Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


miércoles, 12 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 7 - LEANDRO TRILLO)

MENOS DOCTORES


He descubierto en estos días a Kerouak. La espontaneidad suya me atrae. Cuando cierro el libro también hay espontaneidad por todas partes pero es enfermiza, es la espontaneidad de la imbecilidad, de lo miserable. No es de extrañar entonces que Leo no tenga su guitarra si a nadie le calienta escucharlo tocar. Todos estarán imbuidos por esta inmunda espontaneidad o viveza que creen, convencidos, que es lo debido. Probablemente cuando Leo comience a tocar los imbéciles le digan “Muchacho, baje por favor el volumen que estamos hablando de cosas serias”, o se le rían enfrente de su nariz irritada y de sus ojos de color rojo noche. En ese caso la historia se repetirá. Todavía veo esos recitales en donde las veinte o treinta personas que estábamos hubiéramos deseado que estén muchísimas más. Es demasiado peso para Leo lograr un escaso equilibrio entre esas situaciones a las que luego los imbéciles de verdad caratularán como espontánea. Como una buena experiencia. Mi asco y mi resentimiento para ellos. En este juicio resultan culpables. En este hospital resultan incurables. En este neuropsiquiátrico resultan intratables y en esta oficina cualunque y nefasta resultan inútiles, inservibles.
Juicio, hospital, neuropsiquiátrico, oficina. Lo único de lo que estos verdaderos miserables son capaces de hablar y lo único que han demostrado que son capaces de crear. Como eximios infelices están condenados a la infelicidad. Su ventaja es que no han sido capaces de darse cuenta aun porque han logrado, los muy inútiles, que su capacidad de desear no se resienta con ninguna experiencia, porque no son amigos de lo sensible. Y probablemente, todavía locos, mientras sus cuerpos los envuelvan en la más inmunda de las vejeces, obtengan como por milagro o algo así un instante de lucidez. Y allí ocurrirá, como le pasó a mi abuela mientras yo cuidaba en su lecho que respire como para mantenerla con ese sufrimiento agonizante que se justifica en la ambición de mantener vivo a un loco o a un senil, el momento en el que dirán, no pudiendo controlar la irrupción de llanto, el único verdadero que les brotara de los lagrimales con color a sangre y olor a bosta
-¡Mirá cómo estoy, meada y cagada! ¿Qué me pasó, qué me pasó? ¡Qué hice, que hice por favor, qué hice!
Es probable que ese destino nos espere a todos. Leo podrá recordar guitarras prestadas en caso de que algo de cordura le quede cuando llegue ese momento.

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