Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


lunes, 6 de junio de 2011

DISCURSO Y DESEO EN LA LÓGICA CAPITALÍSTICA - LEANDRO TRILLO - FRAGMENTO 16

CAPÍTULO 3

APUNTES SOBRE LA DISTRACCIÓN.

La distracción. La estimulación fundante.

Se presenta necesario atender algunos interrogantes acerca del fenómeno de la distracción. Por más breve que resulte este interrogatorio, es preciso marcar que su objeto, la distracción, se presenta como estrategia fundante de la maquinaria y, básicamente, de la mecánica capitalística.
La distracción es una operación y que no es algo que tome por sorpresa en esta parte de la historia, la cual pareciera estar llegando al fin de la era de la subjetividad, al igual que alguna vez llegó a su fin el Imperio Romano o la Era Jurásica.
La distracción es una operación a la que varios autores, bajo diversas arquitecturas teóricas, se han referido vastamente. Citemos a Deleuze, Freire, Corea y Lewkowicz, etc.
La distracción es una operación que opera sobre la subjetividad.
El concepto de distracción implica pensar en la subjetividad o en el sujeto que es distraído y en los ámbitos en los que el distraído se distrae y en aquéllos que no habita a causa de estar distraído.
El efecto de la distracción radica en la incertidumbre. Aquél que se encuentra distraído -permanentemente distraído y abrumadoramente distraído, tal como dispone el funcionamiento de la lógica capitalística- se encuentra en una posición de incertidumbre, entendiendo por ello directamente el desconocimiento de la autonomía de su deseabilidad, de sus posibilidades de existencia por fuera de las lógicas que configuran su distracción. Se encuentra sobre todo en una relación de lejanías y borrosas vinculaciones con su deseabilidad. En este punto radica fundamentalmente lo que pretendo esbozar como distracción: las operaciones sociales que mantienen a los sujetos en una relación hipersaturada con su propia deseabilidad.
Primeramente Paulo Freire se manifestó atento ante la pedagogía del oprimido. Posteriormente, Ignacio Lewcowicz y Cristina Corea reformularon esa atención centrándose en la pedagogía del aburrido, y creo que ahora la atención debe posarse sobre la pedagogía del distraído.
A los fines de diseñar un esquema genealógico que permita observar las diversas características contextuales de cada uno de estos sitios históricos diré que Freire describió sus interpretaciones sobre la opresión señalando que la realidad opresora se configura como un mecanismo de absorción. Planteó una subjetividad social que funciona como una fuerza de inmersión de las conciencias.
Tal vez esos mecanismos de absorción sean lo que denomino mecanismos de funcionamiento negativo en la era de la lógica capitalística. Es adecuada la palabra absorción a los fines prácticos de esa mecánica.
Freire creía que uno de los elementos básicos en la mediación opresores-oprimidos es la prescripción. Toda prescripción es la imposición de la opción de una conciencia a otra. De ahí el sentido alienante de las prescripciones que transforman a la conciencia receptora en lo denominado como conciencia “que alberga” la conciencia opresora. Por esto, el comportamiento de los oprimidos es un comportamiento prescripto. Se conforma en base a pautas ajenas a ellos, las pautas de los opresores.
En esta tipología pedagógica, al igual que en las otras, lo que está en cuestión, en intensidades maquínicas pujantes, es el deseo. La deseabilidad en estado puro, en estado de potencia.
En relación a la deseabilidad en la contextualidad de la opresión, pensaba Freire que la misma se vincula con los oprimidos como objetos, como cosas. Como meros receptáculos que carecen de finalidades. Sus finalidades son aquéllas que les prescriben los opresores. Es decir que la deseabilidad es artificial. El consumo de deseos, la deseabilidad es impuesta. La operación de la prescripción en este caso.
Freire explica un mecanismo que percibía que se activaba en la subjetividad social que aunaba o aúna a los oprimidos. Pensaba que sufren una dualidad que se instala en la interioridad de su ser. Descubren que, al no ser libres, no llegan a ser auténticamente. Quieren ser, mas temen ser. Son ellos y al mismo tiempo son el otro yo introyectado en ellos como conciencia opresora. Su lucha se da entre ser ellos mismos o ser duales. Entre expulsar o no al opresor desde “dentro” de sí. Entre desalienarse o mantenerse alienados. Entre seguir prescripciones o tener opciones. Entre ser espectadores o actores. Entre actuar o tener la ilusión de que actúan en la acción de los opresores. Entre decir la palabra o no tener voz, castrados en su poder de crear y recrear, en su poder de transformar el mundo.
Éste es el trágico dilema de los oprimidos, dilema que su pedagogía debe enfrentar.
Por su parte, Lewkowicz y Corea ponen sobre el tapete, y más cerca de este lado del tiempo, la pedagogía del aburrido. Contextualmente, sitúan la configuración de esta pedagogía en la era de la fluidez. La subjetividad informacional desempeña en esta teoría un papel determinante. Se incluye en este desarrollo la lógica capitalística, sus operaciones, sus efectos, sus propuestas de configuración.
Gráficamente estos autores han desarrollado una fecunda obra centrada en la reconstrucción analítica de hechos y prácticas de la cotidianidad, de las cuales teorizan un modo general de configuración de la subjetividad.
Las condiciones de producción de esa configuración las atribuyen a la saturación provocada por la hiperestimulación del medio. Por la extraña mecánica de funcionamiento de la era de la fluidez.
Ver televisión fragmenta, fisura, no por los malos valores, sino por el tedio que produce, fragmenta porque satura, porque todo se vuelve igual, como el zappping, y no se sabe cómo salir de eso. Estar conectado al zapping genera sufrimiento porque todo se vuelve igual, pero al menos eso es una mínima conectividad, es una mínima cohesión ante la dispersión general. Hay una amenaza de superfluidad, de extinguirse, que nos alcanza a todos.
En condiciones de fluidez nada deja marca, todo se siente pero no hay capacidad de intelección. La saturación sería la experiencia de un sensorio totalmente saturado, pero a una velocidad tal que la conciencia no puede percibir de qué se trata. La experiencia del aburrimiento, de la superfluidad, de la saturación sería, entonces, la experiencia de un medio que no anuda, no conecta, que no traza, que no deja huella.
Frente a un sensorio muy saturado la subjetividad resulta monocorde, aburrida. Pero este tipo de aburrimiento no es un aburrimiento por represión, sino por desolación, aclaran Lewkowicz y Corea, tal vez marcando la nueva formalidad que el devenir ha implantado en la cuestión de las pedagogías como formas de configuración de la subjetividad social.
¿En qué consiste la era de la fluidez?, se preguntan.
La era de la fluidez es la era en que el modo de dominación ya no es estatal, ya no es el disciplinamiento, ya no es el sometimiento de unos cuerpos a unos lugares a través de la vigilancia y el castigo, sino que la dominación se da a través del capital financiero.
La dominación es a través de los flujos. La fluidez es la era en que domina la virtualidad del capital financiero; los Estados ya no son soberanos, sino que se disuelven en la liquidez del capital. Y el capital va a donde la oferta sea más tentadora; no funciona según valores, principios, ideales o ideología, sino según el principio de máximo valor. Bajo este fluir del capital somos arrastrados. Si en tiempos de solidez, si en tiempos estatales, se sufre por sujeción, por opresión, por encierro, en la era de la fluidez se sufre por dispersión.
Si algo hacen los flujos de información, es disolverlo todo”.
Las implicancias de esta fenomenología de la subjetividad social, el campo de producción de ello emerge como discurso. Como uso del discurso plagado de juicios diferenciales que no se enmarcan en códigos generales sino en la distracción como trasfondo de sostén de ese discurso. Apuntan estos autores que la operación predominante es la de la opinión, la de la palabra superflua. El discurso superfluo.
Señalan Corea y Lewkowicz que si todo fluye y el capital fundamentalmente destituye, barre el sentido, también a la palabra le cabe esta experiencia de la superfluidad. La palabra tiene sentido cuando los contextos de intercambio verbal, cuando los referentes aludidos por la palabra, tienen alguna permanencia. Si los referentes y los contextos mutan permanentemente, la palabra deviene superflua también. Eso es lo que se conoce con el nombre de opinión.
La opinión es una palabra de enunciación superflua, es una palabra que no tiene ningún efecto sobre otra, es una palabra que no refiere nada, sin efecto ni sobre el locutor ni sobre el otro. Ese discurso tiene casi estatuto de sonido: son palabras que no anudan, que no significan, que no constituyen, que se dicen por el mero hecho de hacer ruido, pero no son palabras ancladas en ninguna práctica, en ninguna situación.
Esta experiencia de la superfluidad de la palabra, de una palabra que no produce nada en quien la dice ni en quien la recibe, esta experiencia es propia del sufrimiento contemporáneo.
En relación a la experiencia que constituye cotidianamente a la subjetividad en el medio del tedio y del aburrimiento, los autores sostienen que lo más radical en todo esto es lo más obvio: no miro un programa, miro la tele, veo zapping, es decir, una serie infinita de imágenes que se sustituyen unas a otras sin resto ante mis ojos.
Ninguna de estas operaciones produce ni requiere la memoria, puesto que ninguno de los estímulos que se suceden en pura actualidad requiere el anterior para a ser decodificado.
Por otra parte, la concentración, elemento esencial de la subjetividad pedagógica, no es de ningún modo requisito del discurso mediático.
En lo referido al discurso mediático, expresan que requiere exterioridad y descentramiento: recibo información que no llego a interiorizar –la prueba es que al minuto de haber hecho zapping no recuerdo lo que vi– y debo estar sometido a la mayor diversidad de estímulos posibles: visuales, auditivos, táctiles, gustativos”.
“Todo huele, todo suena, todo brilla, todo, todo significa. Nuestras prácticas cotidianas están saturadas de estímulos; entonces la desatención o la desconexión son modos de relación con esas prácticas o esos discursos sobresaturados de estímulos. Así, la desatención (o la desconcentración), por consiguiente, es un efecto de la hiperestimulación: no hay sentido que quede libre, no tengo más atención que prestar. En la subjetividad contemporánea predomina la percepción sobre la conciencia”.
Señalan, por último, que el dispositivo pedagógico logra que la conciencia ejerza hegemonía sobre la percepción; y para eso el sistema perceptivo tiene que ser doblegado: cuanto más se reducen los estímulos, más eficaz resulta el funcionamiento de la razón. En cambio, en la percepción contemporánea la conciencia no llega a constituirse: la velocidad de los estímulos hace que el precepto no tenga el tiempo necesario para alojarse en la conciencia. Es decir que la subjetividad informacional se constituye a expensas de la conciencia”.
Como nueva situación del devenir de los sistemas descritos, haré hincapié en la pedagogía de la distracción. Aunque haya que llamarla quizás también la subjetividad, la deseabilidad distraída.
Uno de los inconvenientes que tiñe de siniestro el panorama radica en la dificultad que implica para el distraído concientizarse sobre la operación de la distracción a la cual asiste y retroalimenta. Pues la experiencia de la vida cotidiana pareciera estar diseñada para que ese encuentro no se produzca de buenas a primeras.
Para ello operan, entre otros sistemas, los mecanismos de funcionamiento negativo.
Centrémonos ahora en el análisis del tipo de lógica capitalística, el cual supone necesario el fomento de la distracción de la subjetividad.
Resta quizás enunciar que, desde la óptica interpretativa de estos esquemas, se ve a este fenómeno como condición constituyente del sistema de la lógica capitalística, en tanto lógica instituida alrededor de la deseabilidad.
La distracción es miembro de una alianza de estímulos procedentes de todos los lugares de donde puedan provenir.
La distracción se encuentra referida en este marco teórico a la fenomenología del deseo y enmarcada en la situación saturadora referida por Lewkowicz y Corea. Lo que se distrae es la deseabilidad.
En la lógica capitalística es necesario que ésta sea distraída por las máquinas de conversión necesáricas. Es necesario que se vea direccionada hacia miles y miles de lugares y nortes en breves lapsos. Ésa es la forma en la que la deseabilidad fluye, vive, produce deseos y muere en la lógica capitalística. Ésa es por consiguiente la subjetividad que la deseabilidad saturada produce en estas inmediaciones disposicionales.
Anteriormente fue relatada la función de la fenomenología publicitaria y su relación con la capacidad deseante en dispositivos sociales como el que nos ocupa.
Recordemos que la etimología del término publicidad proviene de advetere, que contiene la idea de enfocar la mente hacia. Esa direccionalidad, ese hacia en la inmersión de la subjetividad en lo capitalístico, se presenta sobre la base de la hipersaturación e hiperestimulación de la deseabilidad, lo cual contribuye a la configuración de la subjetividad capitalística y, principalmente, a la configuración de la subjetividad cuya deseabilidad se encuentra en estado de distracción.
Las configuraciones subjetivas a las que este estudio atiende giran, se realizan y se constituyen alrededor de este tipo de fenomenología deseante a la que estoy haciendo alusión.
La distracción se desarrolla, entonces, bajo la operación capitalística sobre la deseabilidad.
El conjunto teórico sobre el que este estudio está siendo basado está sostenido sobre una serie de conceptos a raíz de los cuales se sustenta el desarrollo conceptual. Uno de esos conceptos es precisamente lo referido al deseo. La deseabilidad.
Ya he enunciado que el capitalismo, en su época de auge, operó incansablemente sobre la dimensión del deseo de los sujetos, de las sociedades. De la misma manera diré, pues, que la hipótesis es la misma, entre algunas modificaciones en las lecturas, para lo capitalístico.
Fijarse, si no, en la concepción de lo necesárico. Este concepto, a grandes rasgos, no es otra cosa que la descripción de la operación del discurso y de la contextualidad de la subjetividad sobre el deseo o, si se prefiere, sobre la capacidad deseante de la subjetividad. La deseabilidad.
Estableceré ahora la relación configuracional, la alianza subjetiva entre deseo y distracción en el mundo social capitalístico. Además de ello es necesario plantear que la deseabilidad distraída responde a la dimensión convencional de la sociedad. Valga decir de toda sociedad. Pero en el contexto capitalístico de producción subjetiva, ello responde más a la dimensión saturada y/o saturadora de lo deseante, que a lo convencional.
Sin saturación y estimulación prescriptas, haciendo literal alusión al significado del concepto de Freire, no hay deseo distraído con las intensidades que el modelo de producción de subjetividad capitalística produce.
En la estructuración del deseo distraído, de voluntad obesa, reside el primer paso hacia la tendencia a la universionalización de la subjetividad.
De ello se deduce una segunda relación entre factores. Me refiero a la relación entre deseo y subjetividad. Tal vez no sea a la inversa. O quizás no lo sea a los fines de este estudio.
Lo capitalístico se refiere a la tendencia a la universionalización de la subjetividad, en tanto el deseo, la deseabilidad se encuentre encarcelada en un mundo de percepción social similar a un establecimiento de reclutamiento. Sólo que las rejas y las barreras que privan de la autonomía no son hechas de hierro. En la dimensión capitalística las barreras están hechas de signos, de comerciales, de repeticiones, de multiplicaciones, de cadenas de estímulos operando de manera eficaz inagotable y perpetuamente.
La tercera fase de operación de distracción de la deseabilidad la constituye la mecánica de convertir a ese deseo distraído, obeso, en necesárico para la subjetividad. Con ello se completa la procesión capitalística de la deseabilidad. Con ello se presenta, deviene, la tendencia a la universionalización de la subjetividad.

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