LA ASQUEROSIDAD DEL CAMBIO EN RODRIGUEZ RICOCHET
Sana heridas echándoles sal, a sus dibujos los hace solo con colores negro, púrpura y verde musgoso, militar. Arma mal los cigarros que se fuma, desperdiciando; se enamora de quienes le brindan rechazo, busca trabajos que no le gustan, y para contrarrestarlo, busca actividades de ocio que le satisfacen menos aun. Seca yerba usada, y con frecuencia vomita lo que tiene adentro y se lo come después. Culmina la degustación con un trago largo de soda fresca. Al agua de la bañadera en la que se asea le echa jugo de limón, arena y vinagre y a las tostadas del desayuno les unta papel higiénico usado que recoge del cesto de la basura del baño. Antes se ponía alcohol en las heridas, y no se nutria de su propio vomito. Pero estaba cambiando. Y no toleraba que nadie le dijera nada. Ya tenía bastante con lo que le decían las voces del interior. Estaba cambiando. Y de un día para otro, encontró un sabor no desagradable mientras auscultó los pedazos sólidos de su vomitada con la lengua, halló placer en una actividad esclavizante, deseó el negro y el púrpura en sus creaciones, y así. Y así. Y así.
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