Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


lunes, 31 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 15 - LEANDRO TRILLO)

CALUMNIA E INJURIA


Larutia. Así era su apellido. Horacio Larutia se hacia llamar artista. Tenía facilidad para crear. Era escritor y había formado un conjunto de jazz mediocre. Era demasiado simple lo que hacían. Batería bajo y guitarra. No sonaba mal pero toda su obra parecía una misma composición. Demasiado igual una canción a otra.
Conocí a Larutia siendo un niño. Fuimos vecinos en un barrio de la ciudad de Bariloche. También fuimos a las mismas clases de guitarra en varias ocasiones aunque yo no seguí con esa práctica o ese entrenamiento, como lo llaman algunos, y el sí, hasta aprender a leer en pentagrama. Poseía el manejo de una mayor cantidad de lenguajes del que yo tenía. Era un tipo más interesante que yo. Junto a él y al profesor de guitarra compusimos un movimiento de jazz que fue ejecutado en una de las fiestas anuales de la banda de la policía de Bariloche. El tema lleva por nombre Nueces. Todavía puedo tocar la base de esa canción si agarro una guitarra.
En cuanto a la escritura, Larutia decidió explorar sin reparos los entreveros de ese arte. Conocí dos o tres obras suyas. Una es un ensayo que llamó Lo que ignora la sabiduría. Y también leí un libro de cuentos. Eran cuentos malos recuerdo, breves y poco interesantes. No tenían una trama atrayente. Las situaciones que planteaba fueron tratadas con demasiada liviandad. Muy desconexa. Leí una serie de poemas de su autoría también. Ese libro fue publicado y yo lo tengo en mi biblioteca. Larutia no era un imbécil. Estaba apartado de la estupidez. Aunque era tosco y gris. Silencioso. Su cuerpo ayudaba, a través de algún rasgo que no puedo nombrar aun, a dar sensación de silencio. Había algo en su postura, en su gestualidad, en su forma de caminar tal vez que llamaba al silencio. Sabía como generar silencio cuando le hacían una pregunta. Respuestas cortas, no comprometidas, sin exponer demasiado cabalmente opinión. Para enterarse de eso quería que lo lean. Aseveraba o refutaba con dos o tres palabras generalmente. Durante sus últimos meses no he podido hablar mucho con él. Nunca lo hicimos en verdad. Últimamente habíamos estado sentados un par de veces en la misma mesa del bar. Andaba recordando, me dijo.
Horacio estaba juntado con una mujer unos años mayor que él. Ella tenía una hija. Se que la relación entre él y la nena fue afectiva. Y su mujer, Carla se llama, era tan o más silenciosa que el mismo Larutia. Los chismosos, inmundos inevitables, aseguran que se llevaban mal. Pero ni a esos chismosos ni a los que se encuentran en cualquier y en todas partes les creo nada. Me encuentro seguro de que lo han inventado para poder decir algo acerca de él, porque pareciera que los estúpidos y los chismosos no pueden estar sin decir algo que defina la vida del otro. Máxime cuando el otro no les da espacio para que digan nada certero suyo. Ese era el caso de Horacio. Se los pasaba por las verijas a esa manga de tipos que no entienden que desde hace años están perdiendo el tiempo creyendo que lo que no se sabe de los demás se inventa.
Me parece que se llevaban muy bien con Carla. Ella solicitaba silencio. Eso es aun hoy su presencia. Una demanda de silencio. Y Horacio la correspondía porque sabia que si lo hacia iba a estar también satisfecha su necesidad de estar en silencio y de hablar solo cuando fuera necesario. No pensaban que estar acompañado es tener a alguien al lado que esté en perpetuo estado de palabra. No se si habrán sabido algo certero el uno del otro. Siempre los envidie de alguna manera. Estar acompañado mediante el silencio es difícil de conseguir. Horacio Larutia tenía treinta y seis años cuando me di cuenta de que lo había matado para siempre.

sábado, 29 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 14 - LEANDRO TRILLO)

ESQUIZOIDEADO


De repente me encontré trabajando. Sintiéndome preso. Antes había estado en Rosario. Allí curse durante seis años la carrera de antropología sin lograr recibirme. Adeudo algunas cursadas y varios finales. Ya ha sido desechado el proyecto. He residido toda mi vida por diversos lugares de la provincia de Río Negro. No cargo con demasiadas experiencias y conocimientos que me supieran plantar frente al mundo con temerosidad. Iba para donde iban las enseñanzas morales tradicionales. Así llegue, pidiendo permiso para todo, con elegantes modales imitados de las dinastías europeas medievales. Así estuve hasta que se me empezó a hacer inevitable emprender otros movimientos. Era eso o la muerte. Era eso o una especie de muerte en donde la conciencia no deja de funcionar. Deshacer algunos años que viví aprendiendo a manejarme por el mundo solo para agradar a los demás, más ridículos y caretas que yo por cierto.
Poco tengo ganas de comentar acerca de mi vida en Rosario. No tiene demasiada relevancia. Allí pasé por lo que pasa cualquier persona cuando se aleja de las costumbres de su pueblo. Llegó un momento en el que me sentí como un recipiente vaciado. No comprendí nada del todo bien ni me esforcé por hacerlo. Empecé a ir para cualquier parte con mas frecuencia de lo que lo había hecho jamás. Venía de estar mucho, mucho tiempo muy aburrido.
Descubrí músicas que me impresionaron de la mano de tipos que por lo general también me impresionaron. Desde hace tiempo poseo noches en mi haber rodeado de gente bastante mayor que yo. Siempre habite la noche. Siempre fui ciudadano de la oscuridad, de lo subterráneo, de los horarios en los que mis contemporáneos se recuperan del ajetreo psicológico por el que la oficina los hizo pasar hoy para volver mañana temprano a él.
Regresé a Río Negro tras seis años. Me había cansado. Y no hay nada peor cuando uno se cansa del lugar adonde está que volver al lugar de donde se fue. A la vuelta las cosas suelen percibirse terribles y es muy sencillo recordar cada pequeña diferencia. Los cambios afectan mal en esa situación. Los cambios, allí, no son motivo de celebración. Luego de la ausencia es muy habitual que los recuerdos diagramen a la percepción un escenario desacoplado del lugar a lo que verdaderamente es. Rápidamente conseguí trabajo en la administración pública. Ahí es donde comenzó una especie de estado mental al que desde ya culpo por el crimen que cometí. Nunca había pensado que la locura puede adquirirse si uno se esfuerza para ello. Si esa voluntad existe es solo cuestión de tiempo. Años. Eso es lo que me ocurrió. Una perdida absoluta de los cabales y de las tolerancias. Una perpetua y encadenada pulsión de destrucción, de moscas, de fosas, de alarmas de tiempo.

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 13 - LEANDRO TRILLO)

LOCURA EN RE


En una ocasión concurrí a una función teatral en la cual se presentó Larutia. Soliloquio se llamaba el número. Creo que esa palabra nombró en esa ocasión al obligatorio arte de encontrarse solo en la existencia, y además, loco. Recuerdo que Larutia se situó repentinamente sobre un cubo negro. Tenía sus antebrazos apoyados sobre sus rodillas. De un momento a otro me di cuenta de que comenzó a afeitarse mientras recitaba un texto. Recuerdo aún una de sus estrofas. “No se porqué piensas tu soldado que te odio yo, si somos la misma cosa, yo, tu”.
Recitaba el texto sin cesar. Lo trabajó logrando intensidad más que en lo textual, en las pausas anunciadas en su pronunciación. Fue capaz de situar la intencionalidad allí, en ese lugar, casi indescriptible como todo.
Para dar la ilusión de finalización de un momento, hizo un bien perceptible gesto de sorpresa y lo acompañó con un suspiro audible. Se miró en lo que deduje era un espejo. Prestó atención a este último acto y concentró su mirada hacia el espejo que le devolvía el reflejo de algo desconocido que aparentemente hallaba en su cara. Mientras tanto repetía el texto. Encontró otro algo desconocido en su rostro que volvió a llamar nuevamente y de manera más enérgica su atención y los suspiros se hicieron más audibles y esa intensidad devino ese sonido que precede a un grito de desesperación. Se miraba frenéticamente a ese espejo que limpiaba con su aliento para poder verse mejor, como tratando de corroborar si verdaderamente quien se encontraba reflejado era aquel a cuya imagen él estaba acostumbrado. Larutia repetía el texto una y otra vez. Comenzó a desesperarse y no pudo evitar correr por el escenario, ni pudo evitar recurrir a cada momento al espejo. Dudaba, no estaba totalmente seguro de lo que veía. Era como si no lo pudiera comprobar a pesar de las irrefutables sospechas que lo invadían. Se arrojó al suelo, lloró, pataleó y gritó. Pegó varias veces con sus manos en el piso. No podía evitar mirarse en el espejo y cada vez que lo hacía descubría gestos, marcas, pecas, lunares, pelos en todo su cuerpo que nunca antes había visto y que a partir de ahora eran parte de su historia, de lo que el había creído hasta ese entonces que era su identidad.
De un instante a otro la escena termina. Larutia se retira del escenario apacible.

domingo, 23 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 12 - LEANDRO TRILLO)

PUBLOIEIC ADMINIESTRACEIÓN


Adela, quien una noche evitó una muerte posible, me dijo hace unos días que estaba triste, muy sola y triste porque terminó con su novio, conversación que desde ya me pareció aburrido compartir. Mayor temor me dio a mi recordar la cantidad de veces que lo hice, citando fundamentos del tipo “las cosas pasan por algo”, ni hablar de “Dios sabe por qué hace las cosas”, o “siento que después de esto voy a quedar solo toda la vida”, como si estar solo toda la vida dependiera de terminar o no terminar con un novio o una novia. Adela empezó a hablar y no paró. Le dije de repente, como indicándole que pare de escupir, que es preferible en un caso como el de ella no ampararse demasiado en esa tristeza olvidable, sino que le convenía ampararse en la tristeza o en la pena de la muerte. Le sugerí, en resumidas cuentas, que ante lo que estaba viviendo se amparara en la idea de que se va a morir. Creo que entendió lo que le quise decir. Ahora, que me miro desde muy lejos, es como si recordara que cuando pasé alguna vez por situaciones similares a la de Adela me hubiera venido realmente muy bien que alguien, en vez de estupideces que me sacaban ferozmente el control de todas las posibilidades porque remitían siempre a poderes divinos, ajenos a mi carne y universales, me hubiera preguntado, “¿Qué vas a hacer?” y me hubiera recordado que “te vas a morir, Mujica, te vas a morir”.

viernes, 21 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 11 - LEANDRO TRILLO)

JOHN COLTRANE


Tengo la sensación de que a esta novela – creo que ya se trata de una novela – le falta la escena de ese tierno amor de lo que nada en este mundo carece. Una historia debería introducirse aquí referida a una de esas narraciones amorosas que crea una rama de la obra un poco más convencional. Sucede que como estoy tratando de escribir esto de acuerdo a lo que me va sucediendo adentro y afuera sospecho que debería introducir la narración de la historia amorosa en el mismo momento en el que suceda, pues ahora mi vida carece de lo que acabo de manifestar que nada en el mundo carece. Pues hay algo que si. Yo. Me refiero a que ni siquiera lo tengo en la mente. No deseo un teléfono celular de mujer conmigo. No deseo que me molesten y deseo a la vez que necesitaría que alguien me inspirara ganas de molestarla. Esa mujer quiero. Por lo tanto me resulta pesado tener que inventar más de la cuenta en esta parte. Así, quedará reservado el turno para esa parte de la historia cuando en verdad este ocurriendo. Y si no aparece el amor será tan sencillo procesarlo como lo indica la frase. Si no aparece el amor, pues no aparece el amor. Y si aparece, allí se leerán letras pomposas de deseo, de tinta carnívora, de origen animal, como escritas por un león. Esas letras serán el reverso de estas otras. Me conmueve a veces esta escritura porque no se qué es ni para qué servirá ni si llegara el momento en que decida ordenarla, o al menos corregirla. Me asusta porque es mía y los espejos nunca me han favorecido. También es la sensación de enfrentar cualquier hoja en blanco. Pero decido creer – enunciar la frase “he decidido creer que creo” es correcto y conveniente – justo seguir escribiendo. A veces siento que no puedo dejar de hacerlo. Ahora no me aburre tanto esta escritura. Los dedos me rebalsan y desbordan, me siento asaltado por la velocidad, por un juego casi de ejercicio mnémico para ubicar cada letra del teclado. Ahora poseo otra intensidad. Suena jazz, lento, y las cosas se han vuelto mas tornasoladas. Si. Hace pocos minutos salí a fumar.
Tal vez haya algo que este replicando relacionado a una reciente y algo desinteresada lectura de Los subterráneos, de Kerouac. No es del todo inútil pensar que pudo haberme seducido. Baudrillard pensó que seducir es el medio por el cual logra situarse un sentido por sobre el significado de otro. Y visto que estoy escribiendo de esta manera, a través de la que me identifico con Kerouac, no sería del todo errado mencionar que probablemente me halla seducido su estilo y que por esa razón no desee en este momento dejar de hacer aquello que una identificación transmuta o sublima, convierte en un momento placentero, de goce.
El mundo de Los subterráneos, por otra parte, es un mundo que me gusta y que conozco. Esa idea de sótano que se parece tanto al mundo es familiar para mí. Esa oscuridad que le es más fiel a la certera mentira de la noche. Esos personajes extraños y ajenos, como Sergio el anarquista, que en verdad nadie puede dejar de ser más allá de esas horribles caretas que este ritual del capitalismo insta a poner sobre los rostros de los que no recuerdan demasiado sobre el deseo. Esas melodías con la banda en vivo, Charlie Parker, las drogas que tanto escandalizan a los que fabrican la mierda que nos llega a todos para alimentar nuestra vida. También soy del bando de Los subterráneos. Pago el costo de la soledad que he elegido. A veces me gustaría no sentirme tan bien cuando estoy tan solo. De alguna manera es una deuda que se actualizará sin dudas mañana.

miércoles, 19 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 10 - LEANDRO TRILLO)

MIEDO A LA ESTUPIDEZ


Tengo vestigios aun de la locura de ayer. Mi mente funciona desde hace algunos pocos meses de una manera entrecruzada. Como si mis archivos estuvieran mezclados. Estoy muy loco últimamente. Demasiados excesos, demasiado humo, demasiado yuyo, demasiado baldío. Creo que en los últimos meses he pasado seis días seguidos sin enloquecer. Y no he dejado de ser el mismo bolo de carne y nervio que se remoldea de manera frenética. Un perfecto extraño con las inconstancias de siempre. Pareciera que siempre seré eso. Otra vez tengo la sensación de que he perdido la capacidad de afirmar. Me siento inseguro de todas y cada una de mis afirmaciones. Un imbécil me dijo el otro día que… ¡Ba! Ya ni me acuerdo lo que me dijo un imbécil. No desperdiciare mi tiempo en atender las estupideces de un estúpido. Además habrá sido casualidad que me agarre afuera de mi útero, adonde guardo mis discos, porque cada vez se me ve y se me huele menos.
Critico al elogio de la simetría. Me gustan los lugares asimétricos y los horarios no pactados. Prefiero a los tipos que no cazan una antes que a los que se aburren. Prefiero los días en los que hace frío y calor a la vez en vez de los conceptos de verano o de invierno. ¿De donde sale ese gusto, esa devoción, esa necesidad de la simetría? Incluso en el conocimiento. ¿Por qué funciona así aun?
Fui a teatro el otro día. Me indigna la imbecilidad de la gente. La falta de capacidad de responder preguntas de la gente. Se armó una ronda de trabajo grupal en donde el profesor pregunto cómo vamos, qué ostias nos va pasando, cómo nos sentimos, qué, qué en relación a la tarea que llevamos adelante. Y varias de las señoras allí presentes respondieron hablando que son muy estructuradas y así arrancó la perorata por su infancia, por sus problemas malditos de columna, de brazos dañados, de hombros rotos y de culos rotos pareciera. Maldita la hora en la que la historia fabricó ese chip de la autocompasión y lo puso, escuela de por medio, en la cabeza de los que no han podido evitar devenir ingenuos, soberbios y sordos ante las señales de la creatividad.
-¡Nadie pareciera ser conciente de lo poco que le interesa saber cuales son tus problemas, mucho menos si intentas seducir poniendo cara de triste, de recipiente que espera contención compasiva mientras lo narrás! ¡Dense cuenta por favor! Te preguntan como van tus cuerpos, tus sensaciones, tus experiencias de libertad en relación a lo que es un juego y respondes “yo soy muy estructurada. Me cuesta un poco. Pero va bien”. ¡Por favor! Nadie te pidió que afirmes si esta bien o mal. ¿Con que autoridad lo haces? ¿Tenés deseos de estar ahí? Si es sí, responde usando tu cuerpo, tus registros, tus sensaciones, tu pensamiento. Si no nos encajamos indefectiblemente. Perdemos tiempo. Y si es no, no respondas nada. Pero no nos dañes. No nos des el ejemplo equivocado, que es mucho menos imbécil referirse a él que a lo que esta bien o mal.
Igual que otra señora. Tras la consigna “improvisen” en la ronda, dice:
-Yo me desesperé porque no sabía si lo que estaba haciendo estaba bien o estaba mal.
Claro que nos va así entonces por pura responsabilidad nuestra. Si somos incapaces de acatar una consigna tan sencilla, como vamos a ser capaces entonces de corresponder a nuestros deseos, a los acallados y despalabrados deseos. Habría que leer más a Maldoror y dejar de mirar televisión.

viernes, 14 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 8 - LEANDRO TRILLO)

FRAGMENTANDUM


Son tantas las opciones que se presentan para hacer en este momento en que me despierto luego de haber dormido de las dos a las diez de la noche – estuve de fiesta y descontrolado el fin de semana y hoy es domingo – y sin embargo todas y cada una de ellas me resultan aburridas y extremadamente superficiales. No quiero chatear, no quiero ver a nadie, no quiero putas ni travestis, no quiero fumar, no quiero comer ni mirar televisión. Me carcome el adentro el hecho de continuar pensando en las cosas que vi en una fiesta de ayer. Ayer estuve en una maldita fiesta.

miércoles, 12 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 7 - LEANDRO TRILLO)

MENOS DOCTORES


He descubierto en estos días a Kerouak. La espontaneidad suya me atrae. Cuando cierro el libro también hay espontaneidad por todas partes pero es enfermiza, es la espontaneidad de la imbecilidad, de lo miserable. No es de extrañar entonces que Leo no tenga su guitarra si a nadie le calienta escucharlo tocar. Todos estarán imbuidos por esta inmunda espontaneidad o viveza que creen, convencidos, que es lo debido. Probablemente cuando Leo comience a tocar los imbéciles le digan “Muchacho, baje por favor el volumen que estamos hablando de cosas serias”, o se le rían enfrente de su nariz irritada y de sus ojos de color rojo noche. En ese caso la historia se repetirá. Todavía veo esos recitales en donde las veinte o treinta personas que estábamos hubiéramos deseado que estén muchísimas más. Es demasiado peso para Leo lograr un escaso equilibrio entre esas situaciones a las que luego los imbéciles de verdad caratularán como espontánea. Como una buena experiencia. Mi asco y mi resentimiento para ellos. En este juicio resultan culpables. En este hospital resultan incurables. En este neuropsiquiátrico resultan intratables y en esta oficina cualunque y nefasta resultan inútiles, inservibles.
Juicio, hospital, neuropsiquiátrico, oficina. Lo único de lo que estos verdaderos miserables son capaces de hablar y lo único que han demostrado que son capaces de crear. Como eximios infelices están condenados a la infelicidad. Su ventaja es que no han sido capaces de darse cuenta aun porque han logrado, los muy inútiles, que su capacidad de desear no se resienta con ninguna experiencia, porque no son amigos de lo sensible. Y probablemente, todavía locos, mientras sus cuerpos los envuelvan en la más inmunda de las vejeces, obtengan como por milagro o algo así un instante de lucidez. Y allí ocurrirá, como le pasó a mi abuela mientras yo cuidaba en su lecho que respire como para mantenerla con ese sufrimiento agonizante que se justifica en la ambición de mantener vivo a un loco o a un senil, el momento en el que dirán, no pudiendo controlar la irrupción de llanto, el único verdadero que les brotara de los lagrimales con color a sangre y olor a bosta
-¡Mirá cómo estoy, meada y cagada! ¿Qué me pasó, qué me pasó? ¡Qué hice, que hice por favor, qué hice!
Es probable que ese destino nos espere a todos. Leo podrá recordar guitarras prestadas en caso de que algo de cordura le quede cuando llegue ese momento.

domingo, 9 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 6 - LEANDRO TRILLO)

CARENCIA DE HISTORIA


Mi nombre es Jesús Mujica. Trabajo en un corralón del estado. Quiero decir en una oficina de la administración pública. Eso ya da otra importante idea acerca de lo que puedo llegar a hacer de mi vida y acerca de las marcas que puede tener mi cara. Con ese dato los horarios son ya suponibles. No poseo la noche para desarrollar aquello que quiera desarrollar de noche ni poseo la mañana tampoco para hacerlo. También trabajo de tarde en otra cosa. Tiene que ver con la educación, pero no lo llamaré docencia. Durante la mañana actúo a un personaje nefasto, cuya tarea es hacer creer a los demás que sus problemas verdaderamente le importan. En realidad no me importa nada. No tengo demasiada vida social. Mis afectos son escasas personas que se hacen presentes en mis días a través de recuerdos y algunos libros y algunos discos. Ese es mi círculo íntimo. Desde hace ya largo tiempo no creo ni deseo lo demás.
Hablaba con María Virginia, hace poco tiempo, pues lo de más allá me resulta difícil de recordar, acerca de la mejor manera de presentarse. Ante la pregunta ¿Quién es Ud.? uno debería contestar:
- Yo soy mis deseos – enumerarlos, de seguro no son demasiados o muchos más que dos - y las cosas que hago para satisfacerlos. Eso es en verdad lo que uno es. El resto son colillas de cigarrillos. Uno se presenta usualmente enunciando su profesión.
-¿Quién es Ud?
–Doctor Jesús Mujica, jefe de área de terapia intensiva a sus ordenes.
Eso no dice nada de mí ni de nadie. Pero tampoco por lo general hay tiempo para eso. Todos están demasiado ocupados, como en un perpetuo estado de llegada tarde. Con esa misma ansiedad. Y así quedan temas y temas y temas y montones de bolsas de secretos tiradas en las veredas y cosas e inquietudes guardadas en la enorme caja de temas para hablar mañana o la próxima vez que nos encontremos.
Soy Jesús Mujica. Evito contestar bien o mal. Soy solitario e intolerante. No quiero a demasiada gente. Prefiero los espacios vacíos, esquivo la televisión, disfruto de la música, de la intimidad, de la desnudez, de las experiencias solemnes, de la brevedad y de la lógica de la intensidad de las emociones. Frecuento casi siempre un mismo bar en horas en que está usualmente vacío o con muy poca gente y bebo allí cerveza en una mesa que es casi siempre la misma. No estoy demasiado solo allí porque los que están a esa hora estimo que persiguen algo similar a lo que persigo yo. Esperan. No hablamos demasiado pero suelo estar en la misma mesa con tipos sin saber nada de ellos y sin que ellos sepan nada de mí. La gente del bar suele poner a esa hora música europea. Es contemporánea y la detesto, pero es casi seguro que en todos los discos hay alguna grabación extraviada de Herbie Hancok o de Led Zeppelin o de alguna otra cosa desbordante.
Por lo general yo, Jesús Mujica, evito dar explicaciones. Pienso en el discurso. En los usos que tiene. Las palabras son muy poderosas. Realicé un par de experimentos lingüísticos. Lo hice junto a María Virginia, conocedora de las artes de la psicología. Exploramos las posibilidades de acceder a diversas intensidades sensibles al cuerpo generadas y manipuladas de acuerdo a los usos del lenguaje. Corroboramos que combinaciones de palabras o el armado de frases poseen importantes efectos sobre la conducta corporal e intelectual. Algunas cosas de ello han sido escritas y rápidamente canceladas. Quedó un recuerdo satisfactorio. Cosas como esa prefiero. No me divierto fácilmente. Por lo general es a través del contacto con los objetos de los que hable. Libros, discos, algunas personas, pero no son todos los días los que tengo ganas de estar en compañía. Ese soy yo. Jesús Mujica. No me importa la política. No creo en ella. Me parece una palabra mal usada. No hablare aquí de ello porque no quiero.
Nunca sufrí demasiado. Me he angustiado como cualquiera dice. Algunas mujeres me dejaron y algunas han sido dejadas por mí. Sufrí más cuando me dejaron, como cualquiera. Yo, Jesús Mujica, creo en el arte, en los libros.

viernes, 7 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 5 - LEANDRO TRILLO)

CAJA TORÁXICA


Pronto deberé presentarme, si es que no lo he hecho bastamente aun. ¿Qué esperan que diga? ¿Mi nombre? He dicho cosas más importantes que mi nombre. Cualquiera que sea mi nombre, nada modifica el hecho de que yo estoy ahora en una oficina que está llena de muerte. Muerte por todas partes y por todos lados. Nadie puede dejar de morir aquí. De la forma más canalla y más ruin, y de la otra. Demasiada gente muere demasiado seguido entre los de aquí adentro. El padre de, la madre de, el hermano de, la hija de, la mujer de, la nieta de. Es demasiada muerte. Quizás sea un mensaje.
Ayer, en un velorio horrible de una de estas personas le comente a una señora que aquello que me angustia de la experiencia del velorio, de ver la muerte ajena, que no es otra que la mía y que la de todos – cualquier muerte es acaso un espejo – es pensar que a mi se me morirán próximamente una serie de seres queridos cuya pérdida me resultara irreparable. Me espera un affaire con el olvido que seré incapaz de evitar. Y el olvido es parte del círculo del amor. Tal vez el ritual de la muerte sea efectivamente una forma más de amor. Me resulta imbécil en verdad creer en lo que acabo de escribir, pues creo que estoy escribiendo compulsivamente con el solo fin de tratar de esquivar tener que ir a un velorio en el que sé que en este mismo momento estoy siendo esperado. Y no me molestaría defraudar al velorista. Pues aunque él no lo sepa semejante rito es completamente inútil para los dos y las lagrimas que broten de allí nos convierten incesantemente en imbéciles. Nada existe, decía Sergio el anarquista. La resaca, la mierda, lo oculto y lo subterráneo, como pensaba Kerouak, eran los territorios de Sergio, quien además de anarquista era quien temprano dejó de creer en la forma que usaban los imbéciles para celebrar la muerte.
Evidentemente he decidido usar estos papeles restantes para hacer algo así como un anotador adonde poner lo que siento con respecto a este espanto.
-Esto está mas espantoso que nunca, dije hace poco a mis alumnos. Me miraron. Ese es otro tema. Mis alumnos. Me encuentro generalmente con aulas vacías. Nadie está demasiado interesado en estar en aulas. Queda excluída de mi generalización un poco de gente grande. Pero jóvenes muchachos están porque sí. Pareciera que no hay nada que valga la pena en las aulas. Expresiones inmundas, de desagrado. Indiferencia. Las miradas y los mensajes no se encuentran con sus receptores. Tal vez reflejen lo que soy yo frente a un aula y funcionen como un espejo. Pero gente mucho más bella que yo y más capaz se pregunta por el mismo problema. Hay días en los que no me considero tan inmundo y hay días y momentos en los que me veo como todo un Adonis. Ya no se a quien creer. No sé a decir verdad si creo ya en cosas y en gente. Cada vez más seguido me encuentro gustoso de aislarme, gustoso de encerrarme a tratar de escribir una sola línea que valga la pena, que justifique un escrito, un libro, mi vida, pues aun siento que no la he escrito. Es como si cada vez menos necesitara a la gente, a los bares, a los hoteles, al sexo, a los imbéciles y a los inteligentes para moverme o aquietarme en el mundo. Si no fuera porque trabajo para pagar una maldita casa que nunca termina de llegar mi figura se adecuaría muy bien a la de un ermitaño.
Hace poco conocí a un muchacho que me pasó buenos discos. Me pasó discos de Fates Warning, Goran Bregovic, Devin Townsend. No conocía a ninguno y dio la casualidad de que yo llevaba discos conmigo aquel día. Y le pase unos cuantos. No se sorprendió. Yo no pude evitarlo. Siempre la misma idiota sonrisa dibujada en mi cara.
Al igual que mi vida, nada ocurre en este escrito que configure una trama demasiado coherente, como la llamarían los tipos a los que trato de evitar justamente para no oír esa devolución. A veces me desespera ese tipo de escritura, que mas bien huele a vomito cuando la huelo en la relectura. No deseo escribir una novela para tratar de obtener premios y reconocimientos. El amor que usan para escribir novelas me parece inútil y desagradable. Es vano. Prefiero el vacío y el odio. Pasiones más fuertes. Más potables. Más alimenticias. Prefiero la mierda. Así que me declaro en rebeldía. Nada me importa frente a esta hoja ya. Tampoco poseo editor y lo más probable es que no me esfuerce por poseerlo. Las pulsiones que operan en mis manos son otras ahora. Probablemente estos papeles mueran conmigo, sin ser vistos por nadie. Como si fueran un ser humano cualquiera. Y su mayor logro es no ser nada más que una serie de anotaciones frenéticas.
Pronto deberé presentarme. Habrá que imaginar, luego de haber leído aquello que vengo contando, cómo puede ser mi figura, cuáles los gestos que hacen identificable y descriptible mi rostro, cómo puede verse mi aspecto.

miércoles, 5 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 4 - LEANDRO TRILLO)

PORQUE SÍ


Con frecuencia solía preguntarme cuando era más joven que ahora, y más inocente, acerca de la relación entre las ciudades y los parques. Quería saber por qué algunos parques venían a la ciudad y por qué algunos no. Trataba de establecer cómo funciona una ciudad rodeada y poblada de parques, de circos, de ilusiones, de simulacros, de máquinas que fomentan risotadas y vértigos y cómo funciona aquella ciudad que no tiene eso. Los payasos visten trajes, camisas, remeras y llevan todos una mueca indescifrable. Ni aquí ni allá. Ni de la alegría ni de la no alegría. Las pelotas son pesadas, los malabares entristecen a los malabaristas en tanto los deban hacer para subsistir. Eso se ve en esta tierra. Las ciudades y el deseo se llevarían en verdad bien. O podrían llevarse mejor. ¿Cuáles son los deseos para consumir que ofrecen las ciudades a sus sujetos? Si yo supiera cuales son sabría mucho de la profundidad que no ha sido buceada, de la oscuridad y de los subsuelos de esa sociedad.
Más allá de todo, Leo es un sujeto que ha producido productos artísticos en esta ciudad. Ese es el punto. La diferencia entre un taller y un apoyo a la actividad cultural radica en que uno produce valiosas exposiciones. Lo otro lanza productos a la eternidad. Discos, libros, cuadernos de fotos. Tal vez nos estemos privando de pasar a la eternidad como pueblo pequeño, como ciudad pequeña. Quizás en veinte millones de años, cuando las catástrofes que nos azotan hoy sean otras, pudiera el hombre del futuro encontrar un resto de lo que produjo este insignificante pueblo de la misma manera en la que hoy se encuentran productos regionales del australopitecus. Nada ha quedado de sus exposiciones. Han llegado a nosotros sus productos, aquello que han sido capaces de producir.
Uno puede ser definido de la manera siguiente:
“Yo soy aquello de lo que soy capaz”.
Claro que habrá gente a la que no le convendrá ser definida de esa manera. Sobre todo a quienes creen que a través de organigramas políticos tienen a cargo el desarrollo cultural de una región. Tal vez de muchos otros aspectos políticos también pero no me interesa referirme a ellos, pues no me interesan y no creo en ellos ni en su utilidad que ha demostrado únicamente servir para generar la muerte a los deseos y a las pasiones humanas. Solo creo en el arte y en los abrazos que es capaz de generar, en los refugios que es capaz de producir, en la afirmación con la que dotará a la gente para que pueda decir “yo soy aquello de lo que soy capaz”. Eso es en lo que creo y por eso escribo esta inmundicia. No quisiera estar escribiendo esto. No tolero el hecho de que me toque estar viviendo aquí.
No me gusta mi tiempo, no me siento cómodo y no quisiera estar vivo aquí. Rodeado de tantos imbéciles que ni siquiera me consuela saber que también estoy rodeado por algunos pocos tipos que no son del todo imbéciles. El director de administración de esa maldita oficina, acaso el tipo más imbécil de todos, Luís, ese alumno alcahuete y detestable, yo mismo y la lista es interminable. En cambio la otra no. Es mucho más escueta y pareciera que es cada vez más exclusiva. No me hallo aquí. La sensación es similar a sentir que no hay humanidad en estos lugares. Preferiría el descontrol y la anarquía pues estar vivo y dedicarle todo el tiempo a tratar de sobrevivir corriendo el riesgo de no lograrlo convierte en inútiles a los fines para los que ha sido creada la sociedad. Leo. ¿Cómo ostias todavía no posee una guitarra? ¿De qué, de qué estamos hablando?

lunes, 3 de enero de 2011

A.D.E.C.L.E. Y LAS INVESTIGACIONES DEL PROFESOR ESTEBAN DOMINICO AGUIRREZABALETTA (de Los relatos sosos de Ímber Martínez - Leandro Trillo - 2010)

A.D.E.C.L.E. Y LAS INVESTIGACIONES DEL PROFESOR ESTEBAN DOMINICO AGUIRREZABALETTA


El profesor Esteban Dominico Aguirrezabaletta, nacido en Abril de 1946, ha sido un sujeto de vida involuntariamente guiada por la curiosidad. Sé que alguna vez alguien le refirió, en los albores de la década del ochenta, que era él de la vieja escuela. Aguirrezabaletta entendió que esa devolución fue quizás uno de los hechos más importantes de su vida pues a causa de ella advirtió que la nueva escuela ha traído al mundo a un nuevo hombre. Bajo esa misma nomenclatura decidió llamar al hombre a través de, hasta donde se sabe, tres ensayos elaborados en el transcurso de una investigación que duró treinta y cinco años aparentemente. Un fragmento de uno de esos ensayos, el único al que evidentemente fui capaz de acceder, es el objeto de este relato.
Se decía que Aguirrezabaletta era un hombre dedicado de lleno al estudio. Metódico y constante no decidió realizar viajes en demasía, como enseña la historia de algunos grandes científicos autodidactas. Más bien prefirió la observación de la conducta en los lugares en los que esporádica y casualmente se encontró a lo largo de su vida, que fueron ciertamente pocos, según pudo saberse mediante informes obtenidos a través de las oficinas del registro civil. Sus estudios y sus obras nunca han sido ni expuestos ante foros académicos ni postulados para que se evalúe la posibilidad de que sean editados. No fueron exagerados los intentos del profesor Aguirrezabaletta por llegar a publicar sus producciones. En verdad pocas personas ajenas a su reducido círculo de afectos las habrían conocido. Una ducha de similar desconocimiento ha logrado ocultar los entreveros de la forma en la que llegó a decidir invertir treinta cinco años de su vida en una investigación. Nada se sabe acerca de esos procesos. Escaso es lo que se conoce acerca de la vida del profesor Aguirrezabaletta.
De los cuadernos de anotaciones que le pertenecieron y que han sido encontrados ninguno expone un solo detalle de lo que podría considerarse su vida íntima. No existe material documental que haya llegado a mis manos que sea capaz de corroborar o de negar su calidad de buena o mala persona, sus colores favoritos o los que en vida despreció, sus aventuras sexuales, sus desengaños, la continuidad de su vivir o la inevitable aparición de su muerte.
Pude saber que un sobrino suyo que lleva su mismo apellido reside en un pueblo cercano a la ciudad de Bahía Blanca. He tratado en dos oportunidades de dar con él. En la primera se negó rotundamente a atenderme y en la segunda ocasión compartimos una mesa de cafetería y me explicó que nunca había tenido relación con su tío que mereciera ser contada.
Se preguntará tal vez el lector entonces cómo es que he llegado al escrito que se transcribe a continuación. Ante ello explicaré que lo hallé en un local de venta de libros de escritores anónimos.
Aguirrezabaletta fue miembro de una asociación que se dedica a reunir libros no editados ni publicados ni difundidos. La asociación lleva por sigla A.D.E.C.L.E. Significa Asociación De Escritores Carentes de Libros Editados. No había ningún libro editado ni dos ejemplares del mismo texto en los archivos de A.D.E.C.L.E.
Conozco la existencia de una serie de conflictos nominales acaecida a mediados de los años noventa referidos a litigios de poder que pretendieron nominar de una manera a quienes hubieran publicado libros alguna vez y de otra distinta a quienes no lo hubieran hecho a pesar de haberse desempañado en la misma tarea.
Fue en ese local, desprolijo y empolvado, en el que logré hacerme con el original del manuscrito del profesor Aguirrezabaletta.
A.D.E.C.L.E., al poner a cargo de la atención al público a un joven que no dudó en aceptar diez pesos que le ofrecí para poder llevar los papeles conmigo, había dejado ya de funcionar, evidentemente, bajo la firme intención de registrar a rajatabla los trabajos de los escritores que no habían publicado jamás bajo los esquemas formales de una editorial.
En lo que concierne a aspectos referidos a la formalidad del fragmento que se transcribe diré que pertenece a uno de los tres ensayos que se sospecha componen la producción escrita de Aguirrezabaletta. Todo indica que el ensayo se encontraría incompleto pues carece de índice, de títulos intermedios, de subtítulos. De acuerdo a mi propia experiencia en los anaqueles de A.D.E.C.L.E. puedo concluir que no es imposible que el texto haya sido manipulado por su guardián.
El hipotético fragmento que aquí se expone plantea una serie de reflexiones referidas a lo que el autor intuye como la figura aparecida de un hombre nuevo.
Con indisimulable tinta de opinión personal diré que el escrito del profesor Aguirrezabaletta no merece ya más prólogo que este.


“LA APARICIÓN DEL HOMBRE NUEVO


Por el Prof. Esteban Dominico Aguirrezabaleta.


Quizás sea necesario indagar algunos rasgos que definen al nuevo hombre. Es innegable que éste ha aparecido. Algo habrá hecho la historia. Existen una serie de estudios estadísticos y sociológicos que han tratado de demostrar la aparición en la cadena evolutiva humana de un nuevo género de cuerpo. En este tipo de teorías ocurre la tan esperada no escisión de cuerpo y mente como si se tratara de dos envases que son ajenos el uno del otro. En esta nueva configuración, a ambos términos corresponde el mismo nombre. Debo declarar que he sido hasta no hace demasiado tiempo un preocupado seguidor de los estudios que estas teorías han comenzado a desarrollar. Creí, en un momento, que no sería posible hacer coincidir esa serie de supuestos con sujetos pertenecientes al campo de la realidad. Decididamente, y a causa de la necesidad de trabajar, comencé a realizar una serie de estudios de índole indefinible ejecutados sobre sujetos contemporáneos a mí. Ello ha derivado en la búsqueda de lo que estas teorías que tanto me han interesado llaman el nuevo hombre.
Fue así que cometí un considerable esfuerzo por tratar de desentrañar qué es el nuevo hombre.
Primeramente intuí que lo que debía buscar eran datos y rasgos de aquella conjunción irrumpiente en el lenguaje de lo que juntos conforman el cuerpo y la mente. Es decir rasgos que tengan y otorguen la capacidad teórica de unir. Comencé a trabajar frecuentando oficinas de la administración publica, colas de bancos, aulas de universidades, mini mercados, bares, discotecas, saunas y teatros. La investigación ha demandado un total de tiempo de treinta y cinco años.
He hecho mis mayores esfuerzos intelectuales por tratar de situarme en todos los ángulos de mi vida como un observador durante la mayoría del tiempo que estuve investigando. A raíz de ello soy hoy, innegablemente, una persona de frío carácter, un gran simulador y un sujeto que se encuentra, generalmente, ajeno. Trato de no emitir juicios, pues he comprobado que no hay demasiada utilidad en creer ni siquiera un poco más de lo debido el juego que proponen las ficciones sociales más allá de la necesaria para subsistir.
En una oficina de la administración pública he observado y estudiado celosamente a sujetos por demás interesantes. Las formas en la que los discursos funcionan en los centros de invención de sentidos son muestra de la creación. Ocurre una especie de arte en cada ámbito que en algunos casos excede lo que se puede imaginar como banal y en otros excede lo que uno podría imaginar como superación artística. El ámbito de la conducta más usado para generar y reproducir esta producción es el discursivo. En este sentido, tanto el hombre nuevo como el hombre viejo están obligados al arte y a la creación tanto como están obligados a la aceptación de la muerte.
Aun en los casos de implicancia más extrema, como simulacros de enamoramientos, contiendas económicas y fingidas discusiones de lo que llaman ideologías, he decidido no sucumbir ante la tentación de conformar parte de esas historias. Pasado el tiempo de mis posibilidades confieso creer que también yo he matado a un artista.
El nuevo hombre en la cadena de la evolución no pudo ser escindido en términos de cuerpo y mente porque lo que ha ocurrido en común, de acuerdo a mis estudios, es que la configuración corporal se ha dado a través de un proceso de dominación ejercido por la mente. Sin embrago es éste el límite al que puede llegar el análisis mientras se continúen tomando los términos por separado. Para aceptar que es de otra forma es necesario dejar de pensar en las formas anteriores. Es necesario el silencio para ello. Las palabras justas brotarán solas. Nada es olvidado. De todo hay un registro que más tarde o más temprano se presenta como plano.
Una de las observaciones fundamentales y que más han llamado mi atención se corresponde con la fusión que los sentidos de los sujetos han protagonizado con relatos evanescentes y convencionales. Hay sujetos que han convertido palabras ajenas, de otros, hasta empresas, en carne, en sinónimo de verdad, en conducta sin importar el olor a humedad, las moscas merodeando frente a lo rancio, la alcahuetería vana. En más de una ocasión observé abruptos cortes de dialogo entre dos personas que con anterioridad habían decidido llamarse amigas y compañeras en razón de un rumor, de un cometario de pasillo, de una alcahuetería. A raíz de ello observe gente enfermar. Gente a la que el esófago se le lleno de llagas, gente cuyos intestinos se volvieron intransitables, gente cuya capacidad de desear debió ser internada de urgencia en un geriátrico para deseos. He sido testigo de que ello dio lugar a que las ciencias de la conducta desarrollaran una irrefrenable compulsión a nombrar, a ejecutar nomenclaturas sobre espacios cada vez más escindidos pertenecientes al mundo del desarrollo de la subjetividad. No demasiado lentamente cada enunciación expedida por un sujeto cualquiera pudo corresponderse, encasillarse, moldearse de acuerdo a un síndrome o a un complejo o a una sociopatía formulada por esa compulsión a nombrar.
He sido testigo de cómo aquellos que decían llamarse amigos se han llamado enemigos de un momento a otro a causa de las insondables emociones que generan los celos cuando hay cuestiones jerárquicas de por medio. De todo lo que he visto, esto es acaso aquello que más me cuesta teorizar, pues no resulta bajo ningún concepto claro si se extrae de lo que es el nuevo o el viejo hombre. Pareciera que allana el campo de las esencias o de las características de especie.
En el ámbito del desarrollo subjetivo del nuevo hombre lo que está en juego, en disputa, el trofeo que justifica el odio hacia otros sujetos es un gesto que se pierde inmediatamente en el tiempo, no queda registro porque no hay virtud alguna que merezca ser registrada. Ni siquiera se conforma un chiste o un grato momento para ser registrado. Comencé a intuir allí los aspectos más banales del nuevo hombre.
El nuevo hombre de la cadena es aquel que vive en las ciudades como si estas fueran salas de espera. El nuevo hombre espera sin saber que se encuentra esperando. Y si bien ese ha sido el destino de todos los hombres a través de todos los tiempos, el nuevo hombre lo vive a través de una singular capacidad deseante. Esperar ha pasado a significar objetos e imitación de conductas mediáticas para él. Se toma el nuevo hombre un sobre efervescente de pulsión tanática cada mañana para salir a la calle. Sale a ella, por lo general, negándose a los placeres. Pareciera que le alcanza viendo como otros acceden a ellos. La maquinaria mediática del nuevo hombre se encarga perfectamente de satisfacer esa pulsión a través de revistas, de programas de televisión, a través de las estrategias de reproducción y a través de la fabricación de espejos que devuelven al ojo del observador un reflejo irreal de su propia imagen, que se vuelve similar a la de aquellos que habitan el protagonismo mediático y que son admirados por ello.
Esa disfunción psicológica de lo que es el placer y de lo que es el goce para la configuración subjetiva del nuevo hombre ha sido un constante faro de observación en el transcurso de estas investigaciones. Así, pude concluir en algún momento que en su mayoría, el hombre nuevo sobrevive en las sociedades que ha decidido crear y acatar. El hombre nuevo, tan ligado, tan inseparablemente unido a la ficcionalidad, espera no morir hoy. Prefiere vivenciar la agonía de sus deseos, de sus males, de sus quejas y de sus decepciones diarias. El hombre nuevo, a causa de su adicción a las ficciones no puede hacer otra cosa que sobrevivir. Por eso, de alguna manera, la sociedad producida que produce al hombre nuevo funciona como una sala de espera. En ella se espera ansiosamente que se presente ante la propia vida una súbita realización de las propias necesidades y deseos similar a la que los tótem mediáticos muestran cotidianamente.
En innumerables oportunidades testigos directos de la nueva humanidad me han relatado que han sido discriminados de la manera más destructiva y conciente a la vez por todo un equipo de trabajo, es decir por todo un entorno. Las más humillantes acciones provenientes de un conjunto de lo que se llamaba cuerpos mente han padecido miles de sujetos que no han podido des sujetarse de ello. Los he visto llorar ante mí, siendo un completo desconocido. He visto el habla rancio e irrecuperable de esos sujetos que no han hecho otra cosa más que exponer con sus relatos una radiografía del hombre nuevo. De aquel que cree que el derecho de piso es el castigo hacia aquel que el azar ha situado inconcebiblemente frente a él, de aquel que cree que puede pertenecer a una mayor dignidad humana a través de la adquisición de aparatos electrónicos de alta tecnología, de aquel que confunde lo diferente de su cuerpo mente con lo intratable, de aquel que intuye que el retiro de las palabras es un mensaje constructor.
En las dependencias y en las fabricas del hombre nuevo he visto la estrategia echada a rodar consistente en el armado de ficciones que se sitúan distorsionadamente por sobre las ficciones a las que el hombre nuevo es adicto. Es decir que tras la persecuta de un objetivo correspondiente a los anhelos del hombre nuevo se traman historias para difamar. Ello, la difamación ficcional, constituye para el hombre nuevo una adicción severa que se presenta tan difícil de revertir como otras. Se trata básicamente de la adicción a la producción de ficciones que se sitúan por sobre las ficciones anteriormente creadas. El rumor le ha resultado insuficiente al hombre nuevo. Por eso ha consagrado fábricas de chismes en el seno de su vida social. El nuevo hombre no rumorea, sino que posa su capacidad creativa sobre el desarrollo de chismes. De esa manera configura historias y teje tramas en la mayoría de las veces inexistentes. Sobre ese tipo de ficciones que se sitúan por sobre las ficciones convenientes es sobre las que se arma el discurso del hombre nuevo.
El hombre nuevo, en lo que refiere a un aspecto pedagógico de su configuración, no ha sido enseñado acerca del papel de las ficciones en la constitución de las sociedades. Ha sido únicamente eyectado hacia ellas no teniendo la facultad de dudar sobre el valor de verdad de la ficcionalidad. Así, los contenidos de las ficciones que se reproducen a diario a través de la maquinaria que el nuevo hombre ha creado para ello, se constituyen tanto en sus preocupaciones como en sus anhelos y en sus referencias. Y de acuerdo a ello, las preocupaciones y los anhelos del hombre nuevo han adquirido una indisimulable forma de objeto.
Algún extraño fenómeno pareciera hacer que el nuevo hombre no pueda detenerse a considerar esta adicción como no natural. Es decir que el hombre nuevo ha constituido como uno de los ejes de su configuración mente cuerpo la naturalización de lo que sus sentidos vislumbran a diario. El hombre nuevo no cree que las cosas puedan ser diferentes. A los que sí lo creen se les llama de la vieja escuela, u hombres viejos.
He conocido reiterados casos de acoso laboral, moral, mobbing, como le llama la nueva ciencia del nuevo hombre. He conocido a quienes han sufrido y a aquellos hombres nuevos que han gozado con la aplicación de esa configuración de mente cuerpo. He oído a ambos hacer bandera por algo que en aquellos tiempos se denomino derechos humanos. He visto a ambos especimenes de hombres plantarse en actos públicos repudiando lo que recordaban que se llamo crímenes de lesa humanidad y los he visto al día siguiente hostigando y dejándose ser hostigados entre ellos, enterándome así claramente de la adicción a la ficccionalidad.
He observado además el caso de sujetos que han ejercido cargos públicos bajo esta modalidad conductual. A ello el nuevo hombre lo llama ejercer la política. Algunos sujetos me han dicho que a causa de ello no creen en la política – la compulsión a enunciar que no se cree es una característica que he observado en todos los ordenes de la vida del nuevo hombre – y otros me han confirmado que tal ejercicio nada tiene que ver con la política sino que es el ejercicio del poder con el que las sociedades de los nuevos hombres se manejan para interpretar el mundo.
He conocido y observado de cerca los procedimientos de hombres de prensa. Tal vez nada haya llamado más mi atención que eso. La fabricación de relatos constantemente evanescentes y la creciente adicción a crearlos y a consumirlos han sido la condición sin la cual el nuevo hombre no podría haber existido. Alguna vez observe que funcionan como libre camino para el ejercicio de la imaginación. Ello se debe a aquellos que podrían pertenecer a la vieja escuela de formación de sujetos, mientras que en otras ocasiones pude observar que la inefable maquina de fabricar relatos para el hombre nuevo es nada mas que una mecánica de la vida cotidiana. La condición de su reproducción. Es como el mecanismo de producción en serie. Si no se inventaran relatos a diario bajo la aparatología del nuevo orden que puede dotarlos de una ilusión de verdad, como los diarios, los medios televisivos y radiales, la sociedad del hombre nuevo se estancaría en una velocidad que instituiría pausas más extensas a las ahora habituales, otro tipo de operación de racionalidad.
La condición etárea nada tiene que ver con los esquemas de configuración de la mente cuerpo del hombre nuevo. No hay demasiadas diferencias entre hombres nuevos nacidos en los años cincuenta y entre hombres nuevos nacidos en la década de los noventa. Ambos, y todos aquellos que se encuentran comprendidos en el medio, son vestidos por la misma maquinaria, son enunciados por la misma condición discursiva, son seducidos y pensados a través de los mismos esquemas de configuración cuerpo mente implantada por los relatos evanescentes de la modalidad de existencia del hombre nuevo.
He alcanzado también a leer a ciertos autores intelectuales que postularon la aparición del cuerpo mente del hombre nuevo como quizás una consecuencia de lo que teóricamente denominaron posmodernidad. Pero, como observador, los intentos por mirar a ambos términos como ajenos e independientes el uno del otro fueron innumerables. A causa de ello puede ser que ambos sean procesos íntegramente ligados a la evolución de los procesos químicos y no al devenir filosóficamente conceptualizado. Podría pensarse en una interacción de ambos términos pero existe un punto en el tránsito por el problema en el cual deja de tratarse de buscar puntos de encuentro, sino que la cuestión es, estrictamente, creer o no creer en lo que se cree. Ese fenómeno es el que estoy poniendo sobre el tapete. Creer o no creer, eligiendo hacerlo implica un aspecto de evolución o de modificación biológica, física y química.
Su transmisión a nivel genético es innegable. Con el uso del intelecto se modifican los gestos, el campo de la etología estalla, se modifica el andar, el hablar, lo que pertenece al campo de la experiencia de la explotación de los sentidos.
Así, el hombre nuevo, en tanto aparición, ha sucedido instalándonos primeramente percibiendo de nuevas maneras, porque la conjugación entre mente cuerpo se ha dado de manera tal que sería inevitable una mutación física y química a raíz de la cual el análisis de los factores sociales influyentes sería posible.
También podría analizarse la adaptación de los cuerpos urbanizados a las disposiciones innovadoras de la arquitectura, de la decoración, de las reglas y convenciones acerca de lo que es y no es el comfort.
Sin embargo, previamente sucede la evolución o micro evolución, mutación, paso a un estadío en el que se halla un tipo de lógica perceptiva intelectual corporal desconocida, en la que nunca antes se había estado. Estar en ella, habitarla, se debe a una micro evolución de la práctica del uso de los sentidos. Eso es lo que ocurre al ingresar, básicamente, al campo de una experiencia nueva.
El hombre nuevo puede ser conceptualizado sobre esta tesis, a grandes rasgos, biopsicologicista.
El punto o el conjunto de factores que se presentarían realmente de manera más interesante sobre todo para los cientistas sociales es aquel que incluye a la organización social de las sociedades de los nuevos hombres.
Las formas de organización que adoptan las ciudades habitadas por los nuevos hombres no son más que una especie de reflejo del trasfondo del intelecto social que ellos mismos han creado. Ciudades creadas a imagen y semejanza tanto del intelecto como de las vivencias de los sentidos del nuevo hombre.”


Al concluir la lectura del breve texto del profesor Aguirrezabaletta volví a A.D.E.C.L.E. No me encontraba en aquel momento lejos de allí. Necesité hablar con el joven que había aceptado los diez pesos que le ofrecí para poder llevarme así el escrito en cuestión. Resultó llamarse Avelino Ponce.
Al llegar, lo increpé. Le exigí que su memoria me diera el dato certero sobre la existencia de otras obras del profesor. Sospeché que treinta y cinco años de investigación no podían reducirse al malo y breve ensayo que acababa de leer. El joven Ponce dudó largamente antes de darme una respuesta. Finalmente, como si hubiese pesado los conceptos del sí y del no en una balanza, me dijo que recordaba haber visto en la lista de registros un texto firmado por Aguirrezabaletta diferente al que yo había robado.
Rápidamente le pregunté en cuál de los anaqueles podría encontrar ese texto.
Respondió que no lo hallaría de ninguna manera.
-Ese libro ya no está aquí, dijo.
No mucho más tarde Ponce pudo confesarme que había vendido ese libro también. Agregó que lo había hecho a través del mismo procedimiento que había utilizado conmigo.
Sentí que mi autoridad moral para juzgar lo que me había confesado era nula. Por eso callé.
Pasaron algunos minutos más y Ponce me informó que no comprendía el por qué de ese depósito de libros. En verdad no mencionó la palabra libros. Creía que aquellos que se encontraban en A.D.E.C.L.E. particularmente no eran libros. Intuyo que lo pensaba debido a que había creído que papeles sin copias, sin firma editorial, sin tapas duras no lo eran.
Pensaba, dijo como irrumpiendo en el espacio, que se sentía rodeado de miles de diarios íntimos. Remarcó eufóricamente la palabra íntimos.
-Íntimos porque a pesar de estar aquí reunidos, a pesar de que exista este galpón para protegerlos del polvo y del olvido, no han sido jamás publicados y por eso jamás podrán llegar a cumplir ninguna misión. No aportan nada a nadie, porque están escondidos, porque funcionan como los diarios íntimos. Aquel que de alguna manera se encuentra esperando el encuentro con alguno de estos diarios, libros según Ud., esperará infructuosamente por siempre.
No pudo no improvisar un breve silencio que, a diferencia de otros miles, contenía montones de mensajes envueltos en electricidad.
-Estar rodeado de diarios íntimos me ha revelado que yo también soy uno. Me he convertido en un diario íntimo de la misma manera en la que un tipo sensible se convierte en artista o de la misma manera en la que un leñador se convierte en mueble. Nos suceden las mismas cosas. Nadie sabe de la existencia de estos papeles a la vez que nadie sabe de mí. Y sin embargo acabo de escribir una nueva página.
De repente, como dando a entender con su cuerpo que ese sería su último acto allí, dijo:
-Ud. es la segunda persona que ha entrado aquí en veintisiete años.

domingo, 2 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 3 - LEANDRO TRILLO)

PROLIFERACIONANDO


La historia de Leo, músico de quien estuve cerca durante estos últimos años, significa algo así como una derrota. Leo, eximio guitarrista y amplio pasajero de todos los escenarios de esta tierra no tiene una guitarra porque se la han robado y porque no le alcanza la plata de su sueldo para comprarse una y subsistir a la vez. Y las épocas de locura ya se le han pasado como para sacrificar su alimentación un tiempo. Se pregunta ¿adonde, adónde está la agencia de cultura?
No se explica – y esa carencia es a la vez yo y otros artistas y Horacio Larutia - cómo no lo vinieron a ver y a decirle
-Sr. Leo, ¿qué guitarra es la que Ud. desea?
Si no es para hacerlo por una cuestión de respeto al menos que sea porque se dan cuenta que les conviene. Todos, y todos significa todos, han tocado con Leo, en lo de Leo, con los equipos de Leo. Todos hemos escuchado los recitales organizados por Leo, todos hemos ido a escuchar a las bandas que se formaron en lo de Leo. ¿Cómo Leo no tiene guitarra? ¿En qué está pensando la gente que el gobierno pone a cargo de la cultura? ¿En qué? ¿A que le está prestando atención? No me explico cómo aun no hay aquí una sala de ensayo puesta por la maldita Municipalidad. No me explico como no hay aquí una editorial y una imprenta del Municipio que nos incentive a escribir, que nos publique. No me explico como no hay una ley que proteja y aúne y dignifique al artista local. Si hay leyes que obligan a publicar en los diarios cuando un maldito senador no concurre a su sesión, ¿cómo me explicarán que no pueda haber una jodida ley que considere al trabajo de un artista?
El arte, para las culturas que no lo promueven, es así solo una actividad de recreación. La concepción que se tiene de algo se deduce de los medios implementados en lo concreto para llevarlo adelante. Así, mas allá de talleres de teatro y de danza, no se avanza. Porque el taller produce conocimiento y una exposición, pero una editorial produce productos al igual que una sala de ensayos y una grabadora. No son muchos millones de dólares lo que implica ese proyecto. De todas maneras preferimos, evidentemente, más y más oficinas, y más escritorios, y más café, y más mate, y más lapiceras, y más notas, y más respuestas, y más desazón, y más críticas, y más pérdidas de tiempo. Así, a causa de esas presencias, lo que se prefiere es la ausencia de artistas. Con cada nueva oficina se pierde la posibilidad de leer a un artista. No de que éste gire por la ciudad, mendigando un poco de atención, unas monedas acaso, doscientos pesos con suerte si hace ecos de su trayectoria, sino de poder ver su producto terminado, desarrollado a su máxima expresión.
El artista lo es porque no puede dejar de serlo. No está el artista para ocuparse del apoyo económico. Eso debería importarle a todos menos a los artistas. Debería venir solo.