Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


viernes, 25 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 26 - LEANDRO TRILLO)

METAFORIZADO


Si yo fuera lector de novelas o de lo que sea siempre compraría libros integrados por capítulos breves, que cuenten algo que comience y pueda ser terminado por el lector en la brevedad, que es lo único que parece que puede combatir al fragmento y a la fragmentación. Buscaría algo así como el proceso por el cual se traza un círculo. Buscaría eso, esa temporalidad rápida, instantánea que no me obligue a continuar con la tarea de terminar de leer el capitulo mañana. No. Lo empiezo y lo termino hoy, en presente. Como si fuera una charla. Casi nunca lo encuentro. Lo demasiado largo abunda en detalles que no me importan. No me interesa ni me importa saber si las manos están frías o calientes o si el cielo estaba gris o si tomaban vinos refinados o no. Tomaban vino. Punto. Demasiado alarde, demasiadas cosas increíbles y no increíbles. Vivir cargando con una mente tan asociada, atada, ligada a los convenios sociales de los que nunca quise formar parte es el hecho mas complejo del que he tenido noticias alguna vez a través del cuerpo. No existe nada que me haya parecido tan desafiante y complejo, tan en contra de una especie de autenticidad desconocida e innombrable que late en algún lado de cada uno, tan en contra.
En el café casi aparecen algunas palabras que se acercan a esa posibilidad de nombrar. Hay otro tipo de fantasmas en ese bar. Hay músicas, hay palabras por doquier, hay libros, hay gente sola, pensando, hay borrachos, hay desolados y estúpidos. Pero el ambiente los convierte en una posibilidad de acercamiento, de lazo, de fantasmas comunes. Todos los que estamos allí vamos a morir y a eso le tememos. De eso tratamos de olvidarnos en los bares.
Estuve ayer otra vez allí. Bebiendo. A nadie confesé nada esta vez. Cerraron y me quedé. Olvide que iba a morir, como frecuentemente me pasa. No se lo comenté a los otros borrachos que estaban ahí. Estábamos ocupados en otras cosas. En silencio, me parecía oír solos de batería todo el tiempo, bajistas marcando pulsos con velocidad y tensión swing. Habían fantasmas amigos, todo el tiempo cargando y llevando pinceles y guitarras y pinturas y cuerdas de repuesto para que nunca falten, para que estén a la vista, siempre, para que nunca olvide que si se rompe alguna cuerda podré cambiarla rápidamente por otra y todo adoptara las mismas formas que antes y hasta otras.
En mi ámbito laboral pasa otra cosa. Encima el resentido parezco yo. Que inmundicia. Los fantasmas son insoportables. Profesan la fantasía de la desconfianza, de la trinchera, de la estupidez. En ese ámbito, en donde prima lo mas vano, lo mas evitable, lo menos grato, las relaciones se dan entre atrincherados. Atrincherado es la palabra correcta porque quien está en una trinchera es quien está esperando ser atacado y quien está dispuesto a atacar, a matar, a asesinar.
En una de esas trincheras, Guillermo, un compañero de trabajo a quien en verdad no conozco más que a través de la identificación de unos gestos que se replican cotidianamente, me dijo que debería dejar se ser tan apegado a ciertas personas como mis padres.
-Tenés que cortar el cordón, dijo.
Usó esa inmunda y desgraciada expresión, esa repetición que convierte en incapaces de gozar a sus enunciantes, esa estupidez tan poco pensada, tan desalentadora. Callé y lo miré.
Fingiendo estar pensando cómo continuar con la revelación que creía que lo que estaba diciendo iba a tener, dijo:
-¿Sabes por qué te lo digo?
-No, le contesté.
-Porque después, cuando no lo tenés es jodido.
Eso me dijo.
-Sos un infeliz. Lo que acabas de decir lo único que revela es que sos un infeliz. Vos sos incapaz de ser amigo de los placeres.
Estaba completamente loco esa mañana por la razón de que no tenía ganas de estar allí y sin entenderlo, estaba.
-Porque cuando determinadas personas muy importantes para mí se mueren el golpe va a ser jodido ¿tengo que evitar disfrutarlas? ¿Para qué, para qué mierda haces eso? Le tenes miedo al afecto, al placer, ese es tu mensaje. Yo creo que vos no sabes lo que estás diciendo, no sos autor de ello y lo estas repitiendo porque lo escuchaste montones y montones de veces decir en tu casa, mientras comías, con tus viejos. Vos hijo único de dos empleados estatales perfectos. Silencio. La sala con la luz de un solo foco amarillo. Vos, que hiciste la tarea toda la tarde, que miraste televisión tranquilo, sin molestar. Vos que miras a los otros pibes andar en bicicleta, ir a fumar un cigarro, escuchabas a la hora de la cena que había que hacer eso. Olvidar en vida al placer. Evitarlo. Hace el favor de no tomarte la atribución de decirle a nadie lo que debe hacer ni en cuestiones de placer ni en cuestiones de nada porque les sos ajeno. Ahorrá hablar de muerte, Guillermo. Háblales de programas de televisión, de autos, pero de placeres y de goces y de muertes no. No repitas. Basta de repetir. ¡Basta de repetir, estúpido, basta de repetir!
Eso es lo que le hubiera dicho. Pero me puse una careta horrible cuando lo escuché. La que menos me gusta de todas las que uso. Con eso, con esa mierda deforme y horrible y gris e infeliz tapando mi verdadero rostro, mi real cara de desolado, logre engañarlo. Ante esa misma cara Guillermo creyó que me interesaba lo que me decía. En verdad él me parecía Larutia. Me parecía mí mismo a veces. Yo fui ese. Yo fui Guillermo, yo fui Larutia. Están todos siendo asesinados. Estamos siendo asesinados. Esa es la palabra. Insisto. El hecho. Con tipos como Guillermo, como Larutia, como María Virginia, como Adela, como el Dr. Chaboya, como yo, estamos siendo asesinados.

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