Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


martes, 21 de diciembre de 2010

LA CELEBRACIÓN (Fragmento del libro Los relatos sosos de Ímber Martínez, de Leandro Trillo - 2010)

LA CELEBRACIÓN


Harto de aquel que se queja de la lógica que ha implantado el capitalismo sobre su capacidad de subjetivar el mundo le reprochó, con inquisición, su hábito de dormir de noche, de no escribir poesías ni cuentos, de no detenerse a descubrir curiosidades junto a sus pares. Sostuvo en la conversación que eso lo convierte en un mero discurso desligado de la acción. Le aclaró, porque pensó que para su interlocutor seria necesario, que las palabras de las que lo proveyó no contienen el significado de un insulto. Luego me confesó sus dudas acerca de los efectos que tal aclaración pudo haber logrado.
Lo que había ocurrido es que sus ex compañeros y amigos de la facultad de economía lo habían invitado a una celebración de la que nunca conoció el objeto. Dicen que todas lo tienen.
Nunca, según me confeso luego, había sentido ganas de concurrir. Pero como no es real que el tiempo aleja el afecto de las fotos, de los objetos de la infancia, de la moral y de los que en tiempos pasados fueron amigos, concurrió a sabiendas de que debería participar de una modalidad de celebración con la que no concordaba desde hacia largo tiempo.
Cuando llegó varios de los presentes se encontraban ya borrachos. Ello desencadeno una serie de abrazos y de expresiones de cariño que de movida alteraron las emociones de este muchacho al que definitivamente, pese a mis esfuerzos, no recordé.
Según pudo explicarme, lo que desencadenó el fin de su inevitable silencio fue el uso desatinado de un discurso que nada propio pronuncia de quien lo enuncia. Mas aun, lo que verdaderamente lo enfadó, según me confesó, fue que dos o tres pelagatos, como los llamó, utilicen siempre el espacio de una celebración descontrolada y la escasa conciencia y razón que poseen los borrachos para poner sobre el tapete de la discusión cuestiones como el deseo, la intensidad, el capitalismo, el conocimiento, la cultura y la intuición. Como estando convencidos de que ese es el espacio propicio para hacerlo luego de la vertiginosa semana de trabajo enajenante.
El mundo no debería ser el escenario adonde se diagrama la estupidez, me dijo.
Pude comprender que nada está tan inmejorable como para hablar del deseo, única salvación posible en la que este muchacho creía, en los momentos tediosos o de baja intensidad de una fiesta diagramada para consumir alcohol hasta la gracia y hasta los confines del cuerpo humano. Me di cuenta cuando me hallé bebiendo junto a él ginebra en un bar cercano. Tal vez lo haya logrado porque alguna vez el deseo fue tema de mi interés. También pude comprenderlo, debo decirlo, porque jamás había oído ni visto a nadie expresarse tan soberbiamente en relación a un objeto o a una temática.
Sus palabras estaban hechas de sonidos cuidadosamente elaborados para la apariencia. Su gestualidad, compuesta de un conjunto de signos tan significativos como una oración, no podía pasar desapercibida por la atención. No sería de lo más ventajoso oír a ese muchacho por radio, pues la carencia de lo visual restaría enormes cantidades de mensaje y de intensidad a lo que diría.
Miraba fijo. No tenía ningún problema en hacerlo. Y es mas, podía sostener la mirada aun hasta luego de crear una situación insostenible. Parecía un juego para él la interacción. Sospecho que algo de esa característica se mantuvo en la discusión transcurrida en la celebración, pues no fue algo que no le haya pasado nunca oír ese discurso. De eso estoy seguro, pues yo mismo la oigo a menudo. Pero creo que esa sensación correspondía con una cuestión de algún tipo de reproche a si mismo, pues la pregunta que apostaría un dedo a que se hizo no fue referida a lo genuino o no genuino del discurso de su interlocutor casual, sino que fue dirigida a si mismo, puntualmente a la intrigante temática referida a lo que se encontraba haciendo allí, en la celebración. Estoy seguro que sabia con lo que iba a encontrarse. También creo que concurrió a la cita de antiguos afectos borrachos, como él había sido, para evitar cuestionar más tarde desde alguna de sus moradas las causas que justificaran su inasistencia. Sencillamente aceptaría que haber ido no produjo ningún suceso ni recordable ni olvidable en su vida. Creo que se hizo presente en la fiesta también para no sucumbir íntimamente ante la soledad que siempre padeció, de la que siempre tuvo conciencia y a la que siempre consideró una elección.
Mas allá de estas suposiciones psicológicas que no puedo dejar de intuir y que están acaso signadas por la profesión que me ha acostumbrado a convivir con las disfunciones de deseabilidad que el capitalismo origina a los sujetos que produce, contaré que este muchacho cuyo nombre me resultaba aun ajeno para esta parte del relato llegó solo al salón alquilado para el cometido de los organizadores de la fiesta, que son y serán nuestros próximos y de alguna manera nosotros mismos, luego de que la cena haya sido servida al igual que las bebidas menos graduadas.
Tras saludar a cada uno de los presentes de forma absolutamente cordial pero sin demasiadas palabras de mas, como expresando ya cierta disconformidad que nunca fue capaz de disimular, se sentó junto a alguien que acuso conocerlo íntimamente según quedo demostrado luego de la emisión de un chiste breve y de tono leve. Allí lo perdí de vista por unos instantes, pues quines habitamos el tipo de fiestas referidas solemos pensar que todo aquel que llega, más si lo hace con la extraña aureola de este muchacho, es probable que sea un inepto para la ocasión. La palabra inepto es exacta.
Una vez ya miembro de un pequeño circulo de muchachos entre los que estaba el objeto de este relato, alguien le consulto por un nombre de mujer. Nadia creo que escuche. Respondió el muchacho que Nadia había pasado a llamarse Nadie a causa de una serie de circunstancias que habían producido una separación rotunda que, por cierto, estaba concluyendo para él en esos días. Mencionó que la había contactado recientemente con la firme y expresa intención de reparar lo que razones olvidadas, forcluídas tal vez, y el tiempo plano y deshabitado se encargan indefectiblemente de destrozar. Expresando además del mensaje la férrea decisión de que lo siguiente sería lo último que iba a decir en relación al tema, manifestó fingidamente imperturbable que no había obtenido respuesta alguna de Nadia, cuya imago se encontraba ya lista, forzosamente, para pasar a habitar en los abismos de los recuerdos extraviados, en los suburbios de la mente. Nadia, según observe, se había confinado en la mente del muchacho a las formas vagas de la nada, a las letras que conforman la palabra y la figura de nadie, nombre con el que la recordaría, seguramente, si algún hecho fortuito en algún momento lo obligara a hacerlo. Creo que lamentó contar ese relato. Asimismo pude notar que sintió cierto alivio al ver que en realidad nadie le había prestado demasiada atención. De hecho, apenas hubo finalizado la historia cuyo relato hubiera preferido transcurrir sin música de marcha de fondo, alguien irrumpió como si fuera a detener las rotativas del Washington Post para informarnos que uno de los que se encontraba allí acababa de volcar un vaso de Fernet sobre su propia remera. El mensaje incluyo una latente intimación a atender de inmediato las ruinas del hecho, al accidentado limpiando solo figurativamente su remera. De esa imagen se desprendieron algunas risotadas de propietarios no localizables pues se armo una especie de ronda en donde todo, los cuerpos, los alaridos y las risas, fue uno.
En ese momento me di cuenta de que ninguno de todos los que estaban antes conmigo se encontraban ahora en el lugar. Di con el muchacho cuando realice una segunda inspección ocular, notando que estaba apoyado contra el borde de una parrilla que ya no humeaba mirando hacia abajo y sosteniendo un vaso vacío a punto de caer en el extremo de su desgarbado brazo izquierdo. Pronto nuestras miradas se encontraron y el sostuvo la suya en la mía ejerciendo un avasallamiento descomunal.
Me cuesta identificar las frases que intercambiamos fríamente como para poblar el desierto de silencio en el que nos encontramos. Sé que fueron corteses y de un momento a otro pudimos entablar una conversación, rescato, referida a la noche.
Otras personas se acercaron con aires de actitud curiosa. Sin demoras algunos preguntaron cual era el tema del que se hablaba. Otros, con algo más de astucia, aportaron rápidamente sus consideraciones. Sin embargo puedo recordar a uno, Argentino Filespeche, que refirió puntualmente que la noche era uno de sus placeres. La halagó con virtuosa belleza y manifestó su padecer con respecto a ella, pues desde el día que empezó a trabajar en un banco había dejado de vivirla y de habitarla. Explicó que tenía planeado dejar de realizar ese trabajo en cuanto consiguiera otro mejor pago. Ante ello el muchacho le preguntó, haciendo uso de una escasa cantidad de palabras que no son las que diré, si su trabajo lo dotaba de placer o de felicidad. Creo que usó la primera. Ante ello Filespeche respondió que no.
¿Y encima no disfruta de la noche que tanto dice que ama?, reprochó y rió uno que había escuchado el relato. Filespeche sonrió, evocando la sonrisa que usan los acreedores de sus propios deseos y los enanos de circo. Miró por lo bajo. En ese instante fue cuando el muchacho se dirigió a el y le manifestó, expresando hartazgo ya, lo que sospecha de quines se quejan de la lógica que ha implantado el capitalismo sobre la capacidad de subjetivar el mundo, como referí al iniciar el relato, reprochándole después, con inquisición, que duerme de noche, que no escribe poesías ni cuentos, o que al menos teme contarlo, y que no se detiene a descubrir curiosidades junto a sus pares.
Sostuvo, por ultimo, que eso lo convierte en un discurso mero desligado de las acciones y de los afectos.
El clima durante unos instantes fue tenso, aunque quizás haya sido interesante también que no lo sea. De cualquier manera, a esta parte del relato, la situación ya no era tan tensa. Haciendo una simultaneidad cronológica puede ser equivalente el tiempo que se tarde en leer esta oración al que se tardó en destensar aquella situación.
Filespeche se retiró hacia otra parte del lugar sin demostrar conciencia de saber que, de alguna manera, acababa de perder y los demás nos quedamos allí por unos minutos más hablando de alcohol, según recuerdo. No habían pasado demasiados instantes hasta que se presentaron varios de los concurrentes, Filespeche entre ellos, quienes apretaron la mano de cada uno de los presentes en forma de despedida. Ello significó el drástico derrumbe del encuentro. Inmediatamente después de esa despedida todo se convirtió en la elaboración de una estrategia para que todos los presentes se pudieran acomodar en los autos que había a disposición para ir ahora a una especie de bar a tomar algo más. El muchacho y yo desistimos de la idea sin dar demasiadas explicaciones y desapareciendo lentamente a la vez que creando la ilusión de estar en el lugar. Pude observar la delicada capacidad que empleó para crear ese acto ilusorio.
Momentos después me encontré tomando con él ginebra en un bar cercano cuyas disposiciones prestan atención a la escucha.
Nos despedimos en aquella ocasión con un abrazo, que intuyo, celebró un hallazgo de compañía ideológica. Un mensaje pesado.
Hoy, en el presente, me es posible recordar su nombre y una serie de historias que lo tienen como protagonista, así como también recuerdo los rostros y los nombres de un grupo de personas afines al pensamiento del deseo.
Ellos y nosotros, el y yo, somos amigos y nos une el mismo terror y la misma resistencia a una guerrilla invisible que ya está sucediendo solo para una parte, pues la otra no ha logrado enterarse aun.

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