Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


viernes, 16 de diciembre de 2011

PALABRISTAS INVITADOS: EL PERRO LOCO (PARTE II) Por José Alberto Antenao

EL PERRO LOCO (PARTE II)


Trataba de escapar.
¡Cómo quería huir esa noche! No podía.
Tampoco ayudar al viejo.
Desde el "pozo" se oían sus gritos.
Retumbaban en los pabellones.
Calaban en mis huesos, perforaban mi cabeza. Un grito también salió desde mi pecho, como un mar de lágrimas.
La tormenta había llegado, tarde. Un trueno se mezclaba con el dolor de Roberto. Hasta que solo se oyó la lluvia.
Los días siguientes no salí. Me quedé encerrado, aun más. Mi compañero ya no estaba. Murió en una riña de internos, dijeron. Al Perro tampoco se lo vio recorrer esos húmedos pabellones.
Hasta que otra vez estaba entre nosotros, los reos.
El sabía que lo odiaba y sabía que me iba a sobrar la muerte de Roberto.
El Turco me dejó entre mis ropas una cuchara. Tenía el cabo afilado. Parecía un cuchillo, era la especialidad de su grupo. Por una bolsa de tabaco conseguían lo que pidieras.
Lo guardé entre mi pantalón y me fui al comedor.
Me senté. No iba a comer. No podía comer. El Perro entró y se dirigió hacia mí. Su mano izquierda vendada, en la otra su garrote con el que iba golpeando la banqueta, hasta pararse detrás.
-Tu perrita gritaba como un cerdo, me dijo cerca de mis oídos. Los demás guardias a lo lejos dejaban hacer. También le temían.
-No le quedó un hueso sano, lo sacaron con la pala y la escoba para ponerlo en el cajón, seguía susurrando detrás de mí.
Mi mano se introdujo dentro de mi pantalón, para luego ensartarle en su estomago el arma que me había facilitado El Turco.
Los demás guardias no notaban nada, pues su grito se atragantó en su garganta. Mi mano salió para entrar en su cuerpo por segunda vez, tercera vez. Hasta que cayó. La sangre brotaba, un silbato retumbó en el comedor y una lluvia de bastonazos caía luego en mi cuerpo. El Perro agonizaba.
Desperté cuando se abrió la puerta del "pozo".
No había muerto como Roberto. Lo hubiera preferido.
El Perro ha pagado por sus muertes. Yo también estoy pagando por las mías, dentro de estos muros. Estos que verán como mi piel se arruga, como mis huesos se achican. Lleno de soledad.
Hubiera preferido la muerte. Esa libertad de Roberto.
Pero no.
Yo también tenía que pagar.


FIN

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