Hola. Voltaire señalaba a quienes andaban por las mismas tierras que él , que la virtud tiene que ser ejercida por amor y no por miedo (Ver Fraude, en su Diccionario Filosófico).
Bien venidos a Tintas y Trazos.


Leandro Trillo.


martes, 13 de diciembre de 2011

PALABRISTAS INVITADOS: EL PERRO LOCO (PARTE I) Por José Alberto Antenao

El ruido del silbateo hizo sobresaltar mi cuerpo cansado. Ese cuadrado parecía que se hacia mas chico, mas aplastante. El olor a humedad se mezclaba con la brisa que entraba por la pequeña hendija que hacia de respiradero. La luz tenue, como siempre.
Se asomó golpeando su bastón contra los hierros fríos. Esa risa mostraba el goce de haber experimentado el mayor de sus placeres. En el pueblo lo conocían como "Perro loco", por sus andanzas nocturnas.
Roberto me había contado que en una de esas terribles noches el viejo Tolomeo tuvo la desgracia de cruzarse en su camino.
Lo golpeó hasta apagarle la vida y terminar bañado en sangre. Aun así seguía golpeándolo y produciendo gritos perdidos, ensordecedores.
Nunca pagó.
Terminó en este antro, pero para poder tener mas libertad de saciar su hambre de violencia. Roberto los conocía.
El guardia, Perro loco para el pueblo que le temía, apoyó sus brazos sobre esas barras que me separaban de su cuerpo, tan mal oliente como soberbio. Podía ver su mano izquierda vendada. El me miraba como gozando mi rabia interna.
-Prepara la suite Peralta, vas a tener nueva señora, me dijo, para ir retirándose con una carcajada.
Mi bronca brotaba por mis poros. Mis puños chocaron contra la pared violentamente.
Todo había empezado aquella tarde. El calor apretaba, parecía quemar las paredes que surcaban nuestros caminos, nuestra libertad perdida.
Roberto, un hombre avejentado por el encierro, era una persona a la que le gustaba fumar mucho. Ojos redondos, claros y a la vez tristes. Cuerpo empequeñecido y con marcas del tiempo que ha vivido dentro de estas paredes. Nunca quiso decirme por qué llegó a este lugar.

-Encrucijadas de la vida hermano…

me decía, mientras prendía el tabaco.
Estábamos sentados cerca de la lavandería. Esa tarde su melancolía era enorme. Habíamos hecho amistad desde que él llegó aquí. Yo mucho mas joven, ya cumplía mi perpetua.
Su mirada se perdía sobre las nubes que parecían nacer detrás de esos enormes muros. Encendí el último cigarro que me quedaba y le pregunté
-¿Qué te pasa viejo? Te veo más tierno que de costumbre.
Tomó aire hasta llenar su pecho y me dijo:
-Me gustaría ser viento por un rato... y llegar hasta los labios de mi pequeña hija.
Sus ojos se pusieron como de vidrio.
-¿Sabés? Ya cumple sus quince años y no voy a poder estar, hermanito.
Se levantó y se fue.
Vi que en sus manos llevaba la foto que me mostró el primer día que llegó a esta mierda. Era su pequeña. Era princesa. Sonrisa calida y de larga cabellera que caía por su hombro izquierdo, de color castaño oscuro. Belleza angelical.
-¡Pobre viejo! dijo el Turco que había escuchado nuestra conversación.
-vos y yo, Coreano, nos merecemos estar acá.
Sacó un pucho y me convidó.
-¿Qué sabes Turco?
Yo lo miré con curiosidad sentándome cerca para oír con atención lo que tenía para desembuchar.
Exhaló el humo y tiró la colilla y empezó a contarme la historia de Roberto.
-El viejo, ya te dije, no merece estar acá. A la pequeña, un hijo de puta le rompió toda su niñez. Roberto solo no pudo contener tanto odio. Cuando llegó y vio lo que le hacia, se volvió loco y perdió todo sentido de realidad. Lo mató, Coreano. Pero antes lo hizo sufrir como perro. La niña termino internada por un largo tiempo sin poder volver a pronunciar una palabra, dicen que aun sigue sin hablar, el pobre viejo cayó en este infierno.
Toda esa escena se figuraba en mi cabeza. No podía imaginar al viejo haciendo todo lo que me contaba el Turco. Nosotros si nos merecíamos este lugar.
Una tormenta afloraba desde el este. Empezaba a oscurecer. Los muros ardían, parecían llamas quemando nuestras culpas.
Cuando entré al comedor, el mismo olor hediondo de siempre. Las luces sobre nuestras cabezas, las moscas sobre ellas, los guardias en sus lugares.
A mi costado estaba Roberto, con la misma melancolía que acarreaba desde temprano. Frente a nosotros la comida. La miraba, no iba a comer.
Perro loco había entrado a la galería. Su cara se desdibujaba cuando inhalaba ese polvo blanco, el cual yo conocía muy bien. Su rostro transpirado. Su pelo era acomodado por sus manos temblorosas. Su mirada buscaba una victima.
Roberto lo era esta vez. Su labio superior dejo ver sus dientes. Se dirigió hacia el viejo que aun sentado, parecía en otra parte.
-¿Sabes una cosa? Conocí una preciosura esta mañana, dijo sentándose sobre la banqueta al lado de Roberto.
-¡Tiernita!, aunque ya esta desflorada me dijeron. La muy putita me invitó a su cumple de quince, parece que le calientan los uniformados.
Sus labios dejaban escuchar un ruido que perforaba los oídos del viejo, una sonrisa que podía hacer vomitar a cualquiera.
Yo sabía lo que venía, me levanté y le dije:
-¡Déjalo en paz!
Me miró con esos ojos perdidos y exorbitados.
-Hay Peralta, Peralta… ¿Vos sos la señora o esta vieja andrajosa hace de tu perrita?, y otra vez esa burla que retumbaba en la galería y que los demás guardias no parecían escuchar.
Sacó su bastón. Con él me obligó a sentar. Volvió a su victima natural de esa noche. Sacó de su bolsillo un papel arrugado, y otra vez esa fastidiosa e irritable risa.
Roberto temblaba, sus labios estaban tensos. Sus dientes rechinaban.
-Mirá viejita, te presento a mi futura noviecita.
Levantó ese papel. Era la foto.
De los ojos de Roberto comenzaron a caer unas lágrimas y su rostro se transformaba por la impotencia.
-¿No es bonita?, preguntaba el Perro, mientras pasaba su lengua sobre la imagen de la niña. Roberto estalló.
Se abalanzó sobre el Perro a los gritos.
-¡Dame esa foto hijo de puta!
El guardia cayó sobre la mesa tirando los platos por el piso. Los demás guardias oyeron. Corrieron en ayuda. Tomaron de los brazos al viejo, este pudo saltarse y tomar un tenedor que se clavó en la mano del guardia.
-¡Nooooo, Roberto!, solo pude gritar.
-¡Estas muerto viejo! ¡Estas muerto!, gritaba el desquiciado.
A Roberto lo llevaron al "pozo" y a nosotros a nuestras celdas.

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