Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


lunes, 28 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 27 - LEANDRO TRILLO)

METAFORIZADO BIS


-Perdón Horacio. Llevo tan adentro mío tu cadáver como si fuera el mapa de mi cuerpo, un calco de mi rostro deshecho, de mis deseos muertos, llenos de moscas de oficinas, finas, delicadas, bien alimentadas. Perdón Horacio. Te lo pido ahora que no creo en el perdón ni en quienes lo avalan. Al asesinarte me he asesinado a mí mismo. Me he asesinado Horacio, y conmigo te he asesinado también. Quisiera más que nada, más que seguir esperando, poder escuchar tu guitarra y poder leer un cuento que hayas escrito ayer. Somos lo mismo Horacio. Somos el mismo cadáver frustrado, pues yo también he muerto. Lo mejor de mí ha muerto con mi consentimiento. Sos una metáfora Horacio, mía, de éste Jesús Mujica que ha muerto en el mismo instante en el que vos lo has hecho. No encuentro palabras. No hay palabras. Solo por decir algo. Vacío e inútil e irremediable e inmundo. Perdón Horacio, perdón. Ahora que estás muerto te pido perdón.

viernes, 25 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 26 - LEANDRO TRILLO)

METAFORIZADO


Si yo fuera lector de novelas o de lo que sea siempre compraría libros integrados por capítulos breves, que cuenten algo que comience y pueda ser terminado por el lector en la brevedad, que es lo único que parece que puede combatir al fragmento y a la fragmentación. Buscaría algo así como el proceso por el cual se traza un círculo. Buscaría eso, esa temporalidad rápida, instantánea que no me obligue a continuar con la tarea de terminar de leer el capitulo mañana. No. Lo empiezo y lo termino hoy, en presente. Como si fuera una charla. Casi nunca lo encuentro. Lo demasiado largo abunda en detalles que no me importan. No me interesa ni me importa saber si las manos están frías o calientes o si el cielo estaba gris o si tomaban vinos refinados o no. Tomaban vino. Punto. Demasiado alarde, demasiadas cosas increíbles y no increíbles. Vivir cargando con una mente tan asociada, atada, ligada a los convenios sociales de los que nunca quise formar parte es el hecho mas complejo del que he tenido noticias alguna vez a través del cuerpo. No existe nada que me haya parecido tan desafiante y complejo, tan en contra de una especie de autenticidad desconocida e innombrable que late en algún lado de cada uno, tan en contra.
En el café casi aparecen algunas palabras que se acercan a esa posibilidad de nombrar. Hay otro tipo de fantasmas en ese bar. Hay músicas, hay palabras por doquier, hay libros, hay gente sola, pensando, hay borrachos, hay desolados y estúpidos. Pero el ambiente los convierte en una posibilidad de acercamiento, de lazo, de fantasmas comunes. Todos los que estamos allí vamos a morir y a eso le tememos. De eso tratamos de olvidarnos en los bares.
Estuve ayer otra vez allí. Bebiendo. A nadie confesé nada esta vez. Cerraron y me quedé. Olvide que iba a morir, como frecuentemente me pasa. No se lo comenté a los otros borrachos que estaban ahí. Estábamos ocupados en otras cosas. En silencio, me parecía oír solos de batería todo el tiempo, bajistas marcando pulsos con velocidad y tensión swing. Habían fantasmas amigos, todo el tiempo cargando y llevando pinceles y guitarras y pinturas y cuerdas de repuesto para que nunca falten, para que estén a la vista, siempre, para que nunca olvide que si se rompe alguna cuerda podré cambiarla rápidamente por otra y todo adoptara las mismas formas que antes y hasta otras.
En mi ámbito laboral pasa otra cosa. Encima el resentido parezco yo. Que inmundicia. Los fantasmas son insoportables. Profesan la fantasía de la desconfianza, de la trinchera, de la estupidez. En ese ámbito, en donde prima lo mas vano, lo mas evitable, lo menos grato, las relaciones se dan entre atrincherados. Atrincherado es la palabra correcta porque quien está en una trinchera es quien está esperando ser atacado y quien está dispuesto a atacar, a matar, a asesinar.
En una de esas trincheras, Guillermo, un compañero de trabajo a quien en verdad no conozco más que a través de la identificación de unos gestos que se replican cotidianamente, me dijo que debería dejar se ser tan apegado a ciertas personas como mis padres.
-Tenés que cortar el cordón, dijo.
Usó esa inmunda y desgraciada expresión, esa repetición que convierte en incapaces de gozar a sus enunciantes, esa estupidez tan poco pensada, tan desalentadora. Callé y lo miré.
Fingiendo estar pensando cómo continuar con la revelación que creía que lo que estaba diciendo iba a tener, dijo:
-¿Sabes por qué te lo digo?
-No, le contesté.
-Porque después, cuando no lo tenés es jodido.
Eso me dijo.
-Sos un infeliz. Lo que acabas de decir lo único que revela es que sos un infeliz. Vos sos incapaz de ser amigo de los placeres.
Estaba completamente loco esa mañana por la razón de que no tenía ganas de estar allí y sin entenderlo, estaba.
-Porque cuando determinadas personas muy importantes para mí se mueren el golpe va a ser jodido ¿tengo que evitar disfrutarlas? ¿Para qué, para qué mierda haces eso? Le tenes miedo al afecto, al placer, ese es tu mensaje. Yo creo que vos no sabes lo que estás diciendo, no sos autor de ello y lo estas repitiendo porque lo escuchaste montones y montones de veces decir en tu casa, mientras comías, con tus viejos. Vos hijo único de dos empleados estatales perfectos. Silencio. La sala con la luz de un solo foco amarillo. Vos, que hiciste la tarea toda la tarde, que miraste televisión tranquilo, sin molestar. Vos que miras a los otros pibes andar en bicicleta, ir a fumar un cigarro, escuchabas a la hora de la cena que había que hacer eso. Olvidar en vida al placer. Evitarlo. Hace el favor de no tomarte la atribución de decirle a nadie lo que debe hacer ni en cuestiones de placer ni en cuestiones de nada porque les sos ajeno. Ahorrá hablar de muerte, Guillermo. Háblales de programas de televisión, de autos, pero de placeres y de goces y de muertes no. No repitas. Basta de repetir. ¡Basta de repetir, estúpido, basta de repetir!
Eso es lo que le hubiera dicho. Pero me puse una careta horrible cuando lo escuché. La que menos me gusta de todas las que uso. Con eso, con esa mierda deforme y horrible y gris e infeliz tapando mi verdadero rostro, mi real cara de desolado, logre engañarlo. Ante esa misma cara Guillermo creyó que me interesaba lo que me decía. En verdad él me parecía Larutia. Me parecía mí mismo a veces. Yo fui ese. Yo fui Guillermo, yo fui Larutia. Están todos siendo asesinados. Estamos siendo asesinados. Esa es la palabra. Insisto. El hecho. Con tipos como Guillermo, como Larutia, como María Virginia, como Adela, como el Dr. Chaboya, como yo, estamos siendo asesinados.

miércoles, 23 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 25 - LEANDRO TRILLO)

NO DESCRIPTIBLE


Volvimos a fumar. Le conté que participaba de un grupo de pensamiento. No me presto nada de atención. O estaba muy loca ya o había otro motivo, que no le pregunté, para que no le interesara eso. Yo hubiera querido mostrárselo para reírnos tal vez. Antes reíamos mucho. Pero antes también era tan horrible como ahora. Pero reíamos más. Ahora me acuerdo de cuando era pibe y la manera tremenda en la que me llamaba la atención cuando los viejos decían “ya estoy viejo y cuando sos viejo no te importa quedar mal con nada ni con nadie”. Ese echar la culpa a la vejez ya no me parecía tan cobarde. De un momento a otro me volví un viejo. Mi cabeza se llenó de miles de canas que jamás pude teñir y mi voz se hizo un poco más fina. De repente, como una instantánea, hubo movimientos que me produjeron dolor en las piernas y que a causa de ello dejé lentamente de hacer para siempre. Para leer la página siguiente del diario del domingo necesité ponerme los anteojos de otros viejos que me miraban sonrientes y burlones desde los bancos de la plaza. Me agaché a recoger una lapicera que por torpe tiré y me cagué encima, sintiendo toda la vergüenza del mundo y comencé a recibir reproches porque de la noche a la mañana me olvidé de las cosas que debía hacer al otro día y no las hice. No las hice porque me olvidé. Me falló la memoria de una manera ruin. Entré a bañarme y antes de entrar a la ducha mi cara se veía joven y mi piel se sentía tersa. Recuerdo que hasta la toqué como nunca y cuando salí de la ducha, ya dolorido y cansado, todo se había arrugado. Había estrías por todas partes, menos pelo en mi cuerpo, más colgajos que nunca y una capacidad de ver peor que la de antes pues caían sobre mis ojos unos párpados como descolgados y pesados. Yo, que era y soy conciente de cada uno de los momentos en los que mi mente envejece, ya estaba viejo. Por esos días empecé a autocalificarme como viejo.
María Virginia se convirtió en mi espacio de pensamiento. Me sentí aliviado de alguna manera al decirle que había asesinado a alguien cuya obra no pudo iniciarse o terminarse o mostrarse. Eso me carcomía, como una canción de Supertramp. Creo que pensé algunas cosas con ella. Con su presencia. No me refiero a su voz ni a sus palabras, pues ahora pareciera que pensar es también un hecho parecido a confesarse. Los idiotas en la televisión lo hacen así y al otro día también así lo hacen todos en la oficina. Funden la confesión con algo parecido a pensar. Los detesto, cuanto los detesto, como a tantos otros tipos que veo en inmundas oficinas a las que no quiero volver.
María Virginia me escuchaba. Desde ese encuentro no volví a intervenir en el espacio de pensamiento. No avise nada. No me importó. Creo que así construí más de lo que destruí. Que piensen por qué me fuí así. Algún mensaje hay oculto en ese reverso. Si me hubiera ido de otra manera más formal, hubiera despertado una serie de habladurías propias de los imbéciles que ví que me rodeaban y no quería. Hubiera pasado el olvido al que estoy acostumbrado. Si de todas maneras iban a hablar de mí, que lo hagan a raíz de un gesto que se los coja por sorpresa. Desaparecí. Esa es mi magia y mi desagrado. Solo eso podrán pensar conmigo. Lo horrible de la desaparición que huele a bolas hinchadas, a desprecio por ustedes, a mejor me voy de acá, a no quiero estar aquí.
Así, María Virginia supo a qué me estaba refiriendo con ese asesinato. Comprendió que era un asesino. Intuyo que también ella lo era. Pero sabe que a mi me pesa de una manera atroz. Saber que me voy a morir sin haber sido capaz de justificarlo aunque sea mínimamente en esta tierra universal que huele a la vez y en el mismo lugar a mierda y a jazmín, se traduce con la palabra asesinato. Ella comprende este sentir. Ella lo acompaña. Lo estupidiza y lo hace soberbio, como todos a todo. Pero con ella lo compartí. Larutia, miembro del grupo de pensamiento y no miembro del grupo de pensamiento, era yo, soy yo, es y era Maria Virginia. Su viuda es mi imaginación, mi sed, mi odio, mi sensibilidad y mi resentimiento.

martes, 22 de febrero de 2011

SOBRE EL CUERPO Y EL PENSAMIENTO: ARTÍCULO DE APUNTES GENEALÓGICOS

Por

Op. Sic. Soc. Leandro Trillo
Bahía Blanca, Pcia. de Buenos Aires
República Argentina, Julio de 2006.


Uno entre tantos puntos de partida para analizar la historia de la concepción del cuerpo, de lo corporal, consiste en entrar en apuntes históricos y teóricos pertenecientes a otros dispositivos sociales distintos al actual. Ello a los fines de investigar una concepción epistemológica referida a algo (el cuerpo en este caso), una episteme, una forma de pensar.
Utilizaré reiteradamente la palabra dicotomía.
Dicotomía: División en dos partes. / Bifurcación de un tallo o de una rama. / Método de clasificación en que las divisiones y subdivisiones solo tienen dos partes.
El presente análisis observa la historización de la dicotomización con el propósito de generar la inquietud de preguntarse si es posible ampliar los horizontes limitantes de lo dicotómico. Dicotomía no solo referido a lo corporal. Dicotomía referida también a concepciones históricas que tienen que ver con la moral, con la ética, con las ideas de bien y de mal, con las concepciones científicas de arriba - abajo, de sano - enfermo, entre otras. ¿De dónde viene, entonces, la costumbre, la práctica y convención social de la dicotomización del cuerpo?
Dice Virginia Naughton que …el atravesamiento de la categoría dicotómica cuerpo - alma, gracias a la rígida prohibición ejercida a partir de ella, introduce una serie de tensiones que se distribuyen con arreglo a uno y otro termino de aquella dicotomía. Así, la prohibición de toda practica sexual (cuerpo) no vinculada a la función reproductiva, condiciona la emergencia de prácticas amatorias aberrantes, impuras, contra - natura, censuradas como indignas, por la sola razón de su acto, pues no aspiran sino al goce de la carne. De esta forma, la institución matrimonial se constituye como el lugar reservado para la práctica sexual.
A su vez, la “castidad” (alma) sostenida por medio de una “ascesis” del cuerpo, permitía aproximar y vincular el “cuerpo” a lo sagrado, a lo divino; mientras que la “lujuria” o la “concupiscencia” destinaba el cuerpo a lo diabólico. Así, el cuerpo en la edad media será objeto tanto de una diabolización como de una “sacralización”, siendo pues la “castidad”, a partir de la práctica de la abstinencia, el punto de resolución de la dicotomía alma - cuerpo.
Quisiera argumentar que no coincido con Naughton en que la castidad y/o la abstinencia hayan sido (o sean, aun hoy en instituciones como la iglesia católica, entre otras) el punto de resolución de la dicotomía alma - cuerpo. Por el contrario, si lo miramos desde lo que la episteme actual nos permite ver, puede decirse que ese punto de resolución lo que hizo fue acentuar aún más esa dicotomía. Siguió, a través de los años, generando dispositivos de escisión sobre las formas de representación que nos hacemos de las cosas. Hay muchas dicotomías que nacen y que se ponen en juego en base a la dicotomía “alma - cuerpo” desde hace siglos hasta la actualidad:

…La dicotomía cuerpo - alma organiza a su vez el conjunto de oposiciones goce - ascesis, de la cual, a su vez, se derivan, las categorías sagrado - profano, terrenal - celestial, mortalidad - inmortalidad, salvación - pecado, temporal - secular, etc. Así, el doble carácter del cuerpo como fuente de goce y como sede de lo divino a partir de la dicotomía medieval cuerpo - alma, organiza el conjunto de fenómenos y practicas discursivas en torno a la cuestión del deseo. La recuperación de lo “sagrado” del cuerpo, perdido por obra del “pecado”, se hallaba en la base de todas aquellas rígidas prescripciones.
Vale comentar que la visión dicotómica no es aplicable solo y exclusivamente a lo corporal, en las condiciones de escindir cuerpo - alma, cuerpo - mente, etc., sino que más bien puede decirse que el cuerpo o lo corporal como concepto ha sido dicotomizado por una institución mayor, por una episteme, por un dispositivo epistemológico social que excede lo que análisis banales y simplificadores puedan argumentar.
Dicha forma de percibir, de actuar con y en el mundo, quizás incluya factores de las más diversas procedencias, y quizás estos diversos factores sean también percibidos y analizados desde una cuestión pedagógica generacional dicotomizadora, lo cual constituye un nuevo problema a la hora de intentar pensar las propias lógicas de pensamiento occidentales.
Hablamos de interpretar factores que complejicen las ideas, las genealogías: historia, religión, economía, el feudalismo (historia), revoluciones, renacimiento, biología, matemática, humanismo…
En relación a las prácticas de pensamiento instaladas, dice Juan Carlos de Brasi:

…Adentro/afuera, arriba/abajo aparecen como limitaciones de las formas de representación que nos hacemos de nosotros y de las cosas mundanas, más que de nos-otros y de las cosas como realmente son y se van transformando.

Mientras de Brasi se refiere al pensamiento binarista, propone un ejemplo que incluye la escisión corporal y toda su contradicción histórica. Se refiere y analiza la piel.
Dice que la dupla a-dentro / a-fuera navega por un canal con dos brazos suplementarios: la existencia imaginaria de un límite y un límite imaginario de la existencia. Continúa diciendo que la primera está circunscripta por la envoltura de la piel: hacia adentro contenedora de órganos, soporte de funciones sencillas o complicadas. Hacia fuera todo lo que ella no puede recubrir, aunque sí ser la base membranosa de todo tipo de recepciones.
De Brasi rompe con la simplificación, con el binarismo del pensamiento usando este ejemplo. Concluye pensando …esa delgada tola fisiológica, estética, mítica, que es la piel, ya separa uniendo y une separando. De tal modo que también podría hablarse del cuerpo y tomarlo, a la vez, como concepto analizador de toda una antigua concepción del mundo, de los monumentos (ya en proceso de ser vestigios) de una antiquísima forma de armar lo real. Es decir que podría proponerse ahondar en análisis que permitan ver qué relaciones de poder, qué cuestiones de economía, cuanto de religión, cuánto de historia se oculta detrás de la dicotomización del cuerpo.
¿Qué nos permite pensar la división del cuerpo en alma, en carne, en espíritu, separados estos conceptos unos de otros? La propuesta es generar algo del orden del pensamiento propuesto por de Brasi. Transversalizar el pensamiento sobre lo corporal, como dice Ana María Fernández, es evitar todo desvío que apele a alguna verdad sensible, a alguna “última ratio” de la corporalidad, a alguna utopía de cuerpos liberados.
En relación a la separación o dicotomización cuerpo - deseo, Naughton razona que …en efecto, la noción de deseo se vincula discursivamente a la noción de “cuerpo”, pero no se trata de un cuerpo meramente físico, sino de un cuerpo “simbólico” como soporte del deseo y sobre el cual opera el atravesamiento significante. Todo cuerpo, en cualquier cultura, es absorbido por un sistema de significaciones que lo capturan y lo atraviesan, introduciendo en este una causalidad simbólica por sobre sus funcionamientos biológicos. Puede agregarse el punto de vista de Enrique Pichon-Rivière en cuanto a la inserción social de la persona. Dice Pichon que el cuerpo, protagonista del movimiento, es entendido como insertado en un ámbito social, en el que oficia como sistema de expresión y de lenguaje. Quizás sea indagando por entre estos razonamientos que se pueda pensar por qué Pichon-Rivière habla de áreas de la conducta efectuando una separación conceptual entre el cuerpo, la mente y el mundo externo.
Es cierto que se puede argumentar que para efectuar análisis es preciso separar para comprender cada elemento por separado y llegar a nuevos niveles de integración. Y seguramente esto es lo que pretendió un pensador de la magnitud de Pichon-Rivière. Pero ronda por entre estas páginas la intuición de que es preciso re-ver estas cuestiones propias del proceso analítico sobre todo entre quienes estudiamos a Pichon envueltos en la complejidad de un paradigma que cada vez separa menos, que cada vez le da más lugar a la interconectividad de los sucesos, que cada vez incluye más lo azaroso y lo caótico en las formas de interpretar científicamente la experiencia del mundo. Concebir rígidamente la concepción escindida de lo que Pichon-Rivière llamó cuerpo décadas atrás puede generar malos entendidos del todo evitables. Evitar malos entendidos evitables es una tarea fundamental para todo grupo que pretenda elaborar prácticas de pensamiento.
De todas maneras, pareciera que este pensador vio algo de lo que podía pasar con concepciones “peligrosas”, o, si se quiere, vio o pre-vio lo que podía pasar con “cabezas” que se alejan de los paradigmas complejos. Digo esto porque dice:

…Sin embargo, surge la sospecha de que algún cambio decisivo puede acontecer en ese cuerpo tan nuestro, desde el momento en que es posible distanciarnos de él y preenviarlo, como una cosa entre otras. Esto ocurre cuando lo sometemos a una observación total o parcial. Aparece entonces un sentimiento de extrañeza que convierte al cuerpo que somos en un objeto que tenemos, que está a nuestra disposición…

Hubert Reeves pensaba que …resulta muy evidente que el “cuerpo” del que tratamos aquí no es en absoluto un concepto. Es aquello de lo cual tenemos una experiencia diaria y que hacía decir a Wilhelm Reich: “No tenemos un cuerpo, somos un cuerpo”. Gracias a él estamos en el mundo y ahí permaneceremos tanto tiempo como él nos lo permita. Es lo que nos hace sentir, sufrir y tener angustias…
En ello radica la importancia de conocer los orígenes de esta dicotomización histórica producida sobre el cuerpo. La cuestión del origen de la dicotomía cuerpo - alma en la edad media fue producto de una episteme, producto de un dispositivo social con un entramado institucional societario e histórico único que se veía atravesado por fuerzas institucionales más que nada eclesiásticas y que permitieron armar esa construcción de lo que es, de cómo se vive con y en el cuerpo. Será conveniente no olvidar que también hoy estamos inmersos en una episteme, en un dispositivo social, o en un paradigma que también, al igual que en el de la edad media y que en el de cualquier otra edad, in-visibiliza determinadas formas de pensar, de considerar, de conceptualizar en favor de legitimar otras, generalmente sujetas a la instalación de modos relacionales entre sujetos de un grupo social determinado. En la actualidad esa episteme, ese modo relacional, se encuentra basado sobre los principios de la teoría del capitalismo social.
Ana María Fernández dice, en relación a pensar dentro de un dispositivo, que …pensar el cuerpo hoy en la Argentina es pensar el cuerpo de la crisis. Esos cuerpos estresados, enfermados, agotados, descompensados, estallados frente a la presión insoportable de la crisis. Cuerpos privados; ya no tan reprimidos en sus anhelos eróticos o políticos, pero humillados o devastados por el hambre, por el sobretrabajo o la desocupación, o por el camino desventurado de la mera supervivencia. Uno de los ejes de la presente problematización es pensar lo impensable, lo invisibilizado por obvio. Indudablemente, la práctica discursiva instituída juega un papel más que importante en los procesos de constitución de prácticas sociales, pues son ellas las que inscriben a los cuerpos dentro del dispositivo social. Son las que lo configuran como concepto, las que permiten simbolizarlo, vivirlo de tal o cual manera.
Foucault pensó que el poder está en las prácticas que se ejercen sobre el cuerpo. (Ejemplo de ello son los reglamentos). Después vienen lo discursos como efectos de estas prácticas. Es decir que las prácticas sobre el cuerpo lo inscriben dentro del entramado complejo de relaciones de un sistema o dispositivo social, generando discursos sociales. Sistema que disciplina, que en tanto que sistema de producción capitalista, economiza a las personas en su integridad, a su fuerza de producción, a su capacidad física. Me refiero a mecanismos disciplinarios con los que convivimos. Los mecanismos disciplinarios designan, al decir de Foucault, el conjunto de prácticas y tecnologías correctivas orientadas a la regulación de la actividad corporal, con miras a extraer el mayor provecho de los cuerpos concebidos en el marco de fuerza física útil, tanto a los fines bélicos como productivos. Por esta razón hablo de la economización que los diferentes dispositivos históricos sociales ejercen sobre los seres humanos. Quizás pueda hablarse y remontarse a la época en la que se da el nacimiento del feudalismo. Quizás podamos remontarnos a los tiempos de Platón, y pensar las técnicas anatómicas y políticas que se han ejercido sobre lo corporal desde, por ejemplo, el mito de las cavernas. Y en este punto estoy hablando de la escisión, de la manera que se creó a partir de aquel punto en el tiempo de construir subjetividad, realidad, dispositivos y prácticas sociales.
Volviendo al cuerpo, como “fuerza útil”, éste se opone al cuerpo como “máquina de placer”, como señala Virginia Naughton en su genealogía del deseo a partir de la época medieval. El privilegio del cuerpo útil será un signo predominante de las sociedades de control y disciplinarias del siglo XVII, y principios del XVIII.
A raíz de estas concepciones Foucault crea el concepto de anatomía política. Usa este término para designar las marcas que deja impresa en el cuerpo la aplicación disciplinaria, y a cuyo arreglo, es capaz de modelar una anatomía corporal puesta al servicio de ciertas operaciones, ejercicios y técnicas orientadas a la rapidez y eficacia.
A esta conceptualización refiero cuando hablo de la función economizadora de las relaciones de fuerza sociales en tanto se dan a través del cuerpo. Foucault apunta que la disciplina fabrica cuerpos sometidos y ejercitados, es decir, cuerpos “dóciles”, maleables, utilizables con fines precisos. La anatomía política es entonces el resultado en el plano corporal del conjunto de técnicas y disciplinas aplicadas a los cuerpos. La anatomía del cuerpo ingresa en un circuito de simbolización, en un espacio de significación que está puesto al servicio de una tarea, de una técnica. A diferencia de la gimnástica griega prescripta como un ejercicio en el marco del cuidado de sí, la anatomía política, en cambio, cincela y modela a los cuerpos con arreglo a la tarea que debe llevarse a cabo según ciertos criterios de eficacia predeterminados.
Es el mismo dispositivo quien crea las tecnologías sobre las que el cuerpo se desarrollará. Es decir que no hay nada dado por esencias inmutables ni universales. Este análisis intenta una amplitud tal que escape a lo dicotómico.
Ana María Fernández ha manifestado que …siempre se ha dicho qué tienen que hacer, dónde y cómo tienen que estar los cuerpos. Estos han obedecido, acatado, pero también resistido, transgredido, establecido líneas de fuga en relación a las prescripciones. El “se” es intencional; refiere a las formas anónimas pero eficaces que han distinguido para cada época - y dentro de ella para cada clase social; género sexual, clases etarias, etc. - lo permitido, lo prohibido, lo bello, lo feo, lo sano, lo enfermo. Cada cuerpo lleva esas marcas, o, para ser más exactos, cada cuerpo se produce y reproduce en el complejo anillado de múltiples marcas. Marcas deseantes, pero también histórico - sociales; biológicas pero también políticas, pulsionales pero también de lenguaje…
Siempre se ha dicho qué tienen que hacer los cuerpos. Es cierto. Ha sido visto en el ejercicio genealógico de Virginia Naughton. Pero quizás esa sea la función de un dispositivo. ¿Cómo pensar a los sujetos (sujetados, atados) por fuera del orden sujetativo, y por eso violento de un dispositivo? ¿Se puede estar, habitar un no - dispositivo? ¿O un no - dispositivo es un dispositivo? ¿Son trampas del lenguaje? ¿Cómo evadirlas si lo son? ¿Cómo fundamentar para qué evadirlas?
Filosofar, pensar cómo hacernos menos violentos. ¿Porqué no pensar sobre las características de nuestro dispositivo social sin buscar un cambio radical? ¿Por qué se inmiscuye en este discurso lo violento, lo que daña?
En Instituciones estalladas, título nada inocente de un libro de Ana María Fernández, se lee que …transversalizar la problemática del cuerpo es abrir la reflexión a la dimensión política de los cuerpos. Los cuerpos de la guerra, de la revuelta, de la represión. Restos de cuerpos en masa, no siempre computabilizados, amontonados o convertidos en máquinas y tecnologías de muerte. Cuerpos mutilados, muertos, sobrevivientes. Cuerpos errantes de los exilios y destierros, enfermos de nostalgia. Cuerpos intervenidos por Estados que planifican sus nacimientos, que organizan o desorganizan sus estrategias frente a los cuerpos de los viejos, los niños, las mujeres. Mujeres para las que solo se piensa su cuerpo madre. Hombres para los que solo se piensa su cuerpo-trabajo.
También dimensión micropolítica de los cuerpos en los encuentros y desencuentros amorosos. En las intimidades más ocultadas, cuerpos que viven sus placeres y frustraciones en los espacios que instituyen las relaciones de poder entre los géneros.
El objeto de este estudio breve es, netamente, la invitación a pensar, a transversalizar el pensar sobre el cuerpo, incluso más allá de lo que Foucault, Fernández, Naughton y demás han aportado a estas páginas. Se trata de intentar ver lo que está in - visibilizado por el dispositivo. En el momento de la elaboración de este estudio de la fragmentación, creo en las bondades y virtudes de pensar y filosofar por entre nuevos sentidos y nuevos interrogantes que asoman en el horizonte de la episteme a la que estamos acostumbrados y rutinizados.
Filosofar, pensar, en palabras de Foucault, significa actuar consecuentemente con lo que se piensa. La tradicional noción escindida de cuerpo se ve ultrajada por esa simple definición del francés. Ella teje alianzas entre los conceptos de pensamiento, ética y conducta. La resultante de ese punto tripartito, ya no binario, es el concepto de cuerpo.

lunes, 21 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 24 - LEANDRO TRILLO)

FIGURITAS REPETIDAS, RECUERDOS SIN CARAS


Nos encontramos con María Virginia. De entrada fumamos. No pensé que me fuera a decir que no fumaba más. Eso ya instaló un aire un poco más familiar ante la violencia del hecho de encontrarnos. Creo que fue una de las primeras preguntas que nos hicimos. ¿Fumamos?
Paseamos y hablamos de manera lenta. En cierto sentido fue como hablar con cualquier otra persona. Igual que estar en cualquier otro lugar. Sospecho que ella lo sintió igual. No pasó nada. Reinó todo el tiempo el desconocimiento. Lo que sí logramos fue irnos sin saber nada acerca de la rutina del otro. Ni ella sabe adonde trabajo ni en que malditos horarios ni se yo qué hace ella para conseguir dinero para subsistir y sin embargo le confesé que en mí vivía un asesino. Le confesé que había asesinado a alguien en todos estos años. Le confesé que desde antes también venia sucediendo esto. Me exprese como pude, recuerdo. No le dije que soy un asesino. Hay cosas que he dejado de hacer cobardemente porque el mundo cobarde me lo ha prohibido. ¡Lo feliz que hubiera sido si los humanos no necesitáramos comer!
Me preguntó si aun escribo poesías. Le dije que no. Me preguntó si aun escribo cuentos. Le dije que no. Me preguntó si aun toco la guitarra. Le dije que de vez en cuando. Me preguntó si aun cojo. Le dije que de vez en cuando, pero que a veces la ilusión de tiempo parece nunca. Me preguntó si tengo aun deseo a flor de piel, como antes. Le conteste que no. Me preguntó si sobrevivo. Casi le contesto que si.
-¡Asesino! ¡Asesino!, escuchaba que me decían mis vísceras. Me molestó mucho que María Virginia me hiciera esas preguntas. Sabía que iba a suceder pues los reencuentros preguntan siempre y hablan siempre por aquel que uno ya no es. Generalmente en los reencuentros de esos, tan horriblemente emotivos, se habla de aquello de lo que uno no se avergüenza, de aquello que uno no recuerda como un hecho intenso de su vida. Cuando se siente vergüenza se está creando un recuerdo hecho en base a algo intenso. Erótico diría esta chica.
No hacia nada de lo que hacía antes. Le conté pocas cosas. Le referí que soy una especie de preso, no un cosmopolita, una especie de ladrón, un tipo de asesino, un marchitar constante.

viernes, 18 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 23 - LEANDRO TRILLO)

JUGUETES GUARDADOS


Hay días en los que el resentimiento o esta especie de bronca inusitada que siento la mayor parte de los meses no me sucede. Es como si de un momento a otro no la encontrara en mi cuerpo. Ningún registro se manifiesta. Es como si de repente pudiera ser dado de alta de este neuropsiquiátrico. Hay días en los que recuerdo como Chaboya me robó y no siento ganas de asesinarlo. Son días en los que no me importaría morir, o algo así. Como si todo me diera igual. Desde hace un tiempo cada vez son más las jornadas que paso así, con esa especie de paz tan resignada. Una vez se lo dije a un director de escuela.
-Siento que boyo, que soy como una boya en un río.
Se lo dije porque me habían dejado en dirección toda una mañana porque desde hacía un par de meses no estaba haciendo los deberes que me daban. Esa estupidez. Y se lo dije.
-Boyo señor. No me interesan los deberes.
Me castigaron a mí en vez de castigar o mandar a hacer cursos de formación a las idiotas que tenía de maestras. Llamaron a mis padres los muy injustos. Y ellos no supieron hacer otra cosa que dudar de mis afirmaciones.
-Pierdo el tiempo acá, le dije a mi padre. ¿Qué quieren que haga? Quiero pintar o escribir en casa, en otro lugar pero no en este edificio. Parece una cárcel. Hablan de militares, de disciplinas, nos mandan todo el tiempo. Nadie quiere estar ahí. Ni los maestros ni los porteros. ¿Maestros de qué?, solía preguntarme.
Para mí la palabra maestro, ya a esa edad, tenía otro significado que encontraba frecuentemente en otros barrios, en cosas distintas a las que veía. No en la escuela. Jamás conocí a un maestro en la escuela.
-No quiero estar más acá, rogué a mis padres.
Ese día sí que me fui resentido a casa. Herido. Había empezado a sospechar que si el tiempo nos pondría a todos de esa manera al llegar a grandes, la cosa se iba a poner fea.
Mis padres no me hablaron por un largo tiempo. Las cenas se volvieron densas, oscuras. Con un fingimiento que me resulto mucho más que insoportable debido al hecho de tener que soportarlo.
No podía dejar de escribir acerca de ello para intentar sanar mientras en verdad se me escapaban como agua las ideas y los deseos que ciertamente quería hacer. No quería ni deseaba pintar ni escribir sobre eso que me estaba pasando con mis padres a raíz de la escuela. Quería escribir sobre cuadros, sobre instrumentos. Cuentos que contaran otras cosas. Pero me salía otra cosa teñida de violeta, y de grises. Llena de broncas.
-Jesús, ¿hizo la tarea ya? No va a comer hasta que no la termine, subía como un eco por las escaleras esa voz que se metía por mis oídos arañando con púas las paredes de mi interior.
Escribía, mientras el tiempo se me pasaba, solo para sacar de mi lo que nunca había puesto dentro por propia voluntad, sino lo que se me depositaba como si mi cuerpo fuera un pozo ciego. Se me pasaba el tiempo. Se me atrasaba constantemente el trabajo que deseaba genuinamente realizar y por el que no tenía necesidad de pedir nada a cambio. Atrás, en el olvido quedaban mis deseos y mis motivaciones. Y esa maldita escuela.
No algo demasiado distinto he vivido.
Hace un par de días me emborrache como hacia tiempo que no lo hacia. Tanto que una de las personas que iba con nosotros tuvo que manejar en mi lugar. La razón de ello es porque yo estaba tan borracho que no podía hacerlo.
Recuerdo que fuimos a enloquecernos a las afueras de la ciudad. Lejos de la ruta de los trabas. Allí nos habríamos encontrado seguramente a la doble de Chaboya.
Fuimos cerca del aeropuerto de la ciudad. Un lugar descampado. Bebimos, fumamos, enloquecimos, gritamos. Había un aparato para escuchar música. Se escuchaba mal, pero sonó algo de blues.
De repente, entre toda la oscuridad, de repente, entre el frío que hacia pensar que nadie vendría, de repente, entre la algarabía, de repente, entre la erotización de los borrachos, de repente, muy cerca nuestro se prendieron luces. Luces azules, de sirena. Luces horribles.
Se pararon al lado nuestro. El acompañante abrió la puerta pero no se bajo de la camioneta. Con tonito de miserable preguntó:
-¿Quién está manejando?
-Yo, tuve que decir.
-No podes estar tomando y manejando.
-Cual es el problema. Estamos tranquilos. No estamos haciendo nada que pueda incomodarte.
-El problema es que no podes manejar borracho porque le podes romper la cara a ella, podes matar a el ¿y? ¿Y después? No podes manejar borracho. Dame tu permiso para manejar.
Se lo di. Mi licencia es trucha. Jamás me importó hacer ese inmundo trámite asqueroso que solo contribuye a alimentar la legalidad que tanto detesto y aborrezco y eliminaría con fuego.
-Bueno, estás borracho, ¿cómo hacemos para arreglar esto? me dijo con esa cara tan repugnante. Callé.
-¿Cómo arreglamos esto? A ver, ¿A vos cómo te parece que podemos hacer? ¿Te llevo el auto y te vas a pata? ¿Vamos hasta tu casa y lo llevamos de allá? ¿Vamos todos a la seccional? ¿Cómo te parece que podemos hacer?
Callé otra vez ya intuyendo más mierda y más mal olor del que había, del que salía de su boca, de esa camioneta de mierda.
-A ver, ¿cómo podemos hacer?, preguntó como por cuarta vez. -¿Qué te parece a vos que es lo más fácil, lo más sencillo, lo mejor que podemos hacer? Lo más sencillo que se te ocurra que podemos hacer para arreglar esto.
-No se, ¿Me tenés que hacer una multa?
-Lo más sencillo que a vos se te ocurra va a estar bien. ¿Qué te parece que tenemos que hacer? ¿Cómo arreglamos esto?
-Hace lo que tengas que hacer. No sé que querés que te diga. ¿Qué es lo que tenés que hacer? Lo que sea hacelo, le dije.
En eso, como mágicamente, una de las muchachas que estaban ahí dijo:
-Yo puedo manejar, yo lo puedo llevar. Acá tengo el registro.
El inmundo la miro y le tomó el registro en silencio.
-De acuerdo. Vayamos para la casa de él. Anda manejando vos y allá hablamos.
Nos subimos al auto y ella empezó a manejar. Detrás venia el mal olor. La mierda, la inmundicia. Con el rencor en sus ojos. Y con el mío a punto de hacerme estallar el cuerpo, todo. Si yo poseía y poseo todo este resentimiento incurable, no quiero imaginarme lo que sucedería con ese pedazo de mierda, lo que tendría adentro y cómo lo tendría. De cualquier manera jamás lo sabré pues nunca compartiría nada con alguien así, con alguien con semejante autoridad conjugada con semejante ignorancia, con semejante bola de mierda rellenando su cabeza.
De repente otra vez, tan de repente, prendieron la sirena de su móvil. Tan nefasta como sus sonrisas. El color es tan hediondo como el de sus dientes. Esa luz es tan retrograda y tan poco eficaz como las luces que tienen en sus cabezas. Inmundicias. Inútiles.
Nos pasaron. Se alejaron. Se fueron. Desaparecieron.
La muchacha continuó manejando toda la noche. Continuamos bebiendo. Continuamos comprando alcohol de manera clandestina. Continuamos girando por el pueblo. Hasta que terminamos en la casa de ella. Así conocí a Adela. Sentí en algún momento que a ella le debo la vida. Pues nunca se sabe hasta donde llegará la dureza, la maldita dureza de los restos de seres humanos que visten esos trajes. Ellos, que combaten y reprimen la dureza, la ejercen. Así ha muerto mucha gente. Nada se sabe aun de ellos, si la justicia es lo mismo, la misma dureza. Juntos componen la misma mentira. No hay ayuda ni auxilio ni esperanza. Solo hay suerte.
Ahora sí estoy completamente resentido. No debí haber escrito porque lo que tengo allí, que estaba dormido, y que siempre sentí que nunca podré sacarme de encima, lo se, se despierta con cada pequeño estímulo, transformándome en otra persona, en un asesino que se sueña, que se regocija de felicidad mientras sueña.
Adela no hubiera muerto esa noche. Tal vez yo. Pero ella no.
Solo hay suerte. Nadie me expresa confianza. Iba perdiendo el arte de a poco. Cada vez más ocupado en estas cosas tan estúpidas y tan innecesarias. ¡Qué me importa haber bebido! ¡Qué me importa haber podido chocar y haber muerto esa noche! Ahora mucho menos me importa. Debía estar soñando. Tal vez iba dormido por mi borrachera.
Querían guita los hijos de puta. Todos quieren guita. Todos quieren más guita. Y para conseguirla hay que matar. Para conseguir más de la que corresponde habrá que tolerar que a otro le falte una parte. El lujo se sostiene y se paga con la miseria de la casa del barrio de atrás. Con el hambre mía. Con la cerveza que no puedo tomarme porque él se emborracha tomando champagne. Y los precios son diferentes.
Ese olvido me esta matando. Lo estoy sufriendo como a ninguna otra cosa. Lo he sufrido siempre como no he sufrido a ninguna otra cosa. No quiero olvidar y no estoy seguro de tener capacidad para resistir tanta memoria.

miércoles, 16 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 22 - LEANDRO TRILLO)

DETRACTANDO


Me contacté con Maria Virginia hace unos días. Hace pocos años que no la veo. Las últimas veces que nos vimos experimentamos con el lenguaje. Años atrás, después de haber estudiado juntos, nos dedicamos a leer filosofía. Inventamos algo referido a lo erótico en el habla, en el poder de las palabras. A decir verdad la recuerdo por su persistencia en referir todo a lo erótico, del mismo modo en que cada persona refiere lo que le pasa a algo que lleva invariablemente con él, como quien interpreta al mundo en razón de sus borracheras e infames historias de cobardes tipos de la noche.
Maria Virginia se movía muy bien. Con respecto a Freud sobre todo. Recuerdo que alguna vez mientras habitamos aulas sintiendo que estábamos en contra del mundo, dijimos, hace varios años, que recordaríamos a las paredes de esas aulas y a esos meses y a esos tiempos como configurados por mucho compromiso y por mucha responsabilidad. Resultó ser una especie de mentira que era necesario arrojar para adelante. De esa manera lo que hacíamos tenía sentido y se contactaba con la dimensión del desear. De no haberlo hecho, esto que soy y que somos hoy lo hubiéramos sido desde hace mucho tiempo atrás y algunas intensidades y algunas eroticidades nos habríamos perdido. ¡No desde siempre fui un asesino! ¡No desde siempre fuimos asesinos! ¿A quién le tengo que pedir perdón? ¡No desde siempre fuimos asesinos! Lo único que hacíamos era creer que había en los libros algo poco frecuente. Investigamos algunos y quisimos aprender a hablar, a hacer preguntas, a mentir desarrollando fundamentos. Junto a ella aprendí a mentir y más importante aun aprendí a no darle absolutamente nada de importancia a aquellos que cuando se percataban de la mentira nos acusaban de mentirosos. ¿Quién no lo es? Conozco y estoy rodeado de montones de personas que durante toda su vida no han hecho mas que mentirse a si mismos, así que ya no tolero más que esos crápulas me acusen. ¡Despierten de una vez!
María Virginia me mando un mensaje de texto. Me dijo que está recién llegada de Marruecos. Ahora ya no tiene veinticinco o veintisiete años. Ahora tiene cuarenta y tres. Imagino que estará más ajada que antes. Siempre tuvo distintas facetas en su cara. Pocas veces la ví igual. Será porque su discurso y su pensamiento se expresaban a través de sus gestos y de su caracidad. No tengo demasiada expectativa con relación al reencuentro. Antes solíamos pensar que siempre habría un reencuentro. Solíamos decirlo porque llegamos a intuir que se avecinaba una especie de separación. Entonces no nos privamos nunca de decirnos cuanto nos queríamos. A veces para decirlo buscábamos ofendernos de alguna manera. Era como un juego. Un jugar que daba placer, una especie de mentira, de gran mentira que podía estar poblada por halagos vanos y estúpidos, por un discurso que aparentaba creer en esos halagos y a veces por la crítica feroz y salvaje, ofensiva que buscaba a propósito indagar hondo, mover, rasgar, cortar, cambiar, no tolerar, lastimar, diseminar, penetrar, erotizar.
Pase momentos con ella. Un día nos dijimos “nos vemos” y para cumplir tal afirmación con olor a promesa demoramos años. No se ahora si siempre hay un reencuentro. No estoy seguro de desear que sea así.
Maria Virginia se debe haber vuelto tan decrepita como yo. Yo he muerto y nada asegura que ella no haya muerto también. Nadie no muere. Probablemente me hable de trabajo. O peor aun, tal vez finjamos recordar con placer los tiempos pasados que por ahí creamos que nos unen. No hay placer en ello. Lo erótico no habita en el pasado. Lo erótico, la pulsión caliente habita siempre en el presente, en el vértigo, en la descompostura, en los revoltijos, en las diarreas, en la locura, en la dimensión de lo angustioso, en las lastimaduras, en los huecos por los que ahora es posible meter la mano, en los órganos sensibles.
Siempre hable en aquellos tiempos con María Virginia acerca de cómo me sentía. Y cada vez era la primera. Y cada vez era la segunda y la quinta. Y cada vez era la última. Y cada vez era la muerte y la locura. Ella también tenía fusibles quemados en la cabeza. Me la imagino ahora conservadora. Detestable. Mucho menos puta de lo que era. También yo soy mucho menos puto, mucho menos deseable que antes. Rescato sí que evitamos por todos los medios advertirnos acerca de eso antes. Creíamos que no iba a suceder. Creo que no hicimos nada demasiado interesante más que identificarnos más con el marxismo que con el capitalismo. No por adherir o por no adherir, sino por una cuestión que no tengo ganas de explicar ahora, porque no se como hacerlo y porque no tengo ganas de inventar eso. Ya no me importa para nada.
No sé que paso en aquel tiempo con Maria Virginia. Hablábamos de intensidades, de deseo, de la mierda, de la incomodidad. Las palabras nos eran ambiguas. Todas ambiguas. Susceptibles. Y en ese punto la dimensión del mundo es otra. La experiencia de pasar por una experiencia cualquiera tiene otros colores. No se por qué sospecho que hoy esos colores son grisáceos. Las experiencias tienen otro color y otro gusto de un día para otro. El gris no es malo. Es otro. Me imagino que Maria Virginia está gris, igual que yo. Debe ser la edad, lo que llaman cansancio, la tristeza de comprobar a diario y cada vez más nítidamente lo incomprobable. Tan gris o más que yo debe estar María Virginia. Salvaje, desenfrenada, densa Maria Virginia. Con ella hubiera estado bueno hacer junta en el espacio de pensamiento. No se ahora, pero antes si. Antes si. Ahora no. Antes si. Ahora, ahora no. Antes si. ¡Antes sí y ahora no!

lunes, 14 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 21 - LEANDRO TRILLO)

HUEVOS POR ARGOLLAS


Nada interesante pasó en el grupo de pensamiento por algún tiempo. A mi juicio no ha servido para demasiado aun hasta el día de hoy. Algún miembro trató de darle una cierta poética al asunto pero quedó en un buen intento. Ninguno de los que participamos le dimos demasiada importancia. Mucho menos constancia. El grupo de pensamiento, mediando Agosto, se marchitó. Se volvió un espacio triste. Algo marchito, como una hoja seca en el asfalto. Así se volvió el espacio de pensamiento. Una hoja marchita sobre el asfalto sobre el que pasan miles de personas a diario, pisando, algunos desparramando algún pedazo de mierda que pisó. Así la hoja se vuelve un poco pegajosa, se va integrando más y más eficazmente con el resto de la ciudad a los fines de figurar de alguna manera en alguna baldosa pintoresca en la cual ya no se distingue si lo que hay pegado es un poco de barro, un pedazo de mierda tibia cagada por algún perro, un papel de chocolates o una hoja seca entremezclada con otras basuras. Lo mismo ocurrió con ese grupo virtual de pensamiento. No se qué pasa en otros. Espero que tengan mejor suerte. A decir verdad, yo también preferí en más de una ocasión ir a ver televisión antes de participar. Necesito algún relajo. A veces la desesperación de mi mente me satura y me ahoga. Recordar que he asesinado me asesina también, lento, a fuego lento. A veces me encuentro demasiado envuelto entre paredes demasiado cercanas unas de otras pintadas de negro y no de blanco al estilo de una habitación de neuropsiquiátrico. Sin embrago, como por una cuestión metafísica, o de magia, después de dormir todo adquiere formas nuevas para mi, pero siempre, siempre la sensación. Me cuesta olvidarlo. Me cuesta digerirlo. Demasiada bronca. Ni siquiera me preocupa saber si es cosa mía o no, si es algo general. Ésta época y esta calle por la que camino para ir a trabajar todos los días mientras mi arte y mi pensamiento y mis sensaciones se olvidan y relegan a causa de los problemas que nada tienen que ver conmigo y que finjo que me importan, se asemejan increíblemente a una fábrica enorme que produce cada vez mas desagrado, más bronca, más enojo y más odio de lo que cualquier ser cuerdo puede soportar. Así es como mueren artistas antes de nacer. Así es como mueren. A través del acatamiento al odio y al rencor. Ya no salva el arte más que a unos pocos. Lo mismo da matar a un artista fusilándolo contra un paredón o torturándolo con la máquina kafkiana que aniquilando y contaminando su instrumento de trabajo. Ya no es que del caos surge la creación. De un cuerpo triturado que porta una deseabilidad triturada y descuartizada no puede esperarse más que nada. ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Me obligan a hacer lo peor de todo, lo imperdonable! ¿Para qué quieren que vaya a la Iglesia? ¿Para qué quieren que vaya y hable con Dios? ¿Para que le confiese mis pecados? Dios no tiene nada que ver ni nada que opinar en todo esto. Manga de asesinos.

viernes, 11 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 20 - LEANDRO TRILLO)

CUELLOS


Días en los que la pornografía es compañía y contención, en donde la música apenas se percibe, días en los que las sombras alumbran, como si fuera normal, días en los que las luces producen sombra. Días y no momentos. Días. En los que la locura es la cordura que quiero, en los que es posible darse cuenta que el hecho de estar vivo cada vez está más cerca de terminarse, o eso me parece a mi, que no miro televisión, ni me informo a través de esos crápulas, alcahuetes indisimulables. Idiotizados, luego los estúpidos dejan pasar el tiempo tratando de descifrar para quien alcahuetea el alcahuete. Para mí, que no me nutro ya de esa basura, solo existen los días en los que se percibe como lo vivo se va, todo el tiempo y los días en los que no.
Esa lucha que plantea el maldito debes ha muerto en mi. También he asesinado a esa figura. Cada vez me importa menos el debes. Cada vez me cago más en el.
Por ello entiéndase resentido. Esa forma de violencia sin objeto. O con todos, es igual. No se si situarla en el origen de lo social, o a causa de experiencias ocurridas en cualquier parte, o en la calle. Mas me parece que no hay demasiada procedencia para buscar. O así prefiero pensarlo. Tanta seguridad acerca de que cada cosa posee una procedencia indiscutible me da la sensación de encontrarme entre cagones, entre pobres miedosos que creen que temerle a sus miedos, a sus inseguridades, a sus angustias les servirá para algo. Los veo, todo el tiempo tratando de no estar angustiados. Evitan la angustia. Esquivan ese contacto, esa forma de vinculación con la existencia y toman pastillas para seguir estrujando esa angustia debajo de la almohada esperando, evidentemente, que llegue la mañana en que despierten y no puedan ni hablar ni moverse a causa de la dolosa contracción que sentirán en el pecho, mil veces más aguda al que aplastan con el rivotril, y van a ver a esos sicólogos que no les dicen nada por la razón de que no pueden hacerlo. Pareciera que lo que es terapéutico para estos tipos es pagar la terapia en vez de levantar algún faro en ella. Pero no suelen darse cuenta de que al sicólogo al que le pagan, a ese que tienen enfrente tampoco le importan demasiado los problemas ajenos.
Frecuentemente conviene creer en el destino.
¿Por qué me ha tocado ser así? No se. ¿Por qué yo? ¿Por qué yo no? Tal vez no sea demasiado social. ¿Por qué no me he suicidado aun? No se. Hay algo que funciona, como una inyección, como más drogadicción, como más más. Más más. Eso esta bien.
Lo único que me hace tener algunas preocupaciones a veces es la constante derrota que sufro ante el lenguaje. Hay cosas que no puedo explicar. Tal vez sean ideas demasiado largas para hacerlo, pero se alojan claramente en un lugar. Es una idea hecha en imágenes que no se pronuncia más que a través de pequeños fragmentos traducibles, faltos de esa dignidad necesaria para existir, pero que hace tal cual es a la propia conducta. La fuerza de esta idea está en el cuerpo mucho más de lo que está en el lenguaje. Esas cosas no las puedo explicar. A veces esa imposibilidad que establezco ante el lenguaje me molesta. Otras veces no sucede así. Callo. Generalmente callo. Prefiero no hablar. En la mayoría de las ocasiones prefiero no participar. Preferiría no hacerlo, como Bart Levi. Lo que hago lo hago solo por acumular experiencias. Cualquier cosa tiene un sabor extraño para mí. No me impulsa lo moral ni me mueven los sentimientos de compasión. Esos, si no aparecen por mi lado, aparecerán sin dudas por el lado de otro. La cosa funciona así. Nadie es bueno o malo. La cosa funciona con ese chip, con esa regla. Como una mecánica. Si no tengo compasión yo, otro la tendrá y el necesitado de compasión la recibirá. No hay dudas al respecto. Sin embargo no hay conciencia para mí de ello. Nada cambiarán mis compasiones, ni siquiera unidas a las de diez mil tipos más. No quiero ayudar ni quiero que me ayuden. ¿Quién me va a ayudar? ¿Alguien que me dirá que la frula es mala, que el faso te come neuronas que no se regeneran? ¿Es que nadie va a hablarme de Nietszche? ¿Nadie? ¿Y dicen que me van a ayudar? ¿Me van a ayudar a qué? ¿A convertirme en oveja, a volver al rebaño? ¿A ser una persona de bien? ¿Cómo Chaboya, ese estafador formado en una familia con prestigio y en la universidad? ¿A qué me van a ayudar? ¿A ser un buen pibe? ¿A ser docente? ¿Me van a capacitar para estar enfrente de las aulas? ¿Quién me va a capacitar? ¿Qué quieren de mí, que dé clases igual que mis maestras de primaria? ¿Me van a ayudar acaso a pensar como las muchachas del grupo de pensamiento, en donde decís pito y todas ponen cara de espanto? ¿O me van a proponer que me enliste en el ejército, para ser un soldado de dios y de mi país? Sin más palabras, por favor. No más palabras, pero se imponen. ¿Me van a ayudar a no tomar tanto alcohol? ¿A qué me van a ayudar estos productos nacidos de la soberbia menos útil y más represiva de todos los tiempos? ¿A obtener el amor de quien?
No, no. He dicho que no. Con esas metáforas ya no. Con esas maneras de nombrar sí que no.
Los compasivos, los profetas de los sentimientos buenos y respetuosos de esta moral deberán usar otras metáforas para seducirme. Hasta tanto seguirán viéndome con los anteojos que hacen de mi rostro la imagen de un resentido y continuarán oyendo mi voz como si estuviera siempre alejándose y huyendo de ellos.
Que se vayan al diablo. Recuerdo que hubo momentos en los que tuve que escuchar que me comprenden, que me compadecen y que me aman. También debieron escuchar que no quiero amor. No quiero ese amor. Así se borra la sonrisa de un crédulo. Prefiero estar solo. Solo en el mundo. Solo en la existencia. Prefiero que no me hablen cuando no lo pido. ¿De qué me compadecen? ¿Qué es lo que entienden, qué es lo que entienden como para compadecerme?
Larutia no compadecía y hablaba muy poco. No daba monedas a los mendigos ni soñaba con castillos ni con paraísos. Le gustaba apreciar arte, escuchar música para invocar el sueño y las naranjas.
De a poco, antes de morir, comenzaron a hacerse ciertamente perpetuas la acidez, el stress y una tos corta y fina. Horacio había pensado algunas veces que no sería víctima del stress. Creía que no porque decía que las ficciones nunca ejercieron demasiado poder sobre el, sino que era al revés. Pero, al igual que a todos, el aburrimiento, verdadera y única causa de eso que denominan stress, parece poder alcanzarnos a todos.
He sabido que María Virginia está por esta zona. Otra vez en muy poco tiempo. Es raro que no se haya contactado conmigo todavía. No se porqué sospecho que quiere verme. Había prometido que lo haría la última vez que nos vimos. De todas formas no le creí. No debería haber prometido. Las promesas, sobre todo las afectivas, son una frialdad de igual tenor al de las notas que se emiten desde las casas de gobierno. Maria Virginia, cuanto tiempo sin saber de ella.

miércoles, 9 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 19 - LEANDRO TRILLO)

CAOÍDEO


Comprobé la existencia de una doble vía de vida. Fue una experiencia llena de moscas embadurnadas sobre una cucharada de miel lista para ser metida dentro de una taza de té de oficina del poder judicial de una nación cualquiera. Trajes de Dior y el olor a la humedad con que los suburbios adornan a la noche.
Había hecho en un tiempo una sociedad con una mujer de la que no me olvido. El recuerdo, así como la nostalgia, se rigen casi exclusivamente porque nos acostábamos todo el tiempo. Habíamos firmado una serie de compromisos económicos juntos. Después de una sencilla y no emotiva separación esos compromisos dejaron de interesarnos y por lo tanto de unirnos. Quiero significar lisa y llanamente que dejamos de pagar las deudas que nos unían. La cuestión se judicializó de una manera horrible y terminó en un juicio en donde hubo que rendir cuentas ante un abogado de un organismo estatal.
El Dr. Chaboya, utilizando esa repugnante d mayúscula para nombrarse a sí mismo, era un ser robusto, casi pelado. Los pocos pelos que le adornaban ridículamente los costados de la cabeza eran canosos. Seria un tipo de unos cuarenta y cinco o cincuenta años. Es igual. El Dr. Chaboya poseía un léxico imperante, imponente. Era un abogado que cuando era persona era tan nefasto como cuando era abogado. Manifiesta y aparenta tener un conocimiento sólido ante las requisitorias, ante los distintos planteamientos de los pobres usuarios que necesitan de sus canallas servicios. Vestía por lo general siempre trajes. Era común verlo envuelto en grises y blancos.
Andaba loco, como hacía ya bastantes horas, por una de las rutas de las afueras de la ciudad. Frecuento ese lugar. Cuando voy sintiendo que el día termina me dispongo a recorrer distintas partes de la ciudad. Pareciera que me calma. No sé que es lo que se calma, pero me gusta. Será que la música que escucho mientras lo hago predispone a mi cuerpo al olvido. Las pasiones fuertes, tan fuertes, son medianamente olvidadas. La desesperación y el resentimiento que me brotan y que se dirigen a los diarios, a los noticieros, a los programas de entretenimiento, a los libros que pretenden enseñar a vivir mejor, a quienes leen esos libros, a quines los difunden, a quienes hablan de ellos en el trabajo, se disemina por mi cuerpo de manera distinta cuando recorro la ciudad en el auto mientras escucho música.
Fue bajo esas circunstancias que a mi auto, justo allí, en ese bajo, se le rompió violentamente una rueda o un amortiguador o algo que le impidió continuar en movimiento. Estaba todo muy lleno de barro y eso hizo que mi temperatura levantara aun más. No pude volver a mover al maldito cascajo. Como tampoco tenía teléfono, lo que hizo sentirme más rata aun, empecé a caminar por el costado de la ruta. De todas maneras no tenía demasiada gente para llamar por teléfono a esa hora. No estaba lejos de casa. Esa ruta, oscura y medianamente alejada del bien, lleva el nombre, para los subterráneos, de la ruta de los trabas. Bajo la luz de la luna sentí un piropo ordinario y a efectos de la locura que tenia encima y del resentimiento que me invadía para con el universo, me di vuelta y jugué. Era el Dr. Chaboya. Tenía los labios pintados de color negro con un trazo extremadamente grueso. En la cabeza tenía una peluca negra que le hacía una melena horrible. Estaba sucia, o al menos con apariencia de pelo no lavado, descuidado. En algunas partes tenía rulos, en otras algo así como rastas, en otras tenía pequeños huecos, como si una tortuga le hubiera mordido la cabeza arrancándole pequeños pedazos de pelo. Vi en su barbilla y en sus cachetes, y sobre todo debajo de la pera, la escasa barba que crece de la mañana a la noche. El Dr. Chaboya no se afeita dos veces al día. Con una sola pasada considera que le alcanza para estar presentable en sus dos trabajos. Vestía una prenda unicorporal negra, corta, sin breteles que le dejaba los hombros al descubierto y evidentemente había implementado algún truco para tener tetas grandes que se veían provocativamente dentro del escote de la prenda unicorporal.
Nos reconocimos. Nos dimos cuenta de ello. Pactamos durante segundos el silencio. Sin embargo no sabía el Dr. Chaboya lo poco que me importa que alguien se entere de ello. Solo me importan mis problemas Dr. Chaboya. Mi maldito auto roto, mi angustia, la respuesta a la pregunta ¿por qué no me suicido? Solo me importan mis ficciones, doctor. El Dr. Chaboya revoleaba su cartera como una loca, sin mover demasiado el hombro. La revoleaba haciendo uso de un amaestrado movimiento de muñeca mientras mascaba un chicle o algo. Su boca ejecutaba constantemente el movimiento de la mascada. En ningún momento hizo un gesto de sorpresa. Algo me dijo. Se ofreció por poca guita. Hizo explícitas las tarifas a cada momento. Sabía él que tenía que hacerlo. Estaba jugando y yo también. No estaba tan mal el Dr. Chaboya. Lo prefiero así, pintado de negro, entre moscas noches y borrachos dados vuelta antes que como abogaducho que intenta hacerme creer que mis problemas significan algo para él.
Unos pocos días después fui con la mujer con la que estábamos en litigio al despacho del Dr. Chaboya. Ello en virtud de una citación firmada por él. Allí discutimos muy fuerte, a los gritos, sobre todo con la que había sido hembra mía. No es interesante lo que nos dijimos. Ni siquiera el porqué estábamos peleando ni los fundamentos de cada uno. Es lo mismo que se ve mientras se hace la cola en un hospital, o en una oficina, o mientras se hace algún trámite jubilatorio. La estúpida que había sido hembra mía llevó la discusión al extremo. Me fui de arrebato dando a entender que no me importaba en absoluto la forma en la que las deudas se cancelarían.
-Que las cancele dios, les dije a ambos mientras me retiré.
A ella le dije mamita. A él le guiñé un ojo a la pasada.

lunes, 7 de febrero de 2011

ELOGIO DE LA MUTACIÓN. ESPEJOS RETRATADOS POR FELISBERTO HERNÁNDEZ.

Por Leandro Trillo.


Viedma, 29 de Enero de 2011.


Encontré recientemente en un ejemplar prestado de la revista Fin de siglo, publicada en diciembre de 1987, un articulo que, a continuación, transcribiré íntegramente. La segunda página de la revista informa que su director periodístico era en aquel entonces Vicente Zito Lema y que era Eduardo Luís Duhalde su director editorial. Entre otros, conformaron aquel Consejo Editorial de Fin de siglo Carlos Aznárez, Daniel Molina, Maria Moreno y, paralelamente, también Zito Lema. El texto completo al que me refiero, situado en la contratapa del ejemplar y titulado Una mañana de viento, menciona a Felisberto Hernández como autor. En su decir utiliza la palabra yos.
También Hernández es, al igual que ellos vosotros nosotros él tu y yo, un desconocido; dueño del poder de hacer de la conducta cotidiana, de lo rutinario, un relato no identificable.


Una mañana de viento


Una mañana de viento mis padres me llevaron a una farmacia. Yo tenía once años. El farmacéutico era amigo de la casa y mis padres le dijeron que yo estaba débil. Él me hizo sacar la lengua y después conversó mucho con ellos. Cuando nadie me vio fui a sacar la lengua entre dos espejos colocados uno frente al otro. Yo me repetía muchas veces con muchas lenguas; y los últimos yos del fondo subían hacia el techo – los espejos estaban inclinados hacia delante como si se hicieran una cortesía – y al final se me veían nada mas que los pies.
A la mañana siguiente había sol. Mi padre ensilló la volanta muy temprano y salimos para el campo. Al rato me aburrí y después me quedé dormido. Al mediodía llegamos a un pueblito adonde había un galpón de cinc que tenia pintado, con letras grandes, mi nombre y mi apellido; y debajo decía: “minutas a toda hora”. Mi padre se reía y me dijo que yo y el dueño de aquel galpón éramos los únicos, en la republica, que teníamos el mismo nombre y apellido.
Dentro del galpón había mesas redondas, como en las playas, y un señor en mangas de camisa le hizo señas al mozo para que nos sirviera. Mi padre encargó bifes con papas y huevos fritos. El mozo se lo dijo a una señora que estaba detrás del mostrador y enseguida ella metió la cabeza en un agujero y le dijo lo mismo a otra persona que estaba del otro lado del tabique. Éramos los únicos en el galpón. Al rato se acercó el señor en mangas de camisa y mi padre le preguntó si era el dueño: entonces le dijo que yo me llamaba como él y los dos se rieron. Pero yo tenía angustia.
El dueño conversaba moviendo unos bigotes negros muy retorcidos. El jopo también estaba retorcido y parecía otro bigote. Se escarbaba los dientes con una pajita de escoba y la uña del dedo meñique era muy larga. Yo había perdido la seguridad en mi mismo: yo podría ser aquel hombre o quién sabe quién. Cuando le escribiera a mi abuela, en vez de ponerle mi nombre, le mandaría un retrato; y cuando pensara en mi me miraría en un espejo.
Entonces recordé todos los yos que había visto en los espejos del día anterior y los volvía a ver con la lengua afuera.

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 18 - LEANDRO TRILLO)

VIBRANDO


Casi como por arte mecánico respondí a una mina que afirmó ante mí que yo no creo en la acción de extrañar, con tono de acusación, como denunciándome, que, efectivamente, no creo en los extrañamientos. Rápidamente y haciéndome sentir invadido me preguntó en qué creo, como dando por sentado que es obligatorio o saludable creer en algo. Le contesté que creo en colillas de cigarrillos. Del resto, en nada. Comenzó a decirme que ella tampoco cree en nada. Luego de haberlo pronunciado agregó que salvo en el amor, ella tampoco cree en nada. Más tarde, ese mismo día, recordé una deducción de Aldous Huxley en la que afirma que abocarse a repetir sentencias durante una bondadosa cantidad de horas diarias, cuatro veces por semana durante, digamos, una decena de años no genera otra cosa que una verdad. Fue así que comencé un día, casi jugando, a ejercitar un discurso de manera mecánica, como si estuviera hablando a alguien que sé quién es. Como si lo tuviera enfrente mío. Me había atraído la posibilidad planteada por Huxley. Me había generado una suerte de conjunto de temores que al pensarlos me resultaron inexplicablemente placenteros. Con los días la figura del otro ha ido desapareciendo de mis fronteras. Es casi como si no existiera. Yo no hablo con pretensiones comunicativas desde que empleo el método de la verdad de Huxley. En varias ocasiones he conseguido, entre otros, réditos sexuales a raíz de ello. Pues he logrado que lo que el otro piense me importe nada. Mi verdad se apodera del que tengo enfrente. Lo invade. O me deja o sucumbe. Desde que empleo este método no he necesitado volver a mirar a los ojos o dar atención a las palabras que los otros pronuncian más que en ocasiones cuya importancia o intensidad solo yo diagramo. Ello a causa de la efectividad del método, y también a que cada vez percibo como más predecible lo que el otro dice. Eso mismo ha sucedido en el grupo de pensamiento. “Soy muy estructurada” dicen las chicas. “Ay, no se si está bien o mal” dicen aquellos que todavía se rigen bajo esa premisa. El método de la verdad de Huxley me apartó bastamente del contacto que solía tener con la gente. Aun viviendo en circunstancias similares a las que habitaba previo a conocerlo. Seguía yendo a trabajar y seguía concurriendo a otras actividades que me demandaban situar el cuerpo en sociedad, pero ya nunca fue lo mismo. Parecido, pero algo apareció, como irrumpiendo, en todas las cosas y en todos los rostros y en todos los sonidos que me permitió olvidar mucho más fácilmente que antes. El uso del método me borró de la vida de mucha gente que fue incapaz de soportar lo que yo hacia, sin darse cuenta de que hacían ellos exactamente lo mismo que yo. Una colilla de cigarrillo, apagado, es mucho más real que una mina diciéndome que me ha extrañado o incluso que me solicite que se lo exprese yo a ella. Habrá pensado que no me cuesta nada, y también lo pensé yo. Pero no lo sentí. Además ella sabe que le miento si le expreso que la extrañé y sin embargo me reclama encaprichadamente que se lo diga. Pues esta vez se ha quedado con las ganas de que un macho le diga que la ha extrañado. Comencé lentamente a manejarme de una forma similar a esta. Establecí vínculos e interaccioné en grupos sirviéndome de esta metodología que pronto se transformó en regla para mí. El funcionamiento práctico del método Huxley es el siguiente: por las noches se identifica a quien se desea dirigirse y posteriormente se elabora un discurso, breve por lo general, para recitarle al día siguiente al sujeto seleccionado. Ese discurso debe ser estrictamente grabado en la memoria y en la voz de manera tal que se repita como si se tratara de un acto mecánico. Siempre. Así, frente a los otros, frente a los agentes que operan en el mundo externo, la apariencia adopta la forma de un ser que se encuentra en perpetuo estado de vomito. Yo mismo me encontraba vomitando todo el tiempo lo que había elaborado. No escuchaba. No había modificaciones. No había reemplazo de palabras. No había lugar a la improvisación. No había nada más que el hecho de una repetición mecánica de un conjunto de palabras mezcladas de tal manera que configuraban un significado decodificable para el otro. Me han dado cachetazos y me han insultado. He peleado y también he insultado. De las dos maneras. De la espontánea y de la premeditada. Sin embargo no creo haber hecho algo demasiado diferente de lo que hace el planeta, la literatura, el poder. Ese mismo mecanismo mencionado por Huxley que continúo utilizando de manera enferma, saturada, hartante, no es otro que el que emplea el mundo todo. El universo funciona así, el pensamiento, el lenguaje, las minas, los sí, los no funcionan de esa manera. Se engendran del mismo modo, bajo la misma lámpara de calor. Son mecanismos que se cortan con una misma tijera, que se pulen en aulas iguales e idénticas.
Las verdades pueden ser universales o pueden ser ortopédicas. Estas últimas se llevan mejor con los resentidos, pues entre ambos términos se establecen verdades de un día para otro. Y de la misma manera se desarman. Aceptar este acto, la aplicación de este mecanismo implica desprenderse de las verdades. De las identidades. Del amor. De las pasiones tradicionales, clásicas, románticas. Implica ser un lingera, un vagabundo de la existencia. Implica resentimiento incontrolable. Me he convertido en un salvaje. Mis manos se llenan de restos de comida mientras como porque lo hago como un simio, como un animal, como alguien que carece de rituales y de costumbres. Basta con que repita diez o quince veces el texto y el trabajo estará finalizado. Una nueva verdad nacerá y comenzará a morir en ese mismo instante. Puedo realizar cualquier cosa así. A nada temo bajo este estricto sistema de verdades pasajeras. Nada me molesta, nada me ofende, nada me asusta y a nadie deseo.

viernes, 4 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 17 - LEANDRO TRILLO)

INTROYECTANDO PROYECTANDO


Encontré desde hace un tiempo una especie de cura, de alivio que contrarresta eso intraducible que me sucede un par de veces por semana. Está eso relacionado con la angustia, con pasiones míseras, de la percepción íntima de la miseria. No haré esfuerzos por explicarlo ahora, pues llevo una vida intentando hacerlo y no creo que ocurra ahora el milagro.
Participo de un foro virtual. Se organizó bajo el rótulo de Grupo de pensamiento. Lo llamamos Grupo Lo Capital. Se armó espontáneamente y estoy allí como participante del mismo modo en el que voy a participar de un recital de jazz. He hallado en este foro ese mismo vaho a bosta que hallo allí en donde el lenguaje se ve mínimamente desafiado. Hace pocos días dije que las actitudes de una serie de alumnos a los que enseño no más que giladas en aulas horribles y aburridas me parecieron estúpidas. Manifesté que le temo a la estupidez, yo, que siendo el más estúpido de todos, trato de no serlo tanto. Dos o tres minas, mucho más estúpidas que yo, que inútilmente leyeron mi texto no pudieron evitar poner inmundas caras de vírgenes violadas al leer la palabra estupidez. Me he reído un poco, pues se armo una discusión de putitas histéricas, todas calientes. Les pregunté, cuando se hartó y se saturó lo que soy capaz de soportar, que es cada vez menos, ¿qué les pasa? Cuando hablan los filósofos por la televisión de la estupidez nadie dice nada, porque nadie los escucha. Cuando hablan los intelectuales por radio acerca de la estupidez, nadie dice nada, por el contrario, se efectúan una serie de festejos y exclamaciones del tipo “que bien lo de este hombre”, “Claro. Éste tipo sí que sabe pensar”. Las muy imbéciles auspician, sin poder darse cuenta, la misma careteada que tanto las ofende cuando la nombro yo. Cuando a la estupidez la muestran los programas de televisión mientras inyectan mierda en las cabezas como si se tratara del hecho de poner un chip en un teléfono celular, ellas le miran el culo al conductor del programa y dicen, admirando sus trajes coloridos y la inconmensurable cantidad de dinero que imaginan que posee “¡Qué bueno que está!” mientras muerden arrastrada y putañeramente su labio inferior con los dos dientes de arriba y giran de un costado a otro sus atrofiadas cabezas que creen cualquier cosa menos que están participando de un espacio de pensamiento. Imagino nítidamente la situación. Miran esos programas de porquería y mandan mensajes de texto votando en un concurso inmundo por sus estrellas favoritas creyendo luego, cuando la sesión de la inyección de mierda cesa, que es allí adonde podrán o deberán buscar la materia prima para participar en un foro de pensamiento. Ahora, cuando en ese espacio para pensar, inútil desde ya, lo planteo yo las imbéciles se ponen como monjas a las que les han tocado malamente el culo. ¡Imbéciles! Las muy pelotudas se dedican a la docencia. Eso me asusta. “¿Tan estúpidos son los pibes?”, se preguntan. “¿Tan buenos somos nosotros?”, se repreguntan. Como si no lo supieran. Están encarando mal los razonamientos y los planteamientos. Me hartan ellas y quienes son como ellas. A mí, a Jesús Mujica, me desespera esto. A veces me pregunto cuál es la razón por la cual no me suicido. A veces me pregunto también cómo es que yo, con la triste formación que tengo, soy docente. Es innegable, todos somos el problema. Tanto quien me propone como yo, que no tengo demasiados reparos en aceptar. Quien no es docente en la oscuridad, como yo, trabaja en negro y quien no trabaja en negro acepta oscuras ofertas y quien no acepta oscuras ofertas pinta de negro lo que luego recubre con una sábana blanca y quien no simula lo negro con lo blanco no sé.

miércoles, 2 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 16 - LEANDRO TRILLO)

PSICOLOGICISMO


Durante algunos años estuve saliendo con una señora un poco mayor que yo y no faltaron situaciones en las que fue necesario explicarle a esta señora con cabeza de adolescente insoportable algunas cosas que yo comencé por ese tiempo a intuir que todo aquel que me rodeara debería saber para poder evitar así la mayor cantidad de momentos de distracción innecesaria que se pudiera.
Mi padre acababa de tener un infarto. Conviví varios días con las fantasías de la muerte sobre mi cabeza. Ella viajó en esa misma fecha por quince días a culminar una serie de compromisos de estudio que tenía. Creo que estudiaba algo relacionado a la contabilidad. Se fue a cumplir con sus obligaciones formales. Insoportablemente me llamaba y preguntaba de manera liviana cómo andaba todo. Me decía, generándome molestia, que me notaba triste y distante con ella. Me confesó que tenia la sensación de que me había acompañado mal o de que no me había acompañado directamente. Le dije que en verdad me había afectado lo que había sucedido a raíz de su partida. Que se valla, que me haya dejado solo no me había afectado, pues es cierto que ella, como nadie, tenía ninguna obligación de quedarse conmigo. Creo que si la situación hubiera sido inversa yo me hubiera ido sin dudarlo y sin escuchar reproche alguno. Sin embargo a raíz de eso me di cuenta de que es verdaderamente doloroso que el otro no satisfaga los deseos que a uno lo encandilan. Le explique acerca de eso y le dije que en verdad no estaba enojado ni distante ni ofendido. No creo haberle dicho nada de eso. Pero sí me tome el trabajo de explicarle que estaba imbuido por una tristeza referida al hecho. Me indicaba esa tristeza que no era el hecho lo que me angustiaba sino que lo que me mantenía insoportablemente sensibilizado era haberme enterado de que la voluntad de satisfacción imaginaria no tiene efectos reales. No existe ese tipo de magia. Por lo tanto es inevitable el surgimiento del poder pues todo lo que uno hace en su vida social, demasiado ficticia, pareciera que no es más que transformar en práctica o atraer hacia lo real, hacia lo opuesto de la posibilidad de la magia, esa voluntad ególatra, onanista. Convertir eso imaginario en voluntad práctica es el objetivo que renace día a día a costa de una imposibilidad, de una insatisfacción. Por consiguiente desde siempre he notado que la sociedad consiste en la manipulación, un poco a sabiendas y un poco no, de los medios existentes y manipulables para que ese deseo se vea satisfecho de alguna manera. Le explique que ese conocimiento de las disposiciones universales me conmovió incluso en el cuerpo. Un aprendizaje, una perplejidad que me invade el cuerpo y de la que no pude deshacerme desde entonces. Poco después terminamos y no fue un dolor demasiado distinto a cualquier otro. Al menos para mí.