Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


miércoles, 27 de julio de 2011

ESCENAS RETRATADAS CON PALABRAS - 2011

ESPERANDO EL COLECTIVO


Llevaba Rodríguez Ricochet un maletín negro. Iba a la casa que alquila. Pensaba que algo iba a encontrar para comer ahí. Probablemente papas hervidas del mediodía y una lata de arvejas, o una combinación parecida. Sabía, eso sí, que encontraría soda fresca cuando llegara a casa. Volvía del trabajo. Se encontraría con un programa en la televisión que esperaba con ansiedad. Se paró a esperar el colectivo que más tarde arribó al barrio donde estaban las papas hervidas, la lata de arvejas o algo así y la soda fresca. En la cola vio a los que tenía delante señalar a uno que pasaba en bicicleta por la vereda de enfrente.
- Aquel es un idiota.
Señalaron a otro que iba cruzando la calle.
- Aquel es cornudo.
Uno se agarró la cabeza y dijo:
- ¿Ese?, ¡Ese es un estúpido de la primera hora!
Después miraron a una mujer que pasaba comiendo girasoles y escupiendo las cáscaras a la calle y sentenciaron:
- A la putita esa le gusta más coger que los triples de miga.
El interlocutor agregó:
- ¿La idiota esa? No trabajó en su vida. La mantiene el cornudo del marido.
El otro le respondió:
- El tonto ese lo único que tiene es un pito enorme. Según dicen.
De repente cada uno de los enumerados se hizo en la cola para esperar el colectivo. Justo detrás de Rodríguez Ricochet. Los autores del diálogo miraron a cada uno de los enumerados y cada uno de los enumerados miró a los autores del diálogo. Y se dijeron:
- Hola idiota, ¿cómo te va?
- Hola, bien, todo bien.
- ¡He, cornudo! Venga un abrazo.
- Si, ¡venga!
- Bobo, ¿qué hacés?
- ¿Cómo andan?
- Hola putita hermosa.
- Hola.
- Buen día idiota. ¿Qué tal el cornudo de tu marido?
- Bien. Ahí anda.
- Tonto pito grande, ¿tomamos una cerveza hoy?
- Hoy no puedo. ¿Mañana?
Eso fue todo lo que intercambiaron. Todos subieron al mismo colectivo. A Rodríguez Ricochet le salió espontáneamente no indignarse ni hacer ni pensar nada con respecto a nada. Ansiaba las papas hervidas, la lata de arvejas o algo así y el programa en la televisión. Y más que nada la soda fresca que encontró en el sifón cuando llegó a casa.

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