Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


viernes, 11 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 20 - LEANDRO TRILLO)

CUELLOS


Días en los que la pornografía es compañía y contención, en donde la música apenas se percibe, días en los que las sombras alumbran, como si fuera normal, días en los que las luces producen sombra. Días y no momentos. Días. En los que la locura es la cordura que quiero, en los que es posible darse cuenta que el hecho de estar vivo cada vez está más cerca de terminarse, o eso me parece a mi, que no miro televisión, ni me informo a través de esos crápulas, alcahuetes indisimulables. Idiotizados, luego los estúpidos dejan pasar el tiempo tratando de descifrar para quien alcahuetea el alcahuete. Para mí, que no me nutro ya de esa basura, solo existen los días en los que se percibe como lo vivo se va, todo el tiempo y los días en los que no.
Esa lucha que plantea el maldito debes ha muerto en mi. También he asesinado a esa figura. Cada vez me importa menos el debes. Cada vez me cago más en el.
Por ello entiéndase resentido. Esa forma de violencia sin objeto. O con todos, es igual. No se si situarla en el origen de lo social, o a causa de experiencias ocurridas en cualquier parte, o en la calle. Mas me parece que no hay demasiada procedencia para buscar. O así prefiero pensarlo. Tanta seguridad acerca de que cada cosa posee una procedencia indiscutible me da la sensación de encontrarme entre cagones, entre pobres miedosos que creen que temerle a sus miedos, a sus inseguridades, a sus angustias les servirá para algo. Los veo, todo el tiempo tratando de no estar angustiados. Evitan la angustia. Esquivan ese contacto, esa forma de vinculación con la existencia y toman pastillas para seguir estrujando esa angustia debajo de la almohada esperando, evidentemente, que llegue la mañana en que despierten y no puedan ni hablar ni moverse a causa de la dolosa contracción que sentirán en el pecho, mil veces más aguda al que aplastan con el rivotril, y van a ver a esos sicólogos que no les dicen nada por la razón de que no pueden hacerlo. Pareciera que lo que es terapéutico para estos tipos es pagar la terapia en vez de levantar algún faro en ella. Pero no suelen darse cuenta de que al sicólogo al que le pagan, a ese que tienen enfrente tampoco le importan demasiado los problemas ajenos.
Frecuentemente conviene creer en el destino.
¿Por qué me ha tocado ser así? No se. ¿Por qué yo? ¿Por qué yo no? Tal vez no sea demasiado social. ¿Por qué no me he suicidado aun? No se. Hay algo que funciona, como una inyección, como más drogadicción, como más más. Más más. Eso esta bien.
Lo único que me hace tener algunas preocupaciones a veces es la constante derrota que sufro ante el lenguaje. Hay cosas que no puedo explicar. Tal vez sean ideas demasiado largas para hacerlo, pero se alojan claramente en un lugar. Es una idea hecha en imágenes que no se pronuncia más que a través de pequeños fragmentos traducibles, faltos de esa dignidad necesaria para existir, pero que hace tal cual es a la propia conducta. La fuerza de esta idea está en el cuerpo mucho más de lo que está en el lenguaje. Esas cosas no las puedo explicar. A veces esa imposibilidad que establezco ante el lenguaje me molesta. Otras veces no sucede así. Callo. Generalmente callo. Prefiero no hablar. En la mayoría de las ocasiones prefiero no participar. Preferiría no hacerlo, como Bart Levi. Lo que hago lo hago solo por acumular experiencias. Cualquier cosa tiene un sabor extraño para mí. No me impulsa lo moral ni me mueven los sentimientos de compasión. Esos, si no aparecen por mi lado, aparecerán sin dudas por el lado de otro. La cosa funciona así. Nadie es bueno o malo. La cosa funciona con ese chip, con esa regla. Como una mecánica. Si no tengo compasión yo, otro la tendrá y el necesitado de compasión la recibirá. No hay dudas al respecto. Sin embargo no hay conciencia para mí de ello. Nada cambiarán mis compasiones, ni siquiera unidas a las de diez mil tipos más. No quiero ayudar ni quiero que me ayuden. ¿Quién me va a ayudar? ¿Alguien que me dirá que la frula es mala, que el faso te come neuronas que no se regeneran? ¿Es que nadie va a hablarme de Nietszche? ¿Nadie? ¿Y dicen que me van a ayudar? ¿Me van a ayudar a qué? ¿A convertirme en oveja, a volver al rebaño? ¿A ser una persona de bien? ¿Cómo Chaboya, ese estafador formado en una familia con prestigio y en la universidad? ¿A qué me van a ayudar? ¿A ser un buen pibe? ¿A ser docente? ¿Me van a capacitar para estar enfrente de las aulas? ¿Quién me va a capacitar? ¿Qué quieren de mí, que dé clases igual que mis maestras de primaria? ¿Me van a ayudar acaso a pensar como las muchachas del grupo de pensamiento, en donde decís pito y todas ponen cara de espanto? ¿O me van a proponer que me enliste en el ejército, para ser un soldado de dios y de mi país? Sin más palabras, por favor. No más palabras, pero se imponen. ¿Me van a ayudar a no tomar tanto alcohol? ¿A qué me van a ayudar estos productos nacidos de la soberbia menos útil y más represiva de todos los tiempos? ¿A obtener el amor de quien?
No, no. He dicho que no. Con esas metáforas ya no. Con esas maneras de nombrar sí que no.
Los compasivos, los profetas de los sentimientos buenos y respetuosos de esta moral deberán usar otras metáforas para seducirme. Hasta tanto seguirán viéndome con los anteojos que hacen de mi rostro la imagen de un resentido y continuarán oyendo mi voz como si estuviera siempre alejándose y huyendo de ellos.
Que se vayan al diablo. Recuerdo que hubo momentos en los que tuve que escuchar que me comprenden, que me compadecen y que me aman. También debieron escuchar que no quiero amor. No quiero ese amor. Así se borra la sonrisa de un crédulo. Prefiero estar solo. Solo en el mundo. Solo en la existencia. Prefiero que no me hablen cuando no lo pido. ¿De qué me compadecen? ¿Qué es lo que entienden, qué es lo que entienden como para compadecerme?
Larutia no compadecía y hablaba muy poco. No daba monedas a los mendigos ni soñaba con castillos ni con paraísos. Le gustaba apreciar arte, escuchar música para invocar el sueño y las naranjas.
De a poco, antes de morir, comenzaron a hacerse ciertamente perpetuas la acidez, el stress y una tos corta y fina. Horacio había pensado algunas veces que no sería víctima del stress. Creía que no porque decía que las ficciones nunca ejercieron demasiado poder sobre el, sino que era al revés. Pero, al igual que a todos, el aburrimiento, verdadera y única causa de eso que denominan stress, parece poder alcanzarnos a todos.
He sabido que María Virginia está por esta zona. Otra vez en muy poco tiempo. Es raro que no se haya contactado conmigo todavía. No se porqué sospecho que quiere verme. Había prometido que lo haría la última vez que nos vimos. De todas formas no le creí. No debería haber prometido. Las promesas, sobre todo las afectivas, son una frialdad de igual tenor al de las notas que se emiten desde las casas de gobierno. Maria Virginia, cuanto tiempo sin saber de ella.

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