegido no recordar de qué forma lo hizo. Y ha elegido también su no lectura, lo cual ha cumplido sin demasiado sacrificio. De forma afortunada también logró registrar en un precario grabador portátil las palabras que fue incapaz de evitar pronunciar en soledad al acabar la obra. Eligió creer que será justo para quienes han sido y serán y volverán a ser nuevamente arrastrados por las sombras del olvido hacia el abismo del azar indescriptible, solicitarme la trascripción de ellas aquí.

“Y ahora estoy contento. Hasta hace pocos minutos me sentía angustiado, como habilitado únicamente para pensar en mis fracasos. Llegué a la conclusión de que la experiencia de separación es la experiencia en donde uno se queda sin proyecto de compañía, uno de los pilares del proyecto de vida. Eso es básicamente lo que he estado sintiendo. Se siente similar a creer que no se atraviesa por la experiencia de ser contenido. Implica la conciencia de la soledad. Algo de eso le comenté a mi cuñada. Le dije que tiene que ver con un verso de Borges. El del espanto. Eso creo que es la experiencia del mundo pero también creo que tanto la desesperación más angustiosa como la más dramática son una descripción elaborada desde una posición que tiene que ver con historias y mitologías culturales, con faros. Hay otro paradigma que explica que si bien el de la angustia tiene sus encantos también lo tiene el que permite otra aceptación del devenir de los proyectos de vida. Claro, recién pensaba que lo que genera la separación es una especie de angustia que tiene que ver con ese paradigma. No una especie de angustia. Angustia propiamente dicha. La reacción que produce el desamparo, la desprotección, la falta de compañía, la imposibilidad de compartir la intimidad con otro. Eso es lo que se genera. Por eso hablo del desmoronamiento de un proyecto. Por otra parte digo que no es necesario ni verdaderamente útil preocuparse. Tenés que estar atento, pujar por darte cuenta y aceptar que es inevitable la reparación. Claro. Es inevitable la reparación. Porque el reino arbitrario del azar lo dispone así. Controlarlo resulta incontrolable a nuestros deseos y a nuestras voluntades. El azar jamás solicitó permiso ni lo va a pedir. ¿Qué pasa con esa gente que cuando se separa se queda en su casa dedicándose a sentir como sentimientos provenientes de la improcedencia la angustian? Por lo general, a través del tiempo, reparan lo que se rompe porque no pueden evitarlo. En eso consiste también una sociedad. Las sociedades funcionan como un taller mecánico en donde lo que se repara no son automóviles sino vidas, historias y álbumes de recuerdos. Esa es la función de la sociedad. No tendría sentido semejante invención sino funcionara de esa manera. Y qué más provechoso que salir a esperar a que esa reparación se produzca. Porque el azar funciona de esa manera. Y si bien la disposición geográfica, producto y aliada de la reparación azarosa, implica algo, también lo hacen una serie de factores culturales que dentro del azar se manifiestan en la práctica de salir, de buscar, de estar atento. No hay que preocuparse ni siquiera de no salir porque en algún momento nos cruzaremos. Alguien lo va a estar deseando tanto como yo, y como lo vamos a estar deseando nuestras conductas van a estar regidas por capacidades de deseo. Actúa el deseo. Está atento. Estará deseando la reparación. Nuestros cuerpos se disponen a ella. La conducta es la consecuencia del deseo. La conducta es la consecuencia del estado del deseo. Fíjense lo que sucede sino en las actuales organizaciones del trabajo y lo que sucede cuando uno se enamora. Ambas conductas corresponden a un estado del deseo, a una especie de estado anímico del deseo. No es tan grave después de todo el azar. Esto es lo que implica angustiarse en el azar. Es aprender a mirar para atrás y a estar atento después para evitar un trance que es innecesario. De la misma forma en la que generalmente no ocurre la alegría cuando uno se separa, podría suceder que sí ocurra. Es cuestión de las variables que se usen para pensar lo que pasa. Si uno refiere su pensamiento a las variables de tipo moral, arraigadas en el seno del temor al egoísmo, probablemente se presente la angustia. De manera distinta, en caso de que se proyecte el pensamiento hacia los principios de las teorías de los azares, del caos, hasta de la sociología posmoderna, no ocurrirá la gravedad, lo irreversiblemente angustioso, la herida, la inútil injusta e inevitable depresión. Los relatos se han terminado. No se puede impedir que lo que llaman posmodernismo sea inevitable y que uno sea rozado por ello. Porque está en el discurso, entrometido entre las miradas, entre los sentidos y entre las intuiciones. ¿Por qué me deprimo, por qué mierda me deprimo, por qué soy tan forro? ¿Por qué me deprimo así? Saber esto que estoy diciendo y estar dispuesto a aceptarlo y a transitarlo es un logro que celebro. Deprimirme a causa de ello es una imbecilidad. Y no tiene nada que ver con usar frases filosas, o frases demasiado violentas que angustien. No, no. De ninguna manera. Se pueden leer cosas, todas las frases y palabras molestas que uno quiera y soportarlas perfectamente. Sólo es cuestión de cómo se mira lo que ocurre, lo que roza. Ni siquiera. Es una cuestión de sapiencia, de saber qué pilares hay disponibles y a cuáles uno se va a abrazar para refugiarse de las eyecciones a las que el mundo nos expone. Es una cuestión de saber de qué pilares agarrarse. Uno debe agarrarse para transitar por esto. Es como un juego vertiginoso de un parque de diversiones. Ese es el misterio. Nada de esto tiene nada de malo. ¿Cuál es el problema? Déjenme de joder. Traten de dejarme de joder. Se trata de no joderme más en verdad. ¿Qué es esto de la imagen triste? Está bien, es una cuestión de esencia también, lo reconozco, no hay ningún problema ¿pero cuál es esta cuestión? ¿Por qué siempre? No critico el asunto del pensamiento, la afición a las bondades del recuerdo y de la nostalgia. Simultáneamente recuerdo el pasado y me sitúo en el tiempo de la pasión, que no es otro que el presente. Esa es la apuesta. La pasión y lo azaroso. Porque es la mejor manera de estar bien. Claro que me tengo que ir. ¿A ver qué me pasa? Claro que me tengo que ir. Debo ir a ver qué me sucederá. Entregarme de lleno al azar porque tengo las herramientas para hacerlo pero fundamentalmente porque resistirme no será posible. Por eso. Y porque hay gente en el mundo que también se separa y a la que también le pasa lo que me pasa a mí. El encuentro, la reparación no se producirá probablemente en un boliche. El encuentro se producirá porque ya tenemos un punto de unión. No porque halla algo mejor que ir al boliche sino porque a mi me viene mejor. Es preciso entenderlo de una vez. La respuesta es porque me viene mejor. Quiero ese placer y no otro. ¿Qué otra explicación puedo dar? Quiero satisfacer ese deseo. Quiero extirpar de mí la adicción psicológica de elegir ser a veces una persona que sufre, que se angustia. Creo que frecuentemente me esfuerzo por sufrir. Me aferro al sufrimiento, casi como si me gustara. Sin embargo yo quiero tener algunas otras opciones y quiero abandonar el uso de semejante manipulación que en verdad no tiene nada que ver conmigo. Tal adicción ha sido el resultado de un proceso a través del cual he sido llenado hasta el hartazgo de monedas, de crucifijos, de discursos de curas, de despertadores, de televisores, de consejos, de revistas, de odio a las moscas, de rechazo al egoísmo, de verdades rengas. Nada de eso fue verdad nunca. Yo, ahora que he logrado una modesta flexibilidad, estoy diciendo una verdad. Yo, aquel que se creía el hombre de las emociones internas y que su marchitar seria el florecimiento de su arte; Yo, aquel de una autoestima supina; Yo, al que las cosas le han pasado solamente para pegarle una patada en la cabeza; a ese le digo, Vos, que te proclamas el amigo de los placeres; Vos, que te nombras como el apasionado; Vos, ¿por qué te seguís angustiando? De ahora en adelante elijo dejar de hacerlo. Yo elijo dejar de hacerlo. Debo acordarme de esto. Por eso lo tengo que escribir. Y creo que en eso consta un cuento y creo que en eso consta un libro de filosofía. Las historias que se escriben en los libros no son otras que estas que estoy contando. La forma en lo que lo hago indica solamente mi arte. Indica eso que autorreferenciaba, ese acallamiento, ese instinto, esa pulsión a los subsuelos, al silencio y a la oscuridad, a lo que resulta más curioso y por eso un poco más exigente de soportar. A ese le hablo. Si yo lo elijo es porque eso me tiene que causar deseo. Ese es el sentimiento que yo quiero todo el tiempo para todos. Yo quiero tener el sentimiento del deseando. El sentimiento del desear. No nos hemos separado porque no anduvo. ¡Anduvo perfecto! Anduvo perfecto pero terminó de la misma manera en la que se termina una botella de vino, como se termina una conversación, como se acaba el gusto por una canción, como finaliza un día cualquiera. Terminó porque el deseo, el deseando, se agotó. Creo en el agotamiento del deseo. ¿Entiendo? Habían ya deseos de otras cosas. Desee ir a escribir sin ser molestado, sin ser preguntado, sin que estén. Nada de lo anterior. Decidí sentarme a escribir y a alimentar mis vicios sin que esté ella ni nadie. Es erróneo decir que no anduvo. Es erróneo. Anduvo perfectamente. Fueron años gratos, en los que sin pérdidas de tiempo, el placer ha chorreado generosamente. Pero el deseo se agotó. Dejó de funcionar y esa es la prueba de que en realidad no es que ahora estoy aprendiendo a lanzarme al azar. Hace tiempo que me lance a él. Eso es lo que tengo que contestar cuando me preguntan por que me separé. No hay otras respuestas. Me separe porque me lanzo al azar. No porque lo halla descubierto ahora. Lo que he descubierto ahora es que siempre lo hice pero que lo estaba mirando agarrado a otro paradigma, como decía al principio. Esa es la cuestión. Tengo que estar en estado de deseo. De lo contrario la condena será inevitablemente dictada por mí mismo y en contra de mí mismo. Eso tengo que hacer. Tengo que estar en estado de deseo.
¡Vaya suerte la mía de haber podido grabarme diciendo esto! Para el azar no se trata de cualquier hecho. Podré afirmar que se va a crear sentido a partir de su trascripción. Lo escribiré y a causa de ello un nuevo sentido será concebido. Y el azar va a estar satisfecho de ello. Solo eso porque solo eso pido. Solo eso porque solo eso existe”.

miércoles, 20 de abril de 2011

LA REALIDAD DE DANTE TEMPESTINI (Fragmento del libro Los relatos sosos de Ímber Martínez, de Leandro Trillo - 2010)

Por los años ochenta Dante Tempestini contó con escasos años de edad. Por aquel tiempo se dedicó a ser hijo de un matrimonio grande y hermano de tres muchachos de diez, once y doce años mayor que él.
En la casa de la familia Tempestini hubo ciertos hábitos que desde mucho tiempo atrás se constituyeron en rituales. A saber, mirar football por televisión los días domingo, la preparación de carne asada para el mediodía del mismo día, el juego de canasta por las tardes, la merienda tradicional y la práctica de la lectura.
Honesto será decir que el juego de la canasta y la merienda tradicional pudieron dejar de ser ritual al suspenderse alguna vez por motivos varios y complejos. Incluso estas veces han sido frecuentes. Pero jamás se vio interrumpido el ritual de la lectura ni el del football.
Para la consumación del ritual de la lectura, los Tempestini contaron con una biblioteca ni casual ni exagerada ubicada en el cuarto de huéspedes.
Ya sea un rato antes de ir a dormir, a la mañana, en el baño, en varios momentos solitarios o silenciosos, la lectura fue una constante en la familia.
Hubo conversaciones en la mesa de los Tempestini en las cuales cada integrante de la familia expresó sus opiniones acerca del tema en cuestión recurriendo a citas (no siempre memorizadas) e incluso a los mismos libros.
Esta debe ser una de las razones por la cual algunas sobremesas de domingo duraron horas interminables, de tal modo que el hábito de iniciación de dormir la siesta comenzó frecuentemente a las seis o a las siete de la tarde.
Nunca faltó mención, crítica y alabanza a las obras de Schopenhauer; acuerdos con Sartre ni enredados usos a la teoría psicoanalítica al discutir determinados hechos trascendentales del mundo social.
Se recurrió a la antropología y a conceptos específicos de su campo tan solo para referir brevemente a culturas distintas; a la sociología moderna para prever el resultado de elecciones políticas en distintos lugares del mundo y al manifiesto comunista al hablar de lo caro que estaba el kilo de helado.
Antes de comenzar a ser extenso, no quiero omitir referirme en especial a Dante Tempestini.
Al ser el menor, como ya he señalado, resulta perdonable para el ignorante que en sus primeros años de vida, mientras en una cena se discutió sobre la trascendentalidad del yo, sobre Kant y sobre el mito de las cavernas de Platón, Dante haya jugado con muñecos articulados debajo de la mesa.
A decir verdad, jamás, en los años posteriores, pudo ser original en lo que a aportes teóricos en su seno familiar concierne, pues todo lo leído, tomado y aprehendido por él había sido ya tomado, leído y aprehendido de la misma biblioteca años antes por sus interlocutores primarios. Claro que fuera de su hogar, era muy improbable que no demostrara cierto aire de erudición e intelectualismo teórico.
Pero algo debía pasar en aquella época y en aquel lugar con la práctica de la lectura, pues fueron pocas las veces en las que pudo caerle bien a muchachos o muchachas de su edad cuando empezaba a referirse a grandes pensadores clásicos para comentar lo soleado que había estado el día anterior.
Esto jamás significó un obstáculo para Dante, por el contrario, lo estimuló a aumentar sus lecturas.
Alguien dijo que buscaba comprender quizás, a través del estudio del existencialismo, que fuera de su círculo familiar era un ser fuera de lo común, con problemas de relación, y que dentro, el más ignorante de seis personas.
Cuando no lo logró, consoló su pena buscando en el nuevo testamento.
La procesión interior de Dante Tempestini era intensa. Sólo pareció calmarse su angustia cuando se refugió en la profundidad de las lecturas y estudios de novelas, teorías científicas y libros de poesía. Alguna vez dijo, según se comenta, que había conseguido momentáneos haces de comprensión de su situación en el mundo. Los años fueron pasando no de forma muy diferente a lo referido.
Los Tempestini hacían una familia feliz.
Dante cuestionó sus implicaciones religiosas con la iglesia católica. Por ese tiempo leyó a Nietsche y a Descartes.
Digno conocedor del pensamiento de Pirrón y de Timón, tal vez sus escépticos más admirados. Adoptó la actitud crítica ante los sistemas filosóficos y llegó también a fanatizar su uso de la actitud dubitativa respecto a la posibilidad de conocimiento de las cosas y del valor de la vida.
Atravesando crisis perpetuas, se nutrió de teorías como el psicoanálisis, de la cual fuera gran conocedor, del existencialismo, acaso la preferida de sus escuelas conocidas, del materialismo, del inglés, John Locke.
Conoció el aburrimiento y la admiración con algunos cuentos de Borges y fue, con la gestalt quizás, al infierno, al purgatorio y al paraíso de la mano de Dante.
Se identificó varias veces con la historia del hidalgo Alonso Quijano y reflexionó sobre Tirso cuando conoció las obras de Shakespeare.
Incursionó críticamente sobre los milenarios tratados sobre la moral y la ética .
Fiel lector de Schopenhauer, pudo entender que la esencia de la voluntad es querer siempre más. Comprendió y experimentó de la mano de aquel, grandes insatisfacciones y un frecuente dolor existencial que lo hizo, es cierto, más fuerte.
Entendió, en cambio, por qué las utopías son utópicas.
Fue Dante Tempestini un finísimo conocedor de la historia universal. Pasando de las primeras civilizaciones a orillas del Tigris y del Éufrates a los egipcios; de las Cruzadas a Napoleón; de las revoluciones liberales a las guerras mundiales y así por el eterno diario de la historia.
Se percató de la existencia de la alteración de los sentidos a través de las lecturas de Aldous Huxley y de Carlos Castaneda.
Su alma estaba tan llena de poemas, que comenzó a guardarlos en su boca y en su voz.
Durante algún tiempo quiso ser Dorian Gray, quiso conocer al fantasma de Canterville, acompañar a Robinson Crusoe y también quiso tomar café con Arturo y con Merlín, a quien tenía un comentario que hacerle sobre las artes de la moderna nigromancia.
Novelas épicas conoció hasta el hartazgo, así como también la literatura y la filosofía hispanoamericana.
Su necesidad de conocimiento se agrandó demasiado y se volvió cada vez más insaciable. Un martes a la tarde, se decidió a conocer objetivamente la realidad.
Pocos días después, algunos conocidos de Dante aseguraron que en una de esas madrugadas de Enero, tan solo por una fracción de tiempo, lo logró.
Esa misma mañana del mes referido, Dante Tempestini de 23 años de edad, fue internado en un pabellón psiquiátrico donde permaneció algunos meses.
Los conocimientos provenientes de fuentes medianamente confiables de los que me he nutrido para llevar adelante esta investigación llegan en este punto a su fin.
Sin embargo, hay quien cuenta que, no hace mucho tiempo atrás, Dante Tempestini fue visto en algún lugar del sur detrás de la caja de pagos de un banco de firma multinacional.

lunes, 18 de abril de 2011

EL HALLAZGO DE UNA NOVELA REAL (Fragmento del libro Los relatos sosos de Ímber Martínez, de Leandro Trillo - 2010)

Durante un ocioso allanamiento realizado a la Delegación de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones, creo que a causa de una sospecha o de una denuncia – da igual pues aquí ambas implican los mismos valores y se rigen por los mismos procedimientos – se incautaron varios archivos de material añejo pertenecientes a los productos elaborados para los medios masivos de comunicación.
Yo, a causa de una investigación biográfica que me encontraba haciendo, pude acceder a ese material, pues uno de los profesionales encargados de analizar desde la competencia judicial cada una de las muestras incautadas era aficionado a la tarea de la investigación biográfica y no era la primera vez que me encontraba con él, quien con reciente anterioridad me había facilitado el acceso a una serie de expedientes y archivos que de otra manera no hubiera podido examinar sin atravesar por desalentadoras travesías burocráticas. Por otra parte, los trabajos que yo había realizado, sobre todo en los últimos dos años en materia de investigaciones, hicieron que mi nombre allanara ya una serie de caminos constitutivos del ambiente.
El análisis del material incautado se llevo a cabo en una oficina modesta situada en la calle Laprida al 300. La inspección que el equipo designado por la dirigencia judicial dispuso duró aproximadamente cuatro meses de arduo trabajo.
Mi labor estaba exenta tanto de análisis jurídicos como de búsquedas de indicios que dieran cuenta de irregularidades administrativas, más allá de que me encontraba compartiendo con el equipo investigador el espacio y la intimidad de una serie de elaboraciones de hipótesis y conclusiones referidas a aspectos técnicos y jurídicos. El aficionado amigo a la labor biográfica solo me había indicado que podría permanecer allí respetando ciertas reglas referidas al silencio y a la discreción. Su jerarquía lo eximió tanto de presentarme como de dar explicación alguna acerca de mi presencia. Por ello durante los cuatro meses me dedique cautelosa y pacientemente a la inspección de aquello que pudiera aportar a mi labor. Fue así que descubrí un archivo en el que se guardó, de acuerdo a la etiquetación del contenedor denominado GF - 186, una serie de proyectos de producción televisiva en estado embrionario. Guiones y descripción de ideas para llevar a la pantalla en su gran mayoría. Durante el período referido leí varias novelas y seis guiones de programas humorísticos.
Algunas semanas después, al sistematizar la información obtenida y a raíz de investigaciones desconectadas pero paralelas, pude percatarme de la escasa difusión en el ambiente mediático del proyecto que, de todos, fue el que menos tardó en acaparar mi atención. De él hablaré.
Encontré, entre todas, una carpeta roja que contenía en su interior setecientas cincuenta y ocho hojas escritas a máquina. La primera indicaba dos nombres. El de la novela diagramada en la carpeta y el de su autor. El primero es En una novela real y el segundo, Ricardo Canicoba Antúnez. Demoré escaso tiempo en concluir la lectura de la obra. Algo había en ella que llamaba mi atención. Tal vez una serie de características que no había encontrado en otras obras literarias ni en producciones televisivas.
Primero señalaré que En una novela real no hay ni trama ni conexiones coherentes, de acuerdo a la nomenclatura empleada por el acostumbramiento. Más bien ocurre una desconexión entre sucesos que se prolongan perpetuamente. Es una novela en la cual se resalta de alguna manera una constante creación de sentidos. Pareciera que, con el fin de no morir, los personajes dotan de vida a una parte de cada uno de los días en los que se ven envueltos resignando la continuidad de su protagonismo por alguna razón que pone en dificultades a la capacidad de explicación de aquello que llamamos lógica literaria. Un dato importante: En una novela Real, como se acaba de sugerir, carece de personajes protagonistas.
En una escena que pertenece al capítulo número cinco se relata la historia referida a las circunstancias en las que se conocieron dos personas que solo se vieron una vez en una fiesta en el invierno de 1985. El capítulo es breve. Indica condiciones climáticas, algunas frases intercambiadas y no registra una conclusión ni feliz ni no feliz.
Sin poder decir por el contrario o paradójicamente, en el capitulo número seis se registra la compra de un mate de palo santo efectuada en un almacén de barrio en un día de Enero por un anciano y su nieta. El nudo, o lo que sea, radica en la internación y posterior deceso del anciano a causa de una abrupta baja de su presión arterial ocasionada por la intensa temperatura a la que se expuso. Canicoba Antúnez deja sospechar al lector en ese mismo capitulo que el anciano poseía una amplia gama de atrofias cardiovasculares que colaboraron para su fallecimiento en el hospital local.
Puede observarse que en el capitulo número nueve se hace una breve referencia al anciano fallecido en el capitulo número seis. Canicoba Antúnez manifiesta que la mencionada referencia se corresponde con el hecho de conocer al fallecido y compartir la noticia con un conocido a quien se encuentra, en este caso, en la terminal de ómnibus de la Capital Federal. El sujeto conocido se dispone a viajar hacia el Perú. Desde el capitulo número diez hasta el número trece la novela traba una borrosa y poco consistente relación de continuidad con el periplo emprendido por este personaje. Las escenas transcurren en siete pueblos situados en el trayecto al Perú e implican a la cantidad de treinta y nueve personajes entre cuyas intervenciones se destacan la de una señorita irlandesa con la que el viajero mantiene un fugaz romance relatado con singular erotismo y la de un niño mexicano que se convierte en su guía por cuatro días.
Seria honesto informar que una considerable serie de capítulos de la novela han sugerido a este cronista una conocida sensación de aburrimiento, al estilo de aquellas que irrumpen algunas tardes de domingo, pues el autor no desestimó los fines de semana en su obra. La estructura de En una novela real posee un orden cronológico similar al de la vida cotidiana humana. Por ello hay capítulos que omiten contar algo.
A partir del capitulo número trece Canicoba Antúnez centra sus esfuerzos en el relato de la vida sexual de un matrimonio que reside en la ciudad de Rawson. A través de la lectura del capitulo número dieciocho se entreve que el matrimonio resulta ser dueño de una agencia de viajes a la cual el viajero que visitó el Perú en el capitulo número diez consultó en una ocasión, años atrás, las tarifas ofrecidas para efectuar un viaje a México.
No he hallado coincidencias de mayor importancia más que las expuestas durante la lectura de los noventa y siete capítulos que componen En una novela real. La desconexión obrante entre personajes e historias ha sido el eje central y constante de la obra, a excepción de las que he referido luego de haberla inspeccionado en dos ocasiones con atenta intención. No abundan datos referidos a los personajes mencionados. Los diálogos escritos por el autor obvian la enunciación de nombres propios, de profesiones, de referencias geográficas y de circunstancias políticas y económicas.
A poco tiempo de haber concluido la primera lectura de la obra me dedique al rastreo de los datos biográficos de Ricardo Canicoba Antúnez. Pude saber, no sin un obstinado esfuerzo, que había residido durante alguna parte de la década de 1980 en la capital de la provincia de Río Negro y que había mantenido allí un empleo en una emisora radial local. Poco después, abocado brevemente a la búsqueda de sus eventuales trabajos para televisión, descubrí que había pertenecido en los principios de la década de los noventa del mismo siglo al equipo creativo de una productora de televisión de la Capital Federal.
Me fue informada también la autoría del guión de una telenovela que se emitió por el viejo canal Dieciocho que, pese a su escasa medición, perduró al aire durante tres meses y tres semanas.
Quise elaborar un programa de estrategias para conocer a los actores que protagonizaron esa telenovela pero dos fueron los invencibles obstáculos que de inmediato se me presentaron. Uno de estricta índole económica. El otro, que ninguno de los actores que hubieron protagonizado la producción manifestó saber que lo había hecho. Pude corroborarlo a través de entrevistas telefónicas realizadas desde una oficina de una dependencia estatal que me fue facilitada por quien me permitió escrutar los archivos adonde descubrí la existencia de En una novela real.
Luego de ese fallido y último intento por dar con el paradero de Canicoba Antúnez me vi obligado a abandonar la empresa debido a cuestiones personales y a una sensación.
Lo último que pude saber es que en los depósitos de varias productoras para televisión ya fuera de servicio de la ciudad Autónoma de Buenos Aires se encontraron ejemplares del guión de En una novela real.
De acuerdo a los registros de un Organismo competente se supo que jamás se intentó llevar adelante el proyecto.

miércoles, 6 de abril de 2011

INVESTIGACIÓN EN CORONEL SUÁREZ: BALDOMERO NATALIO YÁÑEZ (Fragmento del libro Los relatos sosos de Ímber Martínez, de Leandro Trillo - 2010)

Las historias que se transmiten de generación en generación y de forma oral suelen tener la característica de ser levemente, en el peor de los casos, distorsionadas por la erosión que diversos factores ejercen sobre la capacidad de memorizar de oportunos interlocutores, razón esta que justifica en este relato la inexactitud de algunos datos justamente por ser éste uno de aquellos, viajero indocumentado. Suponer que quizás ya no exista la posibilidad de dar con la verdad de la cuestión, de alguna manera me tranquiliza.
Quizás este relato posea la característica de dejar escrito lo que nació y debería seguir siendo oral. Pero opto por escudarme en la legitimación que otorga el acto biográfico ante las posibles acusaciones que los espíritus viajeros del tiempo puedan denunciar en contra mío.
Se dice que en la localidad bonaerense de Coronel Suárez, en algún momento de la década del cincuenta del mil novecientos tubo lugar el nacimiento de un tal Baldomero Natalio Yánez. Este no es un hecho de espectacular relevancia, pero sí, según viejos y nuevos relatores oriundos de localidades cercanas a Suárez, lo es el acontecer de su vida.
Los primeros relatos acerca de su extraordinario devenir comenzaron a ser narrados por un pequeño grupo de breves ancianos oriundos de Suárez en las postrimerías de los años ochenta.
Don Hipólito (tal vez su más acérrimo y constante admirador), un empleado de una empresa de transportes (o de una empacadora quizás, nunca quedó claro) solía relatar episodios de la vida de Baldomero Yánez (a quien refiere jamás haber conocido personalmente) los días miércoles después del trabajo en la vereda de su casa, relatos que estaban destinados a los curiosos oídos de quienes quisieran arrimarse.
El señor Lisandro, sobrino y escucha de don Hipólito, contaría años más tarde:
-Un miércoles de otoño, mi tío nos contó a algunos pibes la vez que Baldomero metió tremendo zapatazo desde la mitad de la cancha grande del club, metiendo adentro con pelota y todo al zurdo Velásquez, arquero por aquel entonces de la primera. El equipo para el que jugaba Yánez ganó ese picado por dos a cero.
Otro episodio de la extraordinaria existencia de Baldomero me fue referido en Coronel Suárez, mientras llevaba a cabo mi tarea de biógrafo de anónimos, por un sujeto llamado Gabriel:
-Don Hipólito era un viejo macanudo. Un miércoles se cebo unos mates. Éramos varios escuchándolo. Contó la vuelta que Baldomero se enamoró de una muchacha de Ingeniero White que conoció en la fiesta del camarón. Creo que era 1978 o 79. Decía que el tipo se fue hasta White a dedo unos meses después de haberla conocido para ver si la podía agarrar como novia. Natalia se llamaba, creo. Decía don Hipólito que esta tal Natalia no le dio ni la hora y que Yánez volvió al pueblo al día siguiente y estuvo un montón de tiempo deprimido.
Tal vez sea para el lector más curioso aún el episodio narrado por el señor Oscar, hijo de don Hipólito, curiosamente también un miércoles, en la vereda de su casa (distinta a la de don Hipólito) frente a varios espectadores:
-Decía mi viejo que un verano en el que este Yánez se había agarrado una infección intestinal galopante, se leyó la Divina Comedia en una semana y dos días.
Empezaba un abril cuando viajé a Coronel Suárez a investigar la vida de Baldomero Yánez; recogí unos cuantos relatos cargados de una similar cotidianeidad a los expuestos; y seguía comenzando Abril cuando volví a casa.
No está dentro de mis objetivos finalizar este intento de relato biográfico sin exponer una conclusión que me fue imposible refutar mientras viajaba desde coronel Suárez a casa. O bien la vida de don Hipólito fue sumamente solitaria, ermitaña e infeliz, hipótesis que no me seduce más que otras, o bien don Hipólito fue poseedor de una sensibilidad con respecto a lo cotidiano ajena por lo menos a mí. Hasta podría decir que envidiable.
Otra hipótesis que me resulta más aprobable es la de pensar que las pequeñas ambiciones que se buscan tan obstinadamente a veces, opacan, frente a la sensibilidad de gente (como yo), la virilidad espiritual con probabilidades de momentos de felicidad que los hechos cotidianos ponen frente a todas las narices cada día. Podríamos hablar, para el caso, de costumbrismos culturales, de prácticas sociales quizás alejadas de la sensibilidad cotidiana o de otras cuestiones. Pero no ahora. Para eso mejor tratemos de interpretar a los intelectuales que han pensado y trabajado sobre estos temas.
Debo confesar que jamás, ni en aquella época ni ahora, logró hacerme pensar en una existencia extra-ordinaria el hecho de hacer un gol desde la media cancha; mucho menos el haber sido rechazado por una mujer y tampoco el de leer la Divina comedia en el tiempo en el que Yánez lo hizo. Ni siquiera me conmueve demasiado ganar una falta envido con veintitrés o veinticuatro o ligar los cuatro reyes y ejecutar tute.
La cuestión es que de extra-ordinaria, la vida de Baldomero Natalio Yánez no tiene nada. Hasta que no consiga refutar la segunda hipótesis que tengo acerca de don Hipólito, acierto a pensar que la de él tal vez sí.