Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


viernes, 18 de febrero de 2011

LA ÉTICA DEL RESENTIDO (FRAGMENTO 23 - LEANDRO TRILLO)

JUGUETES GUARDADOS


Hay días en los que el resentimiento o esta especie de bronca inusitada que siento la mayor parte de los meses no me sucede. Es como si de un momento a otro no la encontrara en mi cuerpo. Ningún registro se manifiesta. Es como si de repente pudiera ser dado de alta de este neuropsiquiátrico. Hay días en los que recuerdo como Chaboya me robó y no siento ganas de asesinarlo. Son días en los que no me importaría morir, o algo así. Como si todo me diera igual. Desde hace un tiempo cada vez son más las jornadas que paso así, con esa especie de paz tan resignada. Una vez se lo dije a un director de escuela.
-Siento que boyo, que soy como una boya en un río.
Se lo dije porque me habían dejado en dirección toda una mañana porque desde hacía un par de meses no estaba haciendo los deberes que me daban. Esa estupidez. Y se lo dije.
-Boyo señor. No me interesan los deberes.
Me castigaron a mí en vez de castigar o mandar a hacer cursos de formación a las idiotas que tenía de maestras. Llamaron a mis padres los muy injustos. Y ellos no supieron hacer otra cosa que dudar de mis afirmaciones.
-Pierdo el tiempo acá, le dije a mi padre. ¿Qué quieren que haga? Quiero pintar o escribir en casa, en otro lugar pero no en este edificio. Parece una cárcel. Hablan de militares, de disciplinas, nos mandan todo el tiempo. Nadie quiere estar ahí. Ni los maestros ni los porteros. ¿Maestros de qué?, solía preguntarme.
Para mí la palabra maestro, ya a esa edad, tenía otro significado que encontraba frecuentemente en otros barrios, en cosas distintas a las que veía. No en la escuela. Jamás conocí a un maestro en la escuela.
-No quiero estar más acá, rogué a mis padres.
Ese día sí que me fui resentido a casa. Herido. Había empezado a sospechar que si el tiempo nos pondría a todos de esa manera al llegar a grandes, la cosa se iba a poner fea.
Mis padres no me hablaron por un largo tiempo. Las cenas se volvieron densas, oscuras. Con un fingimiento que me resulto mucho más que insoportable debido al hecho de tener que soportarlo.
No podía dejar de escribir acerca de ello para intentar sanar mientras en verdad se me escapaban como agua las ideas y los deseos que ciertamente quería hacer. No quería ni deseaba pintar ni escribir sobre eso que me estaba pasando con mis padres a raíz de la escuela. Quería escribir sobre cuadros, sobre instrumentos. Cuentos que contaran otras cosas. Pero me salía otra cosa teñida de violeta, y de grises. Llena de broncas.
-Jesús, ¿hizo la tarea ya? No va a comer hasta que no la termine, subía como un eco por las escaleras esa voz que se metía por mis oídos arañando con púas las paredes de mi interior.
Escribía, mientras el tiempo se me pasaba, solo para sacar de mi lo que nunca había puesto dentro por propia voluntad, sino lo que se me depositaba como si mi cuerpo fuera un pozo ciego. Se me pasaba el tiempo. Se me atrasaba constantemente el trabajo que deseaba genuinamente realizar y por el que no tenía necesidad de pedir nada a cambio. Atrás, en el olvido quedaban mis deseos y mis motivaciones. Y esa maldita escuela.
No algo demasiado distinto he vivido.
Hace un par de días me emborrache como hacia tiempo que no lo hacia. Tanto que una de las personas que iba con nosotros tuvo que manejar en mi lugar. La razón de ello es porque yo estaba tan borracho que no podía hacerlo.
Recuerdo que fuimos a enloquecernos a las afueras de la ciudad. Lejos de la ruta de los trabas. Allí nos habríamos encontrado seguramente a la doble de Chaboya.
Fuimos cerca del aeropuerto de la ciudad. Un lugar descampado. Bebimos, fumamos, enloquecimos, gritamos. Había un aparato para escuchar música. Se escuchaba mal, pero sonó algo de blues.
De repente, entre toda la oscuridad, de repente, entre el frío que hacia pensar que nadie vendría, de repente, entre la algarabía, de repente, entre la erotización de los borrachos, de repente, muy cerca nuestro se prendieron luces. Luces azules, de sirena. Luces horribles.
Se pararon al lado nuestro. El acompañante abrió la puerta pero no se bajo de la camioneta. Con tonito de miserable preguntó:
-¿Quién está manejando?
-Yo, tuve que decir.
-No podes estar tomando y manejando.
-Cual es el problema. Estamos tranquilos. No estamos haciendo nada que pueda incomodarte.
-El problema es que no podes manejar borracho porque le podes romper la cara a ella, podes matar a el ¿y? ¿Y después? No podes manejar borracho. Dame tu permiso para manejar.
Se lo di. Mi licencia es trucha. Jamás me importó hacer ese inmundo trámite asqueroso que solo contribuye a alimentar la legalidad que tanto detesto y aborrezco y eliminaría con fuego.
-Bueno, estás borracho, ¿cómo hacemos para arreglar esto? me dijo con esa cara tan repugnante. Callé.
-¿Cómo arreglamos esto? A ver, ¿A vos cómo te parece que podemos hacer? ¿Te llevo el auto y te vas a pata? ¿Vamos hasta tu casa y lo llevamos de allá? ¿Vamos todos a la seccional? ¿Cómo te parece que podemos hacer?
Callé otra vez ya intuyendo más mierda y más mal olor del que había, del que salía de su boca, de esa camioneta de mierda.
-A ver, ¿cómo podemos hacer?, preguntó como por cuarta vez. -¿Qué te parece a vos que es lo más fácil, lo más sencillo, lo mejor que podemos hacer? Lo más sencillo que se te ocurra que podemos hacer para arreglar esto.
-No se, ¿Me tenés que hacer una multa?
-Lo más sencillo que a vos se te ocurra va a estar bien. ¿Qué te parece que tenemos que hacer? ¿Cómo arreglamos esto?
-Hace lo que tengas que hacer. No sé que querés que te diga. ¿Qué es lo que tenés que hacer? Lo que sea hacelo, le dije.
En eso, como mágicamente, una de las muchachas que estaban ahí dijo:
-Yo puedo manejar, yo lo puedo llevar. Acá tengo el registro.
El inmundo la miro y le tomó el registro en silencio.
-De acuerdo. Vayamos para la casa de él. Anda manejando vos y allá hablamos.
Nos subimos al auto y ella empezó a manejar. Detrás venia el mal olor. La mierda, la inmundicia. Con el rencor en sus ojos. Y con el mío a punto de hacerme estallar el cuerpo, todo. Si yo poseía y poseo todo este resentimiento incurable, no quiero imaginarme lo que sucedería con ese pedazo de mierda, lo que tendría adentro y cómo lo tendría. De cualquier manera jamás lo sabré pues nunca compartiría nada con alguien así, con alguien con semejante autoridad conjugada con semejante ignorancia, con semejante bola de mierda rellenando su cabeza.
De repente otra vez, tan de repente, prendieron la sirena de su móvil. Tan nefasta como sus sonrisas. El color es tan hediondo como el de sus dientes. Esa luz es tan retrograda y tan poco eficaz como las luces que tienen en sus cabezas. Inmundicias. Inútiles.
Nos pasaron. Se alejaron. Se fueron. Desaparecieron.
La muchacha continuó manejando toda la noche. Continuamos bebiendo. Continuamos comprando alcohol de manera clandestina. Continuamos girando por el pueblo. Hasta que terminamos en la casa de ella. Así conocí a Adela. Sentí en algún momento que a ella le debo la vida. Pues nunca se sabe hasta donde llegará la dureza, la maldita dureza de los restos de seres humanos que visten esos trajes. Ellos, que combaten y reprimen la dureza, la ejercen. Así ha muerto mucha gente. Nada se sabe aun de ellos, si la justicia es lo mismo, la misma dureza. Juntos componen la misma mentira. No hay ayuda ni auxilio ni esperanza. Solo hay suerte.
Ahora sí estoy completamente resentido. No debí haber escrito porque lo que tengo allí, que estaba dormido, y que siempre sentí que nunca podré sacarme de encima, lo se, se despierta con cada pequeño estímulo, transformándome en otra persona, en un asesino que se sueña, que se regocija de felicidad mientras sueña.
Adela no hubiera muerto esa noche. Tal vez yo. Pero ella no.
Solo hay suerte. Nadie me expresa confianza. Iba perdiendo el arte de a poco. Cada vez más ocupado en estas cosas tan estúpidas y tan innecesarias. ¡Qué me importa haber bebido! ¡Qué me importa haber podido chocar y haber muerto esa noche! Ahora mucho menos me importa. Debía estar soñando. Tal vez iba dormido por mi borrachera.
Querían guita los hijos de puta. Todos quieren guita. Todos quieren más guita. Y para conseguirla hay que matar. Para conseguir más de la que corresponde habrá que tolerar que a otro le falte una parte. El lujo se sostiene y se paga con la miseria de la casa del barrio de atrás. Con el hambre mía. Con la cerveza que no puedo tomarme porque él se emborracha tomando champagne. Y los precios son diferentes.
Ese olvido me esta matando. Lo estoy sufriendo como a ninguna otra cosa. Lo he sufrido siempre como no he sufrido a ninguna otra cosa. No quiero olvidar y no estoy seguro de tener capacidad para resistir tanta memoria.

1 comentario:

  1. Me gusto mucho el final"....no estoy seguro de tener la capacidad de reistir tanta memoria."

    Impecable,mí critica da para más pero no acá.

    ResponderEliminar