Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


miércoles, 16 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 22 - LEANDRO TRILLO)

DETRACTANDO


Me contacté con Maria Virginia hace unos días. Hace pocos años que no la veo. Las últimas veces que nos vimos experimentamos con el lenguaje. Años atrás, después de haber estudiado juntos, nos dedicamos a leer filosofía. Inventamos algo referido a lo erótico en el habla, en el poder de las palabras. A decir verdad la recuerdo por su persistencia en referir todo a lo erótico, del mismo modo en que cada persona refiere lo que le pasa a algo que lleva invariablemente con él, como quien interpreta al mundo en razón de sus borracheras e infames historias de cobardes tipos de la noche.
Maria Virginia se movía muy bien. Con respecto a Freud sobre todo. Recuerdo que alguna vez mientras habitamos aulas sintiendo que estábamos en contra del mundo, dijimos, hace varios años, que recordaríamos a las paredes de esas aulas y a esos meses y a esos tiempos como configurados por mucho compromiso y por mucha responsabilidad. Resultó ser una especie de mentira que era necesario arrojar para adelante. De esa manera lo que hacíamos tenía sentido y se contactaba con la dimensión del desear. De no haberlo hecho, esto que soy y que somos hoy lo hubiéramos sido desde hace mucho tiempo atrás y algunas intensidades y algunas eroticidades nos habríamos perdido. ¡No desde siempre fui un asesino! ¡No desde siempre fuimos asesinos! ¿A quién le tengo que pedir perdón? ¡No desde siempre fuimos asesinos! Lo único que hacíamos era creer que había en los libros algo poco frecuente. Investigamos algunos y quisimos aprender a hablar, a hacer preguntas, a mentir desarrollando fundamentos. Junto a ella aprendí a mentir y más importante aun aprendí a no darle absolutamente nada de importancia a aquellos que cuando se percataban de la mentira nos acusaban de mentirosos. ¿Quién no lo es? Conozco y estoy rodeado de montones de personas que durante toda su vida no han hecho mas que mentirse a si mismos, así que ya no tolero más que esos crápulas me acusen. ¡Despierten de una vez!
María Virginia me mando un mensaje de texto. Me dijo que está recién llegada de Marruecos. Ahora ya no tiene veinticinco o veintisiete años. Ahora tiene cuarenta y tres. Imagino que estará más ajada que antes. Siempre tuvo distintas facetas en su cara. Pocas veces la ví igual. Será porque su discurso y su pensamiento se expresaban a través de sus gestos y de su caracidad. No tengo demasiada expectativa con relación al reencuentro. Antes solíamos pensar que siempre habría un reencuentro. Solíamos decirlo porque llegamos a intuir que se avecinaba una especie de separación. Entonces no nos privamos nunca de decirnos cuanto nos queríamos. A veces para decirlo buscábamos ofendernos de alguna manera. Era como un juego. Un jugar que daba placer, una especie de mentira, de gran mentira que podía estar poblada por halagos vanos y estúpidos, por un discurso que aparentaba creer en esos halagos y a veces por la crítica feroz y salvaje, ofensiva que buscaba a propósito indagar hondo, mover, rasgar, cortar, cambiar, no tolerar, lastimar, diseminar, penetrar, erotizar.
Pase momentos con ella. Un día nos dijimos “nos vemos” y para cumplir tal afirmación con olor a promesa demoramos años. No se ahora si siempre hay un reencuentro. No estoy seguro de desear que sea así.
Maria Virginia se debe haber vuelto tan decrepita como yo. Yo he muerto y nada asegura que ella no haya muerto también. Nadie no muere. Probablemente me hable de trabajo. O peor aun, tal vez finjamos recordar con placer los tiempos pasados que por ahí creamos que nos unen. No hay placer en ello. Lo erótico no habita en el pasado. Lo erótico, la pulsión caliente habita siempre en el presente, en el vértigo, en la descompostura, en los revoltijos, en las diarreas, en la locura, en la dimensión de lo angustioso, en las lastimaduras, en los huecos por los que ahora es posible meter la mano, en los órganos sensibles.
Siempre hable en aquellos tiempos con María Virginia acerca de cómo me sentía. Y cada vez era la primera. Y cada vez era la segunda y la quinta. Y cada vez era la última. Y cada vez era la muerte y la locura. Ella también tenía fusibles quemados en la cabeza. Me la imagino ahora conservadora. Detestable. Mucho menos puta de lo que era. También yo soy mucho menos puto, mucho menos deseable que antes. Rescato sí que evitamos por todos los medios advertirnos acerca de eso antes. Creíamos que no iba a suceder. Creo que no hicimos nada demasiado interesante más que identificarnos más con el marxismo que con el capitalismo. No por adherir o por no adherir, sino por una cuestión que no tengo ganas de explicar ahora, porque no se como hacerlo y porque no tengo ganas de inventar eso. Ya no me importa para nada.
No sé que paso en aquel tiempo con Maria Virginia. Hablábamos de intensidades, de deseo, de la mierda, de la incomodidad. Las palabras nos eran ambiguas. Todas ambiguas. Susceptibles. Y en ese punto la dimensión del mundo es otra. La experiencia de pasar por una experiencia cualquiera tiene otros colores. No se por qué sospecho que hoy esos colores son grisáceos. Las experiencias tienen otro color y otro gusto de un día para otro. El gris no es malo. Es otro. Me imagino que Maria Virginia está gris, igual que yo. Debe ser la edad, lo que llaman cansancio, la tristeza de comprobar a diario y cada vez más nítidamente lo incomprobable. Tan gris o más que yo debe estar María Virginia. Salvaje, desenfrenada, densa Maria Virginia. Con ella hubiera estado bueno hacer junta en el espacio de pensamiento. No se ahora, pero antes si. Antes si. Ahora no. Antes si. Ahora, ahora no. Antes si. ¡Antes sí y ahora no!

No hay comentarios:

Publicar un comentario