Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


lunes, 25 de abril de 2011

UN NUEVO ÚLTIMO DÍA (Fragmento del libro Los relatos sosos de Ímber Martínez, de Leandro Trillo - 2010)

Martín, un modesto profesor de teatro a quien algunos años atrás él había observado trabajar, indicó en una ocasión, y a modo de ejercicio, montar una escena que cada aprendiz de actor debería realizar en solitario. Recordaba haber oído la palabra soliloquio. Se aventuró a representar en la suya a un sujeto situado en una mesa de bar, rodeado de amigos imaginarios, bebiendo cerveza negra. Representó los momentos en los que bebió, en los que rió y en el que se retiró. A partir de allí, habitando la vía pública, pudo sentir que había comenzado verdaderamente lo que quería mostrar. Representó a una persona deambulando sencillamente envuelta con indisimulables ganas de orinar y sin la posibilidad de acceder a ningún baño. Así planteada la problemática transcurrieron un par de minutos de actuación desesperada hasta que la situación se hizo insostenible. Ello lo obligó a orinar en lo que supuso una vereda por la cual una anciana que pasaba no omitió manifestarle un llamado de atención o un insulto.
Luego, tras haber observado el unipersonal, Martín le dijo, de singular manera, que nada debía ser explicado, queriéndole dando a entender así, sospechó él, que mostrar la génesis de las ganas de orinar había sido verdaderamente innecesario. Solo importa el acto presente, advirtió. Él pondrá de manifiesto por sus propios medios, trazos y movimientos, todo lo que contribuya para que el mundo continúe su rumbo.

Se habían vuelto a ver luego de unos seis meses. La clara intención de él fue recurrir a ella para confidenciarle que ante aquello que los había obligado a separarse, él cedería. Ella solo tendría que poner las condiciones, le dijo. Nombró convencido palabras como fecha, casamiento, hijos, convivencia. Por teléfono, él le había adelantado ya sus intenciones la noche anterior. Le dijo que no quería rehacer su vida porque sentía que jamás había dejado de hacerla con ella, más allá de dos separaciones. Evitó decirle que la amaba mediante esa frase o mediante esa repetición, pues en ese punto le resultó imposible superar una cuestión ideológica que tiene que ver con creencias en ciertos discursos y con no creencias en ciertos otros. Sin embargo confiaba en que el lenguaje le sería propicio para superar ese conflicto que el amor y la razón mantenían frente a él. De esa confianza provino la ilusión de que ella entendiera lo que él quería verdaderamente decirle. Le dijo que la enunciación de la frase te amo y la de aquella escrita por el poeta que sugiere que no es el amor lo que nos une sino el espanto, eran de alguna manera sinónimas. Tu compañía, estar con vos, le dijo, hace que este espanto sea mucho mas soportable. Esas son las palabras que siempre debí haberte dicho y, cegado, las he reemplazado por otras menos eficaces y menos sinceras, continuó diciéndole con voz que se quebraba de a poco. Quería dejarle ver que esa infidelidad que el decir le había cobrado tenía alguna responsabilidad en lo que estaba sucediendo.
El auto, entre los colores de la noche, iguales a los de otra cualquiera, comenzó a llenarse de fantasmas. Así, casi por una cuestión de espacio, a uno de los dos comenzó a faltarle el aire.
Rápidamente él comenzó a intuir que era tarde. El mensaje de ella fue mucho más claro que el de él. De forma sencilla no pudo más que decirle que la historia para ella estaba cerrada y algo así como que lo que la mantenía viva en materia de amor es la ilusión de encontrar a aquel que sea capaz de hacerla enamorar nuevamente, haciéndole descubrir que todo podrá adquirir nuevas formas. Anhelaba enamorarse de aquel que pueda hacerla feliz, pues también le dijo que, por razones que fueron por él prontamente olvidadas y expulsadas, era incapaz de lograrlo y de completarla a la vez que, por alguna razón ajena al amor y a la ciencia, ella poseía la misma incapacidad. Lo manifestó como una intuición, como una predicción, y contra ello él creyó que no hay nada que hacer.
La conversación que mantuvieron en el auto, en esa esquina desconocida e inmóvil de la ciudad, fue breve. Él iba por el sí y ante el no lo más cauto le pareció concluir rápidamente. Ya había obtenido un indicio cuando apenas ella se subió al auto él la invito a cenar, como en los otros tiempos, y ella le dijo que no, balbuceando algunos monosílabos que no pudieron explicar nada. Solo dejaron intuir su necesidad de que mientras más rápido pasara el momento menos aburrida seria la situación para ella.
Él, el de la vida interna intensa, vivenció una serie de experiencias que quiso racionalizar lo más que pudiera en busca, quizás, de un auxilio que el intelecto pudiera proporcionarle para defenderse de la inevitable crudeza con la que se estaban comenzando a presentar las sensaciones más desamparadoras de las que es capaz de producir el inconciente humano. Creía que le convenía hacerlo.
Dentro de los límites de esa racionalización fue inevitable pensar en la muerte. Sintió un repentino vaciamiento de aquello que centra a las personas en un eje temporal. Pasó instantáneamente a percibir el tiempo como un torbellino por el que irrumpieron violentamente y sin rumbo aparente relojes con agujas descontroladas, girando al revés, doblándose. De pronto, en medio de ese retrato suyo, nada tuvo demasiada importancia verdaderamente. Trataba de pensar que no era angustia sino más bien un tipo de desamparo, o un cajón de proyecciones y de futuros que se volaban y se perdían por entre los desparramos del tiempo atorbellinado que lo anoticiaban, dejándolo por fuera de cualquier ficción, de que su futuro inmediato es algo insondable.
La sensación inminente, aunque ficticia, giró en torno a que su vida transcurriría en salas de espera a partir de aquellos momentos.
Que el hecho haya sucedido de noche lo hizo sentir afortunado.
En el trayecto a casa se encontró con una serie de pensamientos que se presentaron como fantasmas, como espectros, con algo del orden de lo real en sus manos. Él, distanciado de dios desde hacía mucho tiempo, creyendo no deberle nada, se vio de golpe y porrazo sin poder acceder a la posibilidad de ser divinamente contenido. Frecuentemente oía decir que dios sabe porqué hace las cosas y frases por el estilo, pero no se permitió hacer uso de ellas pues su desengaño sería doble entonces y consideraba que no era momento para inflamar nada. Vio tambalear instantáneamente todos sus esquemas. Y todo, prácticamente, a raíz de la enunciación de un no.
Todo parecía indicar que de ahora en más sería un verdadero esclavo del azar al cual apreciaba pero solo ante situaciones de placer. Se le hacía difícil acoger al dolor en el seno del caos. La mochila de la libertad se hizo demasiada pesada en un parpadeo. Sintió que un excelso y suntuoso aprendizaje cayó sobre él abruptamente y que procesar toda la información y las posibilidades que él impartía le llevaría más años de los que pudiera mantenerse con vida.
Creyó, mientras racionalizaba sus emociones, que el desamparo se acababa de acomodar en el asiento de acompañante, en su sombra, en los espejos a los que se miraría desde ese momento en adelante. Se sintió verdaderamente solo. Sin certidumbres, sin caricias, sin espejos, sin nadie que en ese momento piense en él, sin futuro, sin poder hacer de su intimidad una charla de café. Vio a su futuro amenazado, perdido. Fue como morir. Intuyó que la muerte no debe ser demasiado diferente a vivenciar el tiempo como un torbellino en el que los relojes no poseen función alguna. Creyó que morir era eso que le estaba ocurriendo, como si de repente todo pase a tener un mismo y devaluado significado, pues supo que estaba obligado a volver a empezar lo quiera o no lo quiera.
Ella le dijo en un momento de la charla que veía que no iban a poder ser felices. Allanó así, pensó él, el campo de la completud. Dijo que no iban a poder completarse mutuamente porque había cosas que no iban a poder cambiar de cada uno y que ellas configuraban el mal incurable del otro. Dándose cuenta él de que ya nada de lo que pudiera decir tenia valor ni posibilidad de modificar el futuro que se precipitaba, le expresó por lo bajo y sin demasiadas explicaciones que había dejado de creer en las predicciones. Simplemente le dijo que en la historia que los unía y que ahora los estaba separando y condenando al olvido éstas, las predicciones, habían fallado siempre. Él no pudo evitar decirle que se la estaba sirviendo en bandeja. De eso logro arrepentirse mas tarde y hasta sintió vergüenza de habérselo dicho, pues le pareció la ejecución de un apremio innecesario.
Falsamente le deseo que encuentre a aquel que pudiera completarla. Eligio esa palabra, él, tan obsesivo y deseoso de emplear el vocablo justo en cada ocasión - creía que cada una lo tiene - sin avalarla con sus ideas. Tal vez la uso por cortesía o encubriendo un manotazo de ahogado. En el terreno de la conciencia no era su deseo.
El momento quizás mas complicado de la velada fue cuando él debió proponer la partida. Los dos sabían que no se trataba de una partida cualquiera, más allá de que para él se tratara de un desafío algo más complejo de abordar. Le dijo, no muchos minutos después de haber comenzado el final, que era ya momento de llevarla a su casa. Un segundo después le dijo que esta vez lo haría de una vez y para siempre. Se percibía que las palabras sonaban a definitivo a partir de allí. Lo que debió ser dicho debió haberlo sido en esos minutos pues luego de ellos a ambos los esperaban, en simultáneo, el olvido y la eternidad. Un rato después, aún en el auto, logró borrar algunos recuerdos y datos que le hubieran permitido encontrarla para no cometer la estupidez de la insistencia. Logro hacerlo sin demasiados problemas. Había sido vaciado en alguna otra ocasión. Ello le hacía pensar que estaba nutrido de ciertos aprendizajes que le permitirían afrontar la situación de una manera soportable, pero inmediatamente advirtió que el tiempo del amor o de la lucha contra el espanto es únicamente el presente. Y esa regla es igual tanto para el goce como para el no goce, ambas caras de lo que suele ser llamado amor.
La noche anterior, por teléfono, le había dicho que la única manera de que lograría que él se calle era asegurándole, como en una película, que si cuando cerraba los ojos se imaginaba con otra persona, con otro padre para sus hijos. Y así fue. Eso mismo le dijo. Lo de la esperanza. Ella esperaba, tras haber cerrado la historia, tal como definió a eso que le había pasado, a aquel que la volviera a hacer enamorar. Y el mensaje fue que no era él.
Aunque no valga verdaderamente la pena ahondar en detalles, habrá que decir que también le explicó que ahora era ella quien no quería ni casamiento ni hijos ni nada. Quería estar sola. Él, con el derecho a hacerlo, no le creyó y sin decírselo le agradeció la cortesía, pues toda esa cantidad de palabras gentiles, si no mediaran el afecto y los vestigios de un pasado algo noble que se estaba derrumbando abruptamente allí en presencia de ambos, podrían enunciarse en una breve frase con forma de facón que se situaría en el centro del pecho con el irrefrenable ímpetu necesario para rasgarlo cruelmente. Sin embargo ella eligió la enunciación de la lentitud, del respeto, de la distancia, como si se tratara de personas desconocidas. Si verdaderamente fue así, ella estaba en lo cierto. Aquella noche, en aquel auto, habitaban dos personas que acababan de convertirse en desconocidas. Habían compartido un pasado que se manifestaba incapaz de unirlos. Esta vez fue de esa manera. El pasado ha perdido la capacidad de unir.
Él pensó que ella debería entender, para sanar las heridas que se estaban abriendo y para que el futuro en proceso de abismo tomara nuevamente colores primarios, que la fuente que propiciará la producción de lo que ella imagina como felicidad se encuentra en la sabiduría que otorga estar dispuesto a aprender de la propia historia y no en la negación de ella y en el condenado encierro al que habilita el temor. Hasta en algún momento creyó percatarse de que su futuro junto a ella dependía de una cuestión intelectual, o tal vez epistemológica. Pero, por más que le pesara, las evaluaciones y las intuiciones son incuestionables desde el momento en el que el miedo las recubre con cemento. La historia de algunos países y hasta la de la humanidad misma no son, tal vez, otra cosa que una historia que entremezcla el deseo y el espanto.
Él creyó en esos momentos que más tarde la recordaría como a un ser temeroso.
No pudo hacer otra cosa que pensar en la soledad. Intrépidamente la relacionó con una especie de condena dictada, involuntariamente tal vez, por el mismo lenguaje. La condena de la soledad. Pensó que estamos condenados y destinados a ella y que nada puede evitarla a causa de que lo inevitable es el azar. La muerte, la excitación, los accidentes, una fiesta, una mirada, una canción, pueden ser responsables de llevarse a las más íntimas compañías con las que se hayan jurado recíprocamente la intimidad y la eternidad, a las cuales les haya sido entregado aquello que no se posee.
Suele creerse, pensó él, que algunas personas crean la ilusión de ser un faro. Pero los faros, continuó razonando, están pensados para los barcos y los barcos no pueden hacer sino navegar, pues para ello han sido concebidos. Así, los barcos, al igual que él, están condenados a encontrar nuevas luces, a abandonar las ya conocidas aún sin quererlo. Las luces desaparecen y en otros sitios simplemente vuelven a aparecer. Advirtió que de ahora en más debería estar atento, pues no tenía otra opción que estar con los ojos abiertos la mayor cantidad de tiempo posible.

Unas pocas semanas después tuvo ocasión de asistir a una obra que incluía a Martín, el modesto profesor de teatro, entre sus actores protagonistas. Afortunadamente pudo obtener el guión de esa obra. Ha elegido no recordar de qué forma lo hizo. Y ha elegido también su no lectura, lo cual ha cumplido sin demasiado sacrificio. De forma afortunada también logró registrar en un precario grabador portátil las palabras que fue incapaz de evitar pronunciar en soledad al acabar la obra. Eligió creer que será justo para quienes han sido y serán y volverán a ser nuevamente arrastrados por las sombras del olvido hacia el abismo del azar indescriptible, solicitarme la trascripción de ellas aquí.

“Y ahora estoy contento. Hasta hace pocos minutos me sentía angustiado, como habilitado únicamente para pensar en mis fracasos. Llegué a la conclusión de que la experiencia de separación es la experiencia en donde uno se queda sin proyecto de compañía, uno de los pilares del proyecto de vida. Eso es básicamente lo que he estado sintiendo. Se siente similar a creer que no se atraviesa por la experiencia de ser contenido. Implica la conciencia de la soledad. Algo de eso le comenté a mi cuñada. Le dije que tiene que ver con un verso de Borges. El del espanto. Eso creo que es la experiencia del mundo pero también creo que tanto la desesperación más angustiosa como la más dramática son una descripción elaborada desde una posición que tiene que ver con historias y mitologías culturales, con faros. Hay otro paradigma que explica que si bien el de la angustia tiene sus encantos también lo tiene el que permite otra aceptación del devenir de los proyectos de vida. Claro, recién pensaba que lo que genera la separación es una especie de angustia que tiene que ver con ese paradigma. No una especie de angustia. Angustia propiamente dicha. La reacción que produce el desamparo, la desprotección, la falta de compañía, la imposibilidad de compartir la intimidad con otro. Eso es lo que se genera. Por eso hablo del desmoronamiento de un proyecto. Por otra parte digo que no es necesario ni verdaderamente útil preocuparse. Tenés que estar atento, pujar por darte cuenta y aceptar que es inevitable la reparación. Claro. Es inevitable la reparación. Porque el reino arbitrario del azar lo dispone así. Controlarlo resulta incontrolable a nuestros deseos y a nuestras voluntades. El azar jamás solicitó permiso ni lo va a pedir. ¿Qué pasa con esa gente que cuando se separa se queda en su casa dedicándose a sentir como sentimientos provenientes de la improcedencia la angustian? Por lo general, a través del tiempo, reparan lo que se rompe porque no pueden evitarlo. En eso consiste también una sociedad. Las sociedades funcionan como un taller mecánico en donde lo que se repara no son automóviles sino vidas, historias y álbumes de recuerdos. Esa es la función de la sociedad. No tendría sentido semejante invención sino funcionara de esa manera. Y qué más provechoso que salir a esperar a que esa reparación se produzca. Porque el azar funciona de esa manera. Y si bien la disposición geográfica, producto y aliada de la reparación azarosa, implica algo, también lo hacen una serie de factores culturales que dentro del azar se manifiestan en la práctica de salir, de buscar, de estar atento. No hay que preocuparse ni siquiera de no salir porque en algún momento nos cruzaremos. Alguien lo va a estar deseando tanto como yo, y como lo vamos a estar deseando nuestras conductas van a estar regidas por capacidades de deseo. Actúa el deseo. Está atento. Estará deseando la reparación. Nuestros cuerpos se disponen a ella. La conducta es la consecuencia del deseo. La conducta es la consecuencia del estado del deseo. Fíjense lo que sucede sino en las actuales organizaciones del trabajo y lo que sucede cuando uno se enamora. Ambas conductas corresponden a un estado del deseo, a una especie de estado anímico del deseo. No es tan grave después de todo el azar. Esto es lo que implica angustiarse en el azar. Es aprender a mirar para atrás y a estar atento después para evitar un trance que es innecesario. De la misma forma en la que generalmente no ocurre la alegría cuando uno se separa, podría suceder que sí ocurra. Es cuestión de las variables que se usen para pensar lo que pasa. Si uno refiere su pensamiento a las variables de tipo moral, arraigadas en el seno del temor al egoísmo, probablemente se presente la angustia. De manera distinta, en caso de que se proyecte el pensamiento hacia los principios de las teorías de los azares, del caos, hasta de la sociología posmoderna, no ocurrirá la gravedad, lo irreversiblemente angustioso, la herida, la inútil injusta e inevitable depresión. Los relatos se han terminado. No se puede impedir que lo que llaman posmodernismo sea inevitable y que uno sea rozado por ello. Porque está en el discurso, entrometido entre las miradas, entre los sentidos y entre las intuiciones. ¿Por qué me deprimo, por qué mierda me deprimo, por qué soy tan forro? ¿Por qué me deprimo así? Saber esto que estoy diciendo y estar dispuesto a aceptarlo y a transitarlo es un logro que celebro. Deprimirme a causa de ello es una imbecilidad. Y no tiene nada que ver con usar frases filosas, o frases demasiado violentas que angustien. No, no. De ninguna manera. Se pueden leer cosas, todas las frases y palabras molestas que uno quiera y soportarlas perfectamente. Sólo es cuestión de cómo se mira lo que ocurre, lo que roza. Ni siquiera. Es una cuestión de sapiencia, de saber qué pilares hay disponibles y a cuáles uno se va a abrazar para refugiarse de las eyecciones a las que el mundo nos expone. Es una cuestión de saber de qué pilares agarrarse. Uno debe agarrarse para transitar por esto. Es como un juego vertiginoso de un parque de diversiones. Ese es el misterio. Nada de esto tiene nada de malo. ¿Cuál es el problema? Déjenme de joder. Traten de dejarme de joder. Se trata de no joderme más en verdad. ¿Qué es esto de la imagen triste? Está bien, es una cuestión de esencia también, lo reconozco, no hay ningún problema ¿pero cuál es esta cuestión? ¿Por qué siempre? No critico el asunto del pensamiento, la afición a las bondades del recuerdo y de la nostalgia. Simultáneamente recuerdo el pasado y me sitúo en el tiempo de la pasión, que no es otro que el presente. Esa es la apuesta. La pasión y lo azaroso. Porque es la mejor manera de estar bien. Claro que me tengo que ir. ¿A ver qué me pasa? Claro que me tengo que ir. Debo ir a ver qué me sucederá. Entregarme de lleno al azar porque tengo las herramientas para hacerlo pero fundamentalmente porque resistirme no será posible. Por eso. Y porque hay gente en el mundo que también se separa y a la que también le pasa lo que me pasa a mí. El encuentro, la reparación no se producirá probablemente en un boliche. El encuentro se producirá porque ya tenemos un punto de unión. No porque halla algo mejor que ir al boliche sino porque a mi me viene mejor. Es preciso entenderlo de una vez. La respuesta es porque me viene mejor. Quiero ese placer y no otro. ¿Qué otra explicación puedo dar? Quiero satisfacer ese deseo. Quiero extirpar de mí la adicción psicológica de elegir ser a veces una persona que sufre, que se angustia. Creo que frecuentemente me esfuerzo por sufrir. Me aferro al sufrimiento, casi como si me gustara. Sin embargo yo quiero tener algunas otras opciones y quiero abandonar el uso de semejante manipulación que en verdad no tiene nada que ver conmigo. Tal adicción ha sido el resultado de un proceso a través del cual he sido llenado hasta el hartazgo de monedas, de crucifijos, de discursos de curas, de despertadores, de televisores, de consejos, de revistas, de odio a las moscas, de rechazo al egoísmo, de verdades rengas. Nada de eso fue verdad nunca. Yo, ahora que he logrado una modesta flexibilidad, estoy diciendo una verdad. Yo, aquel que se creía el hombre de las emociones internas y que su marchitar seria el florecimiento de su arte; Yo, aquel de una autoestima supina; Yo, al que las cosas le han pasado solamente para pegarle una patada en la cabeza; a ese le digo, Vos, que te proclamas el amigo de los placeres; Vos, que te nombras como el apasionado; Vos, ¿por qué te seguís angustiando? De ahora en adelante elijo dejar de hacerlo. Yo elijo dejar de hacerlo. Debo acordarme de esto. Por eso lo tengo que escribir. Y creo que en eso consta un cuento y creo que en eso consta un libro de filosofía. Las historias que se escriben en los libros no son otras que estas que estoy contando. La forma en lo que lo hago indica solamente mi arte. Indica eso que autorreferenciaba, ese acallamiento, ese instinto, esa pulsión a los subsuelos, al silencio y a la oscuridad, a lo que resulta más curioso y por eso un poco más exigente de soportar. A ese le hablo. Si yo lo elijo es porque eso me tiene que causar deseo. Ese es el sentimiento que yo quiero todo el tiempo para todos. Yo quiero tener el sentimiento del deseando. El sentimiento del desear. No nos hemos separado porque no anduvo. ¡Anduvo perfecto! Anduvo perfecto pero terminó de la misma manera en la que se termina una botella de vino, como se termina una conversación, como se acaba el gusto por una canción, como finaliza un día cualquiera. Terminó porque el deseo, el deseando, se agotó. Creo en el agotamiento del deseo. ¿Entiendo? Habían ya deseos de otras cosas. Desee ir a escribir sin ser molestado, sin ser preguntado, sin que estén. Nada de lo anterior. Decidí sentarme a escribir y a alimentar mis vicios sin que esté ella ni nadie. Es erróneo decir que no anduvo. Es erróneo. Anduvo perfectamente. Fueron años gratos, en los que sin pérdidas de tiempo, el placer ha chorreado generosamente. Pero el deseo se agotó. Dejó de funcionar y esa es la prueba de que en realidad no es que ahora estoy aprendiendo a lanzarme al azar. Hace tiempo que me lance a él. Eso es lo que tengo que contestar cuando me preguntan por que me separé. No hay otras respuestas. Me separe porque me lanzo al azar. No porque lo halla descubierto ahora. Lo que he descubierto ahora es que siempre lo hice pero que lo estaba mirando agarrado a otro paradigma, como decía al principio. Esa es la cuestión. Tengo que estar en estado de deseo. De lo contrario la condena será inevitablemente dictada por mí mismo y en contra de mí mismo. Eso tengo que hacer. Tengo que estar en estado de deseo.
¡Vaya suerte la mía de haber podido grabarme diciendo esto! Para el azar no se trata de cualquier hecho. Podré afirmar que se va a crear sentido a partir de su trascripción. Lo escribiré y a causa de ello un nuevo sentido será concebido. Y el azar va a estar satisfecho de ello. Solo eso porque solo eso pido. Solo eso porque solo eso existe”.

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