Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


miércoles, 9 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 19 - LEANDRO TRILLO)

CAOÍDEO


Comprobé la existencia de una doble vía de vida. Fue una experiencia llena de moscas embadurnadas sobre una cucharada de miel lista para ser metida dentro de una taza de té de oficina del poder judicial de una nación cualquiera. Trajes de Dior y el olor a la humedad con que los suburbios adornan a la noche.
Había hecho en un tiempo una sociedad con una mujer de la que no me olvido. El recuerdo, así como la nostalgia, se rigen casi exclusivamente porque nos acostábamos todo el tiempo. Habíamos firmado una serie de compromisos económicos juntos. Después de una sencilla y no emotiva separación esos compromisos dejaron de interesarnos y por lo tanto de unirnos. Quiero significar lisa y llanamente que dejamos de pagar las deudas que nos unían. La cuestión se judicializó de una manera horrible y terminó en un juicio en donde hubo que rendir cuentas ante un abogado de un organismo estatal.
El Dr. Chaboya, utilizando esa repugnante d mayúscula para nombrarse a sí mismo, era un ser robusto, casi pelado. Los pocos pelos que le adornaban ridículamente los costados de la cabeza eran canosos. Seria un tipo de unos cuarenta y cinco o cincuenta años. Es igual. El Dr. Chaboya poseía un léxico imperante, imponente. Era un abogado que cuando era persona era tan nefasto como cuando era abogado. Manifiesta y aparenta tener un conocimiento sólido ante las requisitorias, ante los distintos planteamientos de los pobres usuarios que necesitan de sus canallas servicios. Vestía por lo general siempre trajes. Era común verlo envuelto en grises y blancos.
Andaba loco, como hacía ya bastantes horas, por una de las rutas de las afueras de la ciudad. Frecuento ese lugar. Cuando voy sintiendo que el día termina me dispongo a recorrer distintas partes de la ciudad. Pareciera que me calma. No sé que es lo que se calma, pero me gusta. Será que la música que escucho mientras lo hago predispone a mi cuerpo al olvido. Las pasiones fuertes, tan fuertes, son medianamente olvidadas. La desesperación y el resentimiento que me brotan y que se dirigen a los diarios, a los noticieros, a los programas de entretenimiento, a los libros que pretenden enseñar a vivir mejor, a quienes leen esos libros, a quines los difunden, a quienes hablan de ellos en el trabajo, se disemina por mi cuerpo de manera distinta cuando recorro la ciudad en el auto mientras escucho música.
Fue bajo esas circunstancias que a mi auto, justo allí, en ese bajo, se le rompió violentamente una rueda o un amortiguador o algo que le impidió continuar en movimiento. Estaba todo muy lleno de barro y eso hizo que mi temperatura levantara aun más. No pude volver a mover al maldito cascajo. Como tampoco tenía teléfono, lo que hizo sentirme más rata aun, empecé a caminar por el costado de la ruta. De todas maneras no tenía demasiada gente para llamar por teléfono a esa hora. No estaba lejos de casa. Esa ruta, oscura y medianamente alejada del bien, lleva el nombre, para los subterráneos, de la ruta de los trabas. Bajo la luz de la luna sentí un piropo ordinario y a efectos de la locura que tenia encima y del resentimiento que me invadía para con el universo, me di vuelta y jugué. Era el Dr. Chaboya. Tenía los labios pintados de color negro con un trazo extremadamente grueso. En la cabeza tenía una peluca negra que le hacía una melena horrible. Estaba sucia, o al menos con apariencia de pelo no lavado, descuidado. En algunas partes tenía rulos, en otras algo así como rastas, en otras tenía pequeños huecos, como si una tortuga le hubiera mordido la cabeza arrancándole pequeños pedazos de pelo. Vi en su barbilla y en sus cachetes, y sobre todo debajo de la pera, la escasa barba que crece de la mañana a la noche. El Dr. Chaboya no se afeita dos veces al día. Con una sola pasada considera que le alcanza para estar presentable en sus dos trabajos. Vestía una prenda unicorporal negra, corta, sin breteles que le dejaba los hombros al descubierto y evidentemente había implementado algún truco para tener tetas grandes que se veían provocativamente dentro del escote de la prenda unicorporal.
Nos reconocimos. Nos dimos cuenta de ello. Pactamos durante segundos el silencio. Sin embargo no sabía el Dr. Chaboya lo poco que me importa que alguien se entere de ello. Solo me importan mis problemas Dr. Chaboya. Mi maldito auto roto, mi angustia, la respuesta a la pregunta ¿por qué no me suicido? Solo me importan mis ficciones, doctor. El Dr. Chaboya revoleaba su cartera como una loca, sin mover demasiado el hombro. La revoleaba haciendo uso de un amaestrado movimiento de muñeca mientras mascaba un chicle o algo. Su boca ejecutaba constantemente el movimiento de la mascada. En ningún momento hizo un gesto de sorpresa. Algo me dijo. Se ofreció por poca guita. Hizo explícitas las tarifas a cada momento. Sabía él que tenía que hacerlo. Estaba jugando y yo también. No estaba tan mal el Dr. Chaboya. Lo prefiero así, pintado de negro, entre moscas noches y borrachos dados vuelta antes que como abogaducho que intenta hacerme creer que mis problemas significan algo para él.
Unos pocos días después fui con la mujer con la que estábamos en litigio al despacho del Dr. Chaboya. Ello en virtud de una citación firmada por él. Allí discutimos muy fuerte, a los gritos, sobre todo con la que había sido hembra mía. No es interesante lo que nos dijimos. Ni siquiera el porqué estábamos peleando ni los fundamentos de cada uno. Es lo mismo que se ve mientras se hace la cola en un hospital, o en una oficina, o mientras se hace algún trámite jubilatorio. La estúpida que había sido hembra mía llevó la discusión al extremo. Me fui de arrebato dando a entender que no me importaba en absoluto la forma en la que las deudas se cancelarían.
-Que las cancele dios, les dije a ambos mientras me retiré.
A ella le dije mamita. A él le guiñé un ojo a la pasada.

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