Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


sábado, 29 de enero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 13 - LEANDRO TRILLO)

LOCURA EN RE


En una ocasión concurrí a una función teatral en la cual se presentó Larutia. Soliloquio se llamaba el número. Creo que esa palabra nombró en esa ocasión al obligatorio arte de encontrarse solo en la existencia, y además, loco. Recuerdo que Larutia se situó repentinamente sobre un cubo negro. Tenía sus antebrazos apoyados sobre sus rodillas. De un momento a otro me di cuenta de que comenzó a afeitarse mientras recitaba un texto. Recuerdo aún una de sus estrofas. “No se porqué piensas tu soldado que te odio yo, si somos la misma cosa, yo, tu”.
Recitaba el texto sin cesar. Lo trabajó logrando intensidad más que en lo textual, en las pausas anunciadas en su pronunciación. Fue capaz de situar la intencionalidad allí, en ese lugar, casi indescriptible como todo.
Para dar la ilusión de finalización de un momento, hizo un bien perceptible gesto de sorpresa y lo acompañó con un suspiro audible. Se miró en lo que deduje era un espejo. Prestó atención a este último acto y concentró su mirada hacia el espejo que le devolvía el reflejo de algo desconocido que aparentemente hallaba en su cara. Mientras tanto repetía el texto. Encontró otro algo desconocido en su rostro que volvió a llamar nuevamente y de manera más enérgica su atención y los suspiros se hicieron más audibles y esa intensidad devino ese sonido que precede a un grito de desesperación. Se miraba frenéticamente a ese espejo que limpiaba con su aliento para poder verse mejor, como tratando de corroborar si verdaderamente quien se encontraba reflejado era aquel a cuya imagen él estaba acostumbrado. Larutia repetía el texto una y otra vez. Comenzó a desesperarse y no pudo evitar correr por el escenario, ni pudo evitar recurrir a cada momento al espejo. Dudaba, no estaba totalmente seguro de lo que veía. Era como si no lo pudiera comprobar a pesar de las irrefutables sospechas que lo invadían. Se arrojó al suelo, lloró, pataleó y gritó. Pegó varias veces con sus manos en el piso. No podía evitar mirarse en el espejo y cada vez que lo hacía descubría gestos, marcas, pecas, lunares, pelos en todo su cuerpo que nunca antes había visto y que a partir de ahora eran parte de su historia, de lo que el había creído hasta ese entonces que era su identidad.
De un instante a otro la escena termina. Larutia se retira del escenario apacible.

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